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Por Lianet Escobar Hernández
CUANDO Michel Pérez Miranda comenzó a practicar la pelota vasca no imaginó que protagonizaría uno de los partidos más largos de los que se tiene referencia en Cuba, en la modalidad de paleta con pelota de goma.
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MARÍA Eugenia Espinosa Soriano mantiene el ímpetu del día que ganó medalla de bronce en el bote de cuatro remos largos sin timonel durante los XI Juegos Panamericanos de La Habana 1991.
Se había preparado junto a sus compañeras Regla Ocampo, Magdalena Rodríguez y Mayra González para pelear en una lid difícil frente a equipos de Canadá y Estados Unidos, de gran empuje en el mundo.
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APENAS con cuatro años de edad sus padres lo llevaron al parque José Marí, del Vedado, el mismo barrio donde residía. Querían que aprendiera a nadar porque era muy delgado y tenía algunos problemas de salud.
Aquellas jornadas fueron suficientes para que Lenin Hernández Teuma se enamorara de la natación. Sin embargo, dos años después lo llevaron al CVD Jesús Menéndez, de Marianao, para las pruebas de captación para la escuela provincial Camilo Cienfuegos, que funcionaba en Guanabo.
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A NELY Ochoa Borras nunca le habían hablado de la gimnasia rítmica hasta aquel día –un sábado– en que de la mano de una vecina traspasó el umbral del área deportiva situada en la escuela Mariana Grajales, en el municipio capitalino de Diez de Octubre.
Bastó una mirada experta para detectar la flexibildiad inusual en aquella “chinita” que de manera natural era capaz de realizar un split o un puente, como si para ello no fuese necesario esfuerzo alguno.
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A NORGE Marrero González se le puede ubicar entre los padres del remo en Cuba.
Aunque compitió en otros deportes de modo oficial, como en beisbol, softbol y baloncesto, se sabe un hombre del remo desde que en 1961, con 17 años de edad, lo eligió por sobre el deporte nacional, mientras jugaba la primera serie regional con la selección Norte de Oriente.
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Por Raúl Hernández Lima
RESULTA fácil encontrar a Lázaro Madera. Basta enterarse de dónde se juega al beisbol y ahí estará ineludiblemente, como adicto al ajetreo y el bullicio, necesitado de sus mieles como única forma de subsistencia.
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