MARÍA Eugenia Espinosa Soriano mantiene el ímpetu del día que ganó medalla de bronce en el bote de cuatro remos largos sin timonel durante los XI Juegos Panamericanos de La Habana 1991.
Se había preparado junto a sus compañeras Regla Ocampo, Magdalena Rodríguez y Mayra González para pelear en una lid difícil frente a equipos de Canadá y Estados Unidos, de gran empuje en el mundo.
Cuba ganó una medalla de bronce que siempre ha considerado de oro. La cuarteta de casa hizo 7:04.65 minutos, superadas por las canadienses con 6:45.12 y las estadounidenses con 6:48.44 minutos.
«La alegría, el orgullo de ganar en nuestra pista acuática de La Coronela, en la hoy provincia de Artemisa, creció mucho, pero mucho más cuando nos premió el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz», dijo emocionada a JIT esta gloria del deporte, hoy delegada del Poder Popular en el cienfueguero municipio de Abreus.
«Recuerdo esa mañana de agosto como si fuera hoy. Cuando me entregó la medalla me preguntó de dónde era. Le dije que de Simpatía, un pueblito del campo», destaca la Licenciada en Cultura Física de 54 años de edad.
«Me besó y le tomé las manos. Entonces me dio por llorar. Tenía 22 años de edad. Fidel sigue siendo para mí uno de los más grandes líderes que ha tenido la humanidad», amplió.
Todo comenzó mucho antes, cuando cursaba el noveno grado y un entrenador le preguntó si quería ser remera. «No conocía el deporte, pero insistió y fue a hablar con mi mamá. Ella no aceptó en principio porque decía que ese deporte no lo conocía, pero que era para hombres», narra.
«A mí me dijo que las manos se me llenarían de callos y el cuerpo se me deformaría, pero escuchó al profesor hablar de la técnica del deporte y entonces llegó el permiso con la frase de: bueno, si a ella le gusta y quiere que se haga remera».
Jesús Medinilla la captó para la Eide Jorge Agostini, de Cienfuegos, donde también trabajaron con la futura estrella Carlos González, Ramón Luperón Cuza y Roberto Rumbaut Lindermeyer, ese último en la otrora Escuela de Perfeccionamiento Atlético (Espa).
María Eugenia define con una sola palabra la sacrificada vida de un deportista de alto rendimiento: disciplina.
«Entré al equipo nacional a los 17 años de edad, terminando el 12mo. grado. Venía curtida porque en la Eide debía hacer "mañanitas', o sea se entraba al agua de madrugada y a la una de la tarde debías estar en el aula. Te podías hasta dormir de lo fuerte que eran los entrenamientos», cuenta.
Estuvo en entrenamientos en la antigua República Democrática Alemana (RDA) y en México, donde participó en copas organizadas y bases de preparación.
«En México gané medalla de plata en el doble par sin timonel, pero no hice equipo para la delegación a los XVI Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ciudad de México 1990», amplió.
«Hoy veo el remo con muchos deseos de salir adelante, con los entrenadores que están en la base de cada academia haciendo las captaciones en los centros de estudio para formar esos deportistas que se sacrifican para dar la medalla a la provincia y su familia, que también los apoya. Es un deporte muy bonito y educativo. No conozco un remero que haya sido indisciplinado», expresa.
«Estuve poco tiempo como remera activa. Más tarde me incorporé a trabajar en el combinado deportivo número uno de Cienfuegos, y de ahí pasé a metodóloga en la Dirección Municipal del Inder de Abreus», abunda.
Dos misiones internacionalistas en los períodos 2005-2007 y 2012-2014 la llevaron a la República Bolivariana de Venezuela como profesora integral.
«Fue una experiencia única. Ayudar a otro pueblo, con el internacionalismo que nos impregnó nuestro Fidel, nos hace grandes», significa.
Uno de sus dos hijos, Richard, siguió sus huellas como campeón pioneril, medallista de plata en la categoría escolar y cuatro títulos entre juveniles.
«Entró al Servicio Militar General y cuando terminó no volvió al remo. Ya tiene 25 años de edad. Este curso discute su tesis, que realiza sobre el remo», expresa.
Como delegada de la circunscripción número ocho y presidenta del Consejo Popular de Abreus cumple dos períodos de mandato.
«La vida de un delegado del Poder Popular es agitada. Hay que escuchar al pueblo, se te acercan muchas personas, los electores. No puedes estar ajena a nada. Tienes que conocer, hacer los controles en unidades de servicio a la población, entre otras tareas. Se trata de un trabajo que me gusta, porque se conversa, si tienen dudas les explicas, les das la respuesta que satisfaga. Eso me hace sentir útil», confiesa.
«Es cierto, no aprendí a nadar. Cuando entré el remo solo pedí que no me tiraran a la piscina a hacerme pruebas, algo casi obligatorio, y lo aceptaron. Me dijeron que no lo harían, que si iba a ser campeona no hacía falta. Más nunca me hablaron del tema, pero todos sabían que no sabía, ni sé cómo me gusta el agua. Aun así, le di una medalla a mi patria», comenta emocionada.
«Esa medalla me sabe y me sabrá siempre a oro. En ese bronce está la mano de Fidel. A él le debo, como oriunda de Simpatía, un pueblito rural de Cienfuegos, ser quien soy», concluye con contagioso orgullo.
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