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CUANDO adolescente quizás este santiaguero soñó ser como Sergio “Pipián” Martínez u otro de los grandes de la década del 60, pues ya a los 13 años abrazó el ciclismo en la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) de Holguín.
En los cursos siguientes —1970 y 1971— participó en las ediciones ocho y nueve de los Juegos Escolares Nacionales con la delegación del antiguo territorio de Oriente.
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CON ELLA concluyó la etapa dorada del baloncesto para féminas en Cuba.
Se retiró tras sus terceros juegos olímpicos, en Sydney 2000, cuando ya sumaba 19 años en la selección nacional, 15 de ellos como capitana.
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LA MAYORÍA de los seguidores del deporte cubano recuerda como si fuera hoy aquella medalla de bronce del relevo 4×100 en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, sobre todo por la entrada a la meta de un hombre más bien bajo para ser velocista.
Sin embargo, casi 26 años después muy pocos reconocerían por la calle a Jorge Luis Aguilera Ruiz, a quien no le queda nada de aquel pelo oscuro y el poblado bigote, pero sí los mismos deseos de triunfo y de aportar desde su función a un atletismo que es parte indisoluble de su vida.
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FUE EUGENIO, su abuelo materno, quien primero le habló del deporte al que terminaría agradeciéndole el placer de tutearse con la gloria.
Alzó dos títulos universales, uno de ese rango entre juveniles y una Copa del Mundo. Conquistó par de fajas nacionales, cinco en torneos Córdova Cardín y otros lauros dentro y fuera de la Isla.
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RESULTA extraño llegar al Complejo de Piscinas Baraguá y no encontrar a José Antonio Guerra ejecutando saltos desde alguna de las plataformas.
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ESTE pudo ser su último diálogo extendido con la prensa. La muerte insistió en llevárselo demasiado pronto, cuando aún tenía mucho que aportar desde su condición de Secretario General de la Federación Cubana de atletismo.
Imposible hablar del deporte rey en la isla sin mencionar a Idalberto de Jesús Molina Hernández, o “Moli”, como le decían sus amigos más cercanos. Esos mismos que ahora lamentan la ausencia física que impide consultar sus experiencias, o que se reúnen a compartir un “trago” mientras suenan aquellos boleros que tanto le gustaban al profesor.
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