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La Habana
Año 66 de la Revolución
POR SI PREGUNTAN...
El verdadero color de nuestras medallas en Tokio 2020

Pocas cosas auguraban un pico de resultados para Cuba en esta ciudad, salvo la confianza y una lista de nombres ilustres...


Rudens Tembrás Arcia, enviado especial
miércoles, 4 de agosto de 2021 08:42 PM



Foto: Roberto Morejón, enviado especial

Tokio.- LOS JUEGOS de la XXXII Olimpiada no acaban todavía en esta megaciudad asiática, pero Cuba celebra al ritmo de actuaciones, medallas y una entrega sin límites a la causa nacional, a la bandera de la estrella solitaria, a la esencia misma de lo cubano.

No debiéramos circunscribirnos solo a las victorias deportivas, dígase a los ascensos al podio, que por cierto ya son más y mejores que los alcanzados en Río de Janeiro 2016, cuando las condiciones de nuestra nación eran marcadamente diferentes a las actuales.

Si solo miráramos hacia las preseas no veríamos el pecho de quienes las ganaron, un concepto que parte del atleta por supuesto, pero va más allá para incluir a entrenadores, federativos, familiares, amigos, amores y muchos trabajadores.

Si nos encantáramos solo con el brillo de los metales, tampoco veríamos a nuestro pueblo, artífice de todo y autor de la paulatina renovación de un modelo deportivo apegado a sus orígenes, pero exigido de cambios ante los tiempos que corren.  

Solo evoco acá un pasaje trascendente. La primera discusión popular de los Lineamientos del Partido, hace ya varios años, ofreció como certeza que nuestro pueblo deseaba sí un sistema deportivo centrado en la salud y el bienestar de los ciudadanos, pero ello no debía significar la renuncia a la búsqueda de éxitos deportivos en las arenas nacional e internacional.

Tal consideración significaba la ampliación de los retos para los trabajadores del sector y sus atletas, más un mandato claro al gobierno nacional sobre la prioridad del asunto en la sociedad.

Ya sabemos que de la era Obama pasamos a la jurásica de Trump y de ahí a la notable resaca que impacta sobre Biden y su equipo, empantanados en una política absurda, asesina, mundialmente rechazada, ilógica y peligrosa, pues bien saben del polvorín revolucionario que se les puede armar a solo 90 millas.

Sin embargo, la extrema derecha floridana apuntala con “vigas de hierro” y mucho dinero una agresividad sin precedentes, pública, notoria y vulgar, sin que haya modo más efectivo de derrotarla que el desmontaje de sus patrañas y mentiras.      

El impacto del Bloqueo, de las más de 240 medidas del “rubio loco”, de la guerra mediática y de la implementación del llamado golpe blando ha sido colosal. Por eso las carencias actuales y por eso las escenas del 11 de julio, a solo horas de que esta delegación partiera oficialmente hacia Tokio 2020.

No podían imaginar los enemigos de la Revolución la fuerza extra que le estaban inyectando a nuestros atletas y entrenadores, a todos, pero sobre todo a los legendarios, a los que tenían que ponerla o ponerla para cumplir la prometida meta de un lugar entre las 20 primeras potencias.

Junto a la preocupación por dejar la patria en un momento neurálgico de su existencia, quienes les acompañamos vimos un brillo intenso en las miradas, una fuerza nueva que tratarían de capitalizar acá, donde algunos intentaron cantar cierta cancioncilla y salieron trasquilados.

Tras perder el primer lugar centrocaribeño en Barranquilla 2018 y caer al sexto en los Panamericanos de Lima 2019, pocas cosas auguraban un pico de resultados para Cuba en esta ciudad, salvo la confianza y una lista de nombres ilustres.

Ni siquiera en todos los casos estaban las evidencias suficientes de poder hacerlo, tras más de un año sin competir o compitiendo poco, pero las noticias desde los gimnasios eran buenas, halagueñas, optimistas.

Y entonces llegó la petición final: hay que hacer feliz al pueblo, hay que hacerlo porque el agua sube al cuello y la covid se está cobrando la vida de más hermanos que nunca. Hay que hacerlo para pulverizar las piedras que intentan quebrar nuestra paz y cohesión. Hay que hacerlo por Cuba.

La respuesta ha tenido el más puro sentimiento de patriotismo… El taekwondoca Rafael Alba se levantó de un inicio doloroso y fue hasta un bronce ardiente; la judoca Idalys Ortiz cautivó nuestros corazones con su cuarta medalla olímpica, como Driulis, pero mejor aún; el gladiador Luis Orta estremeció al país con un oro impensado, debe decirse; y Mijaín, bueno, Mijaín hizo lo que todos esperábamos a lo grande y la historia ha debido reescribirse.

Se convirtió en el primer luchador del mundo con cuatro títulos bajo los cinco aros. Vi a la familia de la lucha levantarse en el Makuhari Messe Hall A para aplaudirle por varios minutos, frente al podio, y le premió el mandamás de este deporte y miembro del COI, el serbio Nenad Lalovic. Se tomó el trabajo…

Además igualó con Ramón Fonst en la cúspide de nuestros campeones, más de un siglo después de las hazañas rubricadas por ese esgrimista que abrió nuestras gestas olímpicas. Y le pasó a Teófilo Stevenson, su ídolo, mas se sabe que de estar físicamente vivo estaría pletórico de felicidad y orgullo. Y hay más…  

El púgil Roniel Iglesias vino desde las dudas y otros colosales obstáculos hasta el doblete, hasta un bicampeonato que deberá aquilatarse en toda su dimensión. Arlen López actuó como “zorro jovenzuelo” y mató "callao" por segunda vez en su carrera. Lázaro Álvarez aportó un bronce y luego disfrutamos los premios definitivos de Andy Cruz y un Julio César La Cruz que se los gritó en la cara. Ustedes saben…

Los canoístas Fernando Dayán Jorge y Serguey Torres nos ahogaron en un grito inédito de felicidad, tan cortante como su proa indetenible hacia el triunfo. Y Leuris Pupo lo hizo otra vez, con menos en la despensa que todos sus rivales, tirando en seco contra una pared durante meses y convirtiendo lo inexplicable en podios.

Termino esta incompleta secuencia con Juan Miguel Echevarría, Maikel Massó y Yaimé Pérez, héroes también de unos días en que nuestro atletismo sale más del letargo, aunque falte el oro.

Difícil pasar por alto que nuestra pequeña Isla posea seis hijos con cuatro o más medallas a nivel olímpico, y que la mayoría provengan de la obra revolucionaria iniciada en 1959. Honremos a Fonst (4-1-0), a Mijaín (4-0-0), a la voleibolista Ana Ibis Fernández (3-0-1), al gigante pinareño Pedro Luis Lazo (2-2-0), a Idalys (1-2-1) y Driulis (1-1-2).    

Cuando miro a esos y otros atletas no veo clases, no veo élites, no veo familias aburguesadas cobrando el premio a sus inversiones y privilegios. Son gente de pueblo, venida del centro y los bordes que solo se funden en una sociedad inclusiva, justa y a todo color.

No distinguimos entre blancos, negros y mestizos. Confluyen todos en una suite de unidad y felicidad. Ahí está la recia negritud de Mijaín, Julio y Alba; el mestizaje evidente de Roniel, Lázaro y Juan Miguel; la blancura de Pupo, Orta, Dayán y Serguey; y la feminidad de Yaimé, Idalys y Eglys de la Cruz, quien por cierto ha llegado a sus quintos juegos olímpicos como mismo hizo antes la gran Driulis González. ¡Récord!

Este es el arcoiris de una Revolución que hizo del deporte un derecho del pueblo; que en las más difíciles condiciones sostiene el deseo legítimo de hablar alto en el concierto olímpico; y que sí, debe y puede vanagloriarse de brillar y triunfar aquí frente al Bloqueo y otros agravios.

Visto así, uno comprende que nuestras medallas no son solo de oro, plata y bronce. Hay más, muchos más colores.     

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