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Tokio.- DESDE antes de llegar aquí suponíamos que estos Juegos Olímpicos serían muy diferentes. Era un lógico “pronóstico” dadas las incontables restricciones anunciadas por sus organizadores y necesarias en medio de la pandemia de la covid-19 que tantos estragos ha provocado en el planeta.
Imaginábamos que todo implicaría una experiencia extraordinaria. Movernos de un lugar a otro supondría tener en cuenta reglas especiales, los servicios de seguridad rozarían lo extremo, con el añadido de la constante desinfección de las manos y la toma de temperatura…
A todo eso podríamos acostumbrarnos –y de hecho así ha sido–. Sin embargo, se extraña mucho el ambiente olímpico de ediciones anteriores, la sensación de estar en el lugar y el momento de la fiesta deportiva más importante del mundo, pero también de un constante intercambio multicultural que ahora no se siente a plenitud.
Y no es solo por las gradas vacías o los rostros ocultos detrás de las mascarillas que en el día a día ya van siendo tan cotidianos. Es sobre todo porque no se siente ilusión por los Juegos, pues el temor a los contagios de covid volvió más cautelosos a los habitantes de esta megaurbe.
Los miedos no pudieron evitar la celebración, pero da la impresión de que la mayoría “pasan” de ella. En las calles está ausente el entusiasmo, como si no fuese cierta la cercanía de lo que más brilla en la actualidad del deporte en el planeta.
Escasos ejemplos escapan a esa realidad. Unos pocos que se retratan con los gigantes aros olímpicos situados en varios puntos de la ciudad y alguno que otro pregunta al visitante de dónde viene...
Una de las tradiciones más añoradas por quienes llegaron desde otros sitios del planeta es el intercambio de pines, o sellitos como se le conoce en Cuba. Unos con banderas, otros con logos de federaciones o comités olímpicos nacionales, pasan de mano en mano como obsequio o souvenir para el recuerdo de cada cita. Incluso, en cada sede se establecía espontáneamente una especie de punto de intercambio, donde muchos coleccionistas pujaban por engrosar sus “tesoros” con ejemplares novedosos o raros, por vistosos o antiguos.
Poco de eso se vive en Tokio. Es extraño que alguien te pida algún pin traído desde tu país o te ofrezca uno de los suyos… Menos se ven los famosos selfies, porque la oportunidad de retratarse con su deportista preferido es nula, y el hecho de violar el distanciamiento físico recomendado hace reconsiderar la opción, aunque se sepa que quizás no volverá a suceder.
Más allá de la falta de público, las salas de prensa más desinfectadas de la historia, gracias a los “baños” de soluciones hidroalcohólicas sobre sus mesas y sillas, nos recuerdan, más que los carteles que invitan a guardar prudencial distancia de los colegas, que vivimos una cita atípica.
No obstante, esas indeseables pinceladas para nada empañan lo que se vive en cada terreno de competencias. Allí los verdaderos protagonistas de esta fiesta siguen entregándose al máximo y disfrutan con cada presentación, aunque a Tokio hoy le falten sus pines.
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