EXISTEN diferentes teorías relacionadas con el proceso involutivo, que ocurre en el organismo del ser humano en diferentes etapas de su vida, el cual se acrecienta a partir de la tercera edad.

Una de estas es la que se sustenta en la acción de ciertos factores intrínsecos (radicales libres).

Los radicales libres son una serie de cuerpos químicos denominados especies oxígeno-reactivas (superóxido y peróxido de hidrógeno), los cuales actúan sobre el DNA de las mitocondrias, originando una serie de alteraciones (mutaciones), que en último término interfieren con la producción de energía, lo que favorece el proceso involutivo.

No cabe duda de que los procesos de involución acaecidos durante el envejecimiento afectan a los sistemas muscular y óseo, de la misma manera que al resto de los sistemas, aunque probablemente son más visibles que los originados en las vísceras internas.

El ejercicio actúa en la prevención, tratamiento y recuperación de muchas de las afecciones que padecen los mayores, y se ha podido comprobar mediante investigaciones que los de fuerzas con pesas atenúan la acción de los radicales libres sobre las células y tejidos del organismo.

Esto se debe a que el ejercicio agudo moderado aumenta la concentración en el músculo de las enzimas antioxidantes: catalasa, superóxido dismutasa, glutatión peroxidasa y glutatión  reductasa; y lo mismo sucede con el crónico (entrenamiento regular), incrementándose la concentración en los leucocitos de la sangre de un potente antioxidante que no se sintetiza en el organismo, el tocoferol.

Como fácilmente puede deducirse de lo expuesto, el ejercicio reduce no solo las consecuencias del envejecimiento sino que actúa sobre uno de sus fenómenos causales, la peroxidación.

Otra buena razón para negar que el sedentarismo marque el ritmo de nuestras vidas.