HORA DE CUBA: 10:19 PM

Publicación del Instituto Nacional de
Deportes, Educación Física
y Recreación INDER
DOMINGO 9
NOVIEMBRE, 2025
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La Habana
Año 67 de la Revolución
CRIMEN DE BARBADOS
Clamor hermanado

“Han ascendido para siempre al hermoso olimpo de los mártires de la Patria”.- Fidel Castro Ruz, 15 de octubre de 1976.


Por Rosa María Panadero Vega
martes, 6 de octubre de 2015 11:12 AM



Magalys, hermana de Ramón Infante García. Foto:

Santiago de Cuba.- BRIDGETOWN, capital de Barbados, 6 de octubre de 1976, 12:27 p.m. (hora local). Resuenan gritos desesperados de 73 personas a bordo de la aeronave DC-8.

Los venezolanos Freddy Lugo y Hernán Ricardo, quienes habían colocado dos bombas en el interior del avión, se convirtieron junto a los autores intelectuales del hecho, los mercenarios de origen cubano Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Ávila, en los perpetradores del más execrable ataque de este tipo en el hemisferio occidental.

Fue también uno de los más brutales actos de terrorismo ejecutados por personal al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en contra de la Revolución Cubana.

Los intentos mediáticos por encubrir la acción criminal como un accidente no fructificaron. La comisión investigadora y, sobre todo, el perito cubano Julio Lara Alonso, demostraron hasta la saciedad que el DC-8 cayó al mar como consecuencia de dos explosiones: una, localizada entre las filas de asientos 7 y 11, ocurrida a las 12:23 p.m. (hora local); la otra, en el baño trasero de la cabina de pasajeros cuatro minutos más tarde, que terminó ocasionando el derribo de la nave.

Del total de personas que sucumbieron en el siniestro, 24 eran miembros del equipo juvenil de esgrima de Cuba, quienes en tierra bolivariana habían conquistado todas las medallas de oro en el IV Campeonato Centroamericano y del Caribe.

MIRADA DESGARRADA

Sus ojos, estampados por quien ya atraviesa el sendero de la vejez, muestran el dolor en su expresión más punzante. Originaria de la ciudad de Guantánamo, Magalys recuerda con devoción a Ramón Infante García, su hermano más pequeño.

«Él pertenecía al equipo de espada, y por sus buenos resultados participó en eventos en Rumania, la República Federal Alemana, Colombia y Venezuela. En el seno familiar era muy bueno, muy sencillo, siempre estaba contento aunque hubiese perdido una competencia, nunca se disgustaba, y principalmente nos quería a todos nosotros.

Siempre que venía a una competencia aquí en Santiago no se hospedaba en la Ciudad Deportiva, se quedaba en mi casa porque se sentía mejor conmigo. Yo tenía una relación con él muy buena y lo sobreprotegía muchísimo».

Conmovida, no olvida la fatídica fecha: «El 6 de octubre a las dos de la tarde, a mi hija la llama un compañero del INDER y le dice: «¡Tu tío murió en un avión que se cayó en Barbados!». Ella enseguida me lo cuenta y yo comienzo a gritar: «¡Eso es sabotaje, eso es sabotaje!».

La conversación se corta por un instante y los verdes ojos se humedecen: «En ese momento mi mamá estaba en La Habana porque Ramón se había casado, él no vio ni las fotos de su boda porque se casó y fue enseguida para su competencia, y murió con 27 años. Mi madre falleció el 12 de noviembre del 2012, diciéndome que a su hijo se lo habían matado y no se había hecho justicia. Ella murió con ese dolor».

En un gesto de desconsuelo, susurra: «La muerte de mi hermano y la de sus compañeros fue muy cruel, murieron con los brazos amarrados, no pudieron defenderse. Siempre me quedó el anhelo de que iba a aparecer su cuerpo, porque José Arencibia Arredondo, que también era del equipo y estaba al lado de mi hermano apareció, sin embargo Ramoncito no».

Magalys Infante García, ama de casa aplatanada hace cinco décadas en Santiago de Cuba, clama desafiante su ansia de justicia: «Cada vez que veo por la televisión a ese hijo de perra de Posada Carriles, me hierve la sangre; pero ahí está paseando por las calles de Miami, impune a ese crimen y a otros tantos que ha cometido».

EL DOLOR SE MULTIPLICA

Pausada, afable y con gestos que dejan vislumbrar a una mujer que se ha dedicado por más de 40 años a la docencia, Mirtha, hermana de Santiago Hey Pérez, quien se desempeñara como entrenador del equipo femenino de florete, agradece eternamente sus enseñanzas.

«Los dos éramos hijos de un mismo matrimonio, de una familia humilde, revolucionaria. Cuando yo tenía nueve años y mi hermano 19, perdimos a nuestra madre, y él que ya estaba en La Habana estudiando en la Escuela Superior de Educación Física Manuel “Piti” Fajardo, regresa a Santiago de Cuba, y desde entonces se convierte para mí en un baluarte en lo que a la formación se refiere, porque nunca dejó de educarme, de inculcarme valores.

»Hoy soy una profesional de la educación, y eso se lo debo a mi hermano».

En la década de 1970 Santiago Hey Pérez se incorpora como entrenador de esgrima en la Escuela de Iniciación Deportiva de la antigua provincia de Oriente, y más tarde es llamado al equipo juvenil nacional femenino en su gira por México, Panamá, Bulgaria, Rumania y Venezuela. «Era muy querido por sus estudiantes, muy abnegado, lo daba todo en los entrenamientos, sobre todo inculcando la disciplina a sus esgrimistas», cuenta orgullosa Mirtha.

A pesar de su fortaleza de carácter, su ímpetu se derrumba al rememorar la escena del sexto día del mes de octubre de 1976: «Me encontraba en la biblioteca Elvira Cape, porque estaba en el bachillerato, y de pronto llegó buscándome un personal del INDER, me llevaron para la casa, me explicaron que el avión había sufrido un accidente, que se estaban investigando las causales, pero luego es que se conoce que había sido un atentado».

El sepelio de las víctimas se realizó el 15 de octubre del propio año, donde acudieron más de un millón de personas en representación del pueblo cubano, en un duelo sin precedentes.

El líder histórico de la Revolución, Fidel Castro Ruz, con palabras vibrantes, señaló desde la Plaza de la Revolución de La Habana a los culpables del abominable crimen.

«Yo participé en la despedida de las víctimas, y para mí fue terrible; incluso ese día llovió. Cuando oía al Comandante el dolor se multiplicaba como él decía en su propia alocución, porque el duelo fue de las familias, pero ese momento lo sufrió Cuba entera. Después los familiares fuimos hasta el cementerio, en lo que fue el cierre de una jornada totalmente enlutada», recuerda la educadora que actualmente se consagra como Secretaria Docente de la Escuela Pedagógica Pepito Tey Saint-Blancard.

En el clímax del diálogo, su voz se exalta: «A mi familia le impactó tanto el discurso de Fidel que hoy en la puerta de mi casa están grabadas esas palabras: “¡Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!”. No nos curaron pero fueron un bálsamo para todos nosotros».

Treinta y nueve años después Mirtha Hey Pérez, marcada por las secuelas del terrorismo, cuenta su historia: «Mi hermano tuvo una única hija, Dasnay Hey Valdés, quien nunca conoció a su padre, y constantemente me pregunta por él.

»Los autores de ese crimen no tienen un ápice de humanidad, porque matar de esa forma a tantos jóvenes que estaban llenos de vida, de alegría, de talento, incluso algunos guyaneses que venían a cumplir su sueño de estudiar medicina en Cuba, eso es de gente sin escrúpulos, porque esas medallas pudieran estar en manos de sus familiares, sin embargo yacen hoy en el fondo del mar».

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