Montevideo.- LA PRESELECCIÓN sub-20 años cubana de fútbol aprovecha cada minuto de su base de preparación en esta ciudad, previa al mundial de la categoría.
Cada mañana se traslada 45 minutos al sudeste de la urbe, específicamente hasta Carrasco, donde se erige el complejo deportivo del Albion Football Club, la entidad más antigua de ese deporte en el País del Mate y el Fútbol.
La ligera neblina mañanera comienza a condensarse en sudor, el frío cede espacio al calor de los caribeños preparando los músculos para lo que viene después: una fuerte jornada de repetir hasta el automatismo transiciones ofensivas y repliegues defensivos.
José Antonio Vargas, preparador físico, arenga el calentamiento con una mezcla de autoridad y estímulo que domina a la perfección, una amalgama entre el regio entrenador y cálido padre que los aúpa con tibieza.
Desde temprano riega conos, pelotas, escaleras, convierte el césped en un campo de obstáculos que deberán sortear los jugadores para alistarse.
Mientras, desperdigados al lado de la línea de banda se calzan zapatos, canilleras y toda la parafernalia que los auxilia en la cancha, porque el atuendo aquí deviene en protección y comodidad: la tecnología determina el rendimiento como el recurso amuebla la circunstancia.
Luego se sienten las carcajadas estridentes emanar de un rondo, desde el centro alguno fue víctima de un caño, se evidencia que la brega puede acompañarse de buen ánimo, hasta pudiera decirse que se lleva mejor con humor.
Eso le sobra a estos jóvenes: la mocedad demora su partida y la mofa y el cachondeo contaminan el grupo para bien.
Desde el centro de la cancha Pedro Pablo Pereira rectora sin perder el rictus de seriedad, reclama la atención de todos e indica con seguridad el trabajo del día, la sobriedad da paso al ánimo y las voces aumentan el volumen, pero puede notarse la complicidad en la arenga y en aras del bien superior no pierde la ternura detrás de su apariencia de león.
Muestra personalidad a raudales cuando está sobre la cancha, el aspecto taimado da paso al audaz y decidido, suda corriendo detrás la jugada, modela él mismo la coreografía de un defensor tapando la línea de pase, corre lo que exige a su alumno y le señala el lugar exacto de la cobertura.
Diserta sobre táctica, se apoya en Erik Campos, su escudero, joven pero entendido, este lo ayuda, le soporta y auxilia amparado en el conocimiento envidiable que tiene sobre el fútbol.
Del otro lado Manuel Castillo trabaja con la coordinación y los reflejos de los porteros, casi pasan imperceptibles sino fuera por el grito irascible de «¿quién la va a parar? ¿Yo?» una interrogación graciosa y retórica tras el fallo de uno de sus pupilos en retener un disparo.
Más allá el médico, Manuel Almira, y el fisioterapeuta, Joaquín Ferrer, remiendan con rollos de tira adhesiva un músculo golpeado, que no es aquí cosa rara, cubren de mentol las articulaciones, velan el pulso y previenen la fatiga, ahuyentan el dolor.
Así soportan toda la intensa faena de la puesta a punto, ensayan hasta el éxito las transiciones, corrigen impurezas tácticas o técnicas según aparezcan, moldean el equipo como un alfarero el barro.
Delante hay un sueño hecho realidad: quedan apenas días para que debuten en la Copa Mundial Sub-20 de la Fifa de Chile 2025 y creen que la mejor manera de disfrutarlo es hacer lo mejor posible, competir con dignidad, ganar respeto sobre la cancha incluso delante de los grandes protagonistas como Argentina e Italia, y uno que los ve, no puede otra cosa que creer que es posible.
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