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DOMINGO 5
MAYO, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Ramón González Silva
Un jabalinista de corazón

Al recordista mundial juvenil y campeón panamericano en La Habana 1991 hoy le seduce entrenar a atletas en situación de discapacidad.


Por: Eyleen Ríos López
(eyleen.rios@inder.gob.cu)
viernes, 29 de diciembre de 2023

Trayectoria...

Recordista mundial juvenil en 1983, campeón panamericano en La Habana 1991, cuatro veces plusmarquista nacional absoluto y medallista en variados eventos internacionales.

En la actualidad...

Entrenador de jabalina en el equipo nacional de paratletismo.


A RAMÓN González Silva no le abandonan los deseos de lanzar una jabalina. Su adrenalina fluye a raudales desde que entra al estadio y no cesa hasta que concluye cualquier competencia de atletismo.

«Eso no se quita nunca, soy jabalinista de corazón», asegura varias décadas después de haber dejado su huella en el equipo nacional, de aquel título en los XI Juegos Panamericanos de La Habana 1991 y de su récord mundial juvenil de 87.90 metros, conseguido ocho años antes.

Con 1,84 metros de estatura y más de 95 kilogramos de peso, poseía el somatotipo ideal para la especialidad que eligió desde los inicios. «Era rápido y con mucha fuerza en el brazo», recuerda convocado por JIT para revivir aquellos tiempos, tan exitosos como los que ahora disfruta guiando a los lanzadores de la selección cubana de paratletismo.

«Desde la primaria comencé en el deporte. Como casi todos los niños, siempre tuve deseos de correr y saltar. Antes jugué hockey sobre césped y hasta participé en una competencia nacional, pero me gustaba el atletismo», rememora como si una "máquina del tiempo" le devolviera a su natal San Juan y Martínez, de donde salió un día para hacer realidad sus sueños.

«Conocía a todos los integrantes del equipo nacional, de ahí que el cambio no fuera tan brusco. Pasé primero por la Espa nacional con Ramón Cano como preparador. Luego, en el equipo grande, tuve a Ángel Salcedo, el entrenador de María Caridad Colón», cuenta feliz por haber formado parte de aquellas historias de principios de la década de 1980.

Habla de hechos que marcaron su trayectoria, como compartir entrenamientos con la primera campeona olímpica de Latinoamérica y el par de victorias sobre el hombre leyenda de la jabalina, el checo Jan Zelezny.

«Le gané en una espartaquiada y en un mitin en Finlandia», precisa con una sonrisa incapaz de enmascarar cuánto disfrutó aquello. Sin embargo, Ramón guarda con mayor orgullo otro hecho trascendental: su triunfo en La Habana 1991. 

«Gané ante mi gente, mi familia. Ese día estaba allí el Comandante Fidel. Antes habíamos tenido un encuentro y nos dijo que Cuba nunca había tenido un campeón panamericano en jabalina, que si hubiéramos vivido de la caza nos moríamos de hambre… Eso me motivó y demostré que se podía ganar», recuerda.

Califica aquel día como “bestial”, un resultado que no se compara con ningún otro en su carrera. «Lo hice casi contra la pared, como decimos los cubanos. Abrí con dos faltas: la primera debido al viento, muy fuerte ese día, la otra porque me fui de largo… Me quedaba una sola opción y tuve que transformarme para no quedar mal. Hice el récord de la competencia con 79,12 metros y por supuesto fue el metal de oro más preciado», explica.

Junto a esas glorias, Ramón guarda espacio para los momentos dolorosos. En sus años de esplendor supo lo que significa una lesión física y emocional, cuando se aleja una oportunidad por mucho tiempo esperada. También conoce cuánta fuerza de voluntad se necesita para sacar el extra, regresar y volver a mostrarse competitivo.

«Tuve una lesión grave en la rodilla derecha. Pudo cortar mi carrera deportiva. Llegamos de una base de entrenamiento en la altura, en México, y estaba en muy buena forma. Pocos días antes del Memorial Barrientos de 1984 me lesioné durante un entrenamiento y hubo que operarme», comenta mientras su mano va directo a la cicatriz que asume como una "herida de guerra".

«Los médicos decían que la recuperación dependía mucho de mí. Ese constituye mi peor recuerdo. Me sentía en tan buena forma que si hubiera competido en el Barrientos habría lanzado más de 90 metros... Estoy seguro. Eso, y lo vivido camino al retiro en 1994, cuando sabía que no volvería a competir, fueron los momentos más duros de mi carrera», asegura.

El adiós lo asimiló con cierto orgullo familiar. Dejaba el futuro de la especialidad en manos de su hermano Emeterio, quien creció siguiendo su ejemplo y superó todos sus resultados. «Hasta el récord nacional me rompió», dice entre risas.

Tras el retiro comenzó a dar los primeros pasos como entrenador, pero problemas personales le llevaron a alejarse del atletismo, al que regresó casi una década después mientras prestaba colaboración en Venezuela.

El “bichito” de lo conocido despertó por aquellas tierras, donde cumplió otras metas y se vinculó por primera vez al deporte para personas en situación de discapacidad. «Con mis alumnos venezolanos fui a los Juegos Parapanamericanos de Lima 2019 y a los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020. Nunca pude asistir a unos juegos olímpicos como atleta, pero cumplí ese sueño como entrenador», confiesa feliz.

De regreso a la Isla retomó el trabajo en el área de lanzamientos del equipo nacional de paratletismo. Apenas en agosto comenzó a guiar la preparación de Ulicer Aguilera y Guillermo Varona, con quienes pocos meses después disfrutó sus cetros en los VII Juegos Parapanamericanos de Santiago 2023.

«Al principio hubo dudas, un entrenador nuevo siempre trae cambios. Les dije vamos a trabajar y Chile dirá. No hice muchas variaciones por el poco tiempo con que contábamos, solo tratamos de perfeccionar elementos técnicos para buscar un mejor resultado. Pueden mejorar todavía, hablo de atletas con mucha entrega. Me satisface lo que hacemos cada día», destaca convencido.

«Este trabajo es muy lindo, el esfuerzo se palpa mucho más. Ellos tienen una gran voluntad», responde a la posibilidad de trabajar con atletas convencionales, tan rápido como cuando sacaba el brazo para lanzar.

Esa seguridad denota que Ramón ha encontrado un lugar que nunca volverá a abandonar. «El atletismo me formó como persona. Estuve fuera y volví, es mi razón de ser», asegura con la fuerza y la pasión que conserva. 

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