Caracas. - EL PINAREÑO devenido habanero Ramón González Silva llega cada mañana al estadio olímpico Brígido Iriarte, en el corazón de esta ciudad, para participar en el entrenamiento de las jabalinistas que integran el equipo nacional venezolano.

Trabaja bajo el sol, rodeado por la sólida estructura de hormigón grisáceo que el tiempo apenas ha podido manchar un poco. Sus alumnas tiran hoy el implemento en sentido contrario a los envíos con que en 1983, con solo 16 años, se convirtió en subcampeón de los juegos panamericanos.

Este hombre de tez negra y notable corpulencia física tiene ahora 52 “abriles”, y afirma que jamás imaginó regresar al sitio en que su carrera deportiva comenzó a crecer definitivamente.

Cuenta que a veces, en medio del descanso o en los ratos libres, cierra los ojos y revive los días aquellos en que la instalación lucía engalanada, impecable, repleta de un público delirante. Viaja en el tiempo y vuelve a experimentar la tensión de la competencia, los pasos de la carrera, la extensión del brazo y el impulso final.

Reconoce que estaba nervioso y que por esa razón, quizás, no cargó hacia La Habana con la medalla de oro.

Ramón pasó 20 años en el equipo nacional cubano, y su despedida dio paso a la estelaridad de su hermano Emeterio González, también multipremiado a nivel regional y continental.

Su hoja de servicios a la Patria incluye el subcampeonato panamericano en Indianápolis 1987 y el inolvidable título en La Habana 1991; los reinados en los Juegos Centrocaribes de Santiago de los Caballeros 1986 y México 1990; y el récord mundial juvenil de 87.90 metros impuesto en La Habana durante una edición del Memorial Barrientos.

Su carrera acabó en 1997 y pasó cerca de tres años desconectado de la actividad atlética. Hacia el 2000 empezó como entrenador de las categorías menores en el centro deportivo Luis García Moré, de Playa, y allí estuvo 17 años, hasta que una llamada telefónica le confirmó su viaje a este país para cumplir misión.

Llegó a Maiquetía el 1 de abril del 2017, con la idea de incorporarse a la Escuela Nacional del Táchira, mas a última hora se produjo un cambio de planes y lo designaron al equipo élite de atletismo basificado en Caracas.

«No tuve dificultades para empezar la labor. Venía con un currículo adecuado y la federación local decidió que me desempeñara en el área de lanzamientos. El atletismo venezolano no vive en general un buen momento, pero seguimos trabajando día a día», comentó con naturalidad, sentados sobre el colchón para salto de altura.

«Estefany Chacón es la mejor jabalinista del país en la actualidad y posee relieve en el área bolivariana. Mi pupila principal es Rosmery Luján, quien llegó acá con 49 metros y ya va por 53,05. Necesita 54 para clasificarse a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla y creemos lo conseguirá en breve», explicó con conocimiento de causa.

«Los profesores cubanos somos bien acogidos y el trabajo rinde frutos. Tenemos un grupo de jabalinistas con condiciones, pero llegan aquí con carencias de formación de la base y eso retrasa el desarrollo», aseguró sudando copiosamente.

Su rutina diaria incluye trabajo en la mañana y la tarde, pero siempre queda tiempo para subir algunas imágenes a internet y recibir los comentarios de los amigos: «pongo fotos mías en el Brígido Iriarte y al momento los compañeros empiezan a recordar aquellos tiempos. Han pasado 35 años, pero no olvidamos esa etapa», sostuvo.  

Le pregunto por la familia, por los recuerdos: «se extraña muchísimo, al igual que el barrio y los amigos, pero vinimos con la misión de transmitir nuestra experiencia y la cumpliré a cabalidad».

Estreché su mano y volvió al punto de la pista donde sus alumnas tiraban el dardo tan lejos como podían.

Una labor esencial pegada al pueblo

Ismael, un hombre de Birán