EL CUBANO Ariel Hernández lo ganó todo en el boxeo amateur, y por si fuera poco muestra en sus vitrinas los títulos que le convirtieron en el único doble monarca en campeonatos mundiales para juveniles.

Cambios en la secuencia de los eventos para menores de 19 años le permitieron imponerse en las versiones de Bayamón 1989 y Lima 1990, cuando ya todos los conocedores elogiaban su depurada técnica, sentido de la esquiva y precisión en el golpeo.

Nacido el 8 de abril de 1973 en Guane, poblado de la occidental provincia de Pinar del Río, brilló también por su movilidad, y selló el “asalto” a las filas del equipo élite con cetro en el clásico nacional Playa Girón de comienzos de 1992.

A partir de entonces se adueñó de la división de 75 kilos, ascendido desde los 67, y vivió el clímax de esa progresión al coronarse en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.

Allí debutó como verdugo del ghanés Joseph Nii Ashiao Layer (6-0) y superó después al representante de Islas Vírgenes Británicas Gilbert Willomont Brown (13-2), dos oponentes de escasas posibilidades.

Sin embargo la siguiente presentación le obligó a mostrar más de su talento para pasar sobre los pronósticos de muchos y dejar en el camino al alemán Sven Ottke (14-6) en aras de una semifinal donde no creyó en el surcoreano Seung Bae Lee (14-1).

El estadounidense Chris Byrd era candidato de muchos a la faja pero el zurdo caribeño volvió a burlarse de los vaticinios (12-7) para aportar al septeto de estas sumadas por un equipo encumbrado con una actuación de leyenda.

Las lides bajo los cinco aros volvieron a acogerle en la versión de Atlanta 1996, pero entonces era él la figura a seguir, ya maduro como atleta y respetado tras sumar liderazgos universales en Tampere 1993 y Berlín 1995.

La urbe estadounidense le vio disponer del egipcio Salin Kabary (11-4) y repetir dominio sobre el germano Ottke (5-0) antes de entrar en el medallero con victoria a costa del ruso Alexander Lebziak (15-8), dorado cuatro años después en los 81 kilos.

El segmento semifinal le colocó frente al estadounidense Roiz Wells y le despachó con autoridad (17-8) sin que le importara el apoyo recibido por el de casa en el coliseo Alexander Memorial.

Solo le faltaba un paso para la llegar a la cima y este dejó como víctima al turco Malik Bayleroglu (11-3) en ratificación de una jerarquía también ejercida allí por Maikro Romero (51), Héctor Vinent (63,5) y Félix Savón (91).

Por cierto, Vinent y Savón igualmente reeditaron las alegrías vividas en la Ciudad Condal, sumándose a la exclusiva lista de quienes saben lo que es ganar más de una vez en citas bajo los cinco aros.

«Mis resultados descansaban en el constante entrenamiento», ha dicho Ariel, cuya rapidez le permitió dominar sin demasiado gasto ofensivo.

Sin embargo, el mundial posterior a la fiesta de Atlanta fue fatal para el astro, obligado a conformarse con plata al ceder 2-8 a manos del húngaro Zsolt Erdei, devenido héroe de los suyos junto a Istvan Kovacs (57) en la ciudad de Budapest.

Ya el antillano hablaba de subir a los 81 kilos, pero los técnicos no pensaban igual y 1998 le vio ganar los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Maracaibo, donde repitió la corona de Ponce 1993, y los Juegos de Buena Voluntad de Nueva York.

En la temporada posterior no fue convocado a los Juegos Panamericanos de Winnipeg pero recibió el voto de confianza para el certamen universal de Houston y ese evento se le tornó martirio.  

Sin las virtudes que le caracterizaron, castigado por los rigores del peso corporal, cedió en su primera pelea y vio escapar el sueño de más lauros.

Fue un golpe duro. Lo intentó nuevamente en el 2000, pero fue una incursión sin sentido en los 91 kilos y ello terminó por decretar el adiós al deporte activo.

Él y sus seguidores habrían querido un final más por lo alto, sin embargo lo conseguido hasta entonces sobra para saberle grande entre los grandes.