La Habana.- LOS QUINTOS Juegos Panamericanos disputados en 1967 en la ciudad de Winnipeg, del 23 de julio al 6 de agosto, representaron para Cuba la oportunidad de superar con creces (48) el total de medallas conseguidas en la edición precedente de Sao Paulo 1963 (14).

En la norteña cita continental, plena de adelantos tecnológicos y récords, el buque insignia del deporte cubano, el boxeo, aportó tres de los ocho títulos por los puños de Rolando Garbey, Enrique Regüeiferos y Andrés Molina, para inaugurar una era de dominio que dura hasta nuestros días.

Cuba ganó el pugilismo de la convocatoria con, además, platas de Fermín Espinosa, Francisco Oduardo y Jesús Cabrera y bronce de Juaquin Delis.

También escalaron a lo más alto del podio por el mayor archipiélago caribeño los gimnastas Héctor Ramírez y Jorge Rodríguez, el levantador de pesas Pastor Rodríguez, la saltadora de largo Irene Martínez y las integrantes de la cuarteta 4X400 metros.

Miguelina Cobián, Cristina Echevarría, María Garbey y Violeta Quesada formaron esa escuadra dorada que con tiempo de 44.6 segundos estableció un nuevo récord panamericano.

Integraron la delegación 217 atletas, de ellos 172 hombres y 45 mujeres, quienes se adueñaron de 48 preseas (8-14-26) para ocupar la cuarta posición detrás de Estados Unidos (120-63-41), Canadá (12-27-43) y Brasil (11-10-5).

La cercanía con los Estados Unidos propició presencia nutrida de apátridas, de propuestas y cheques para provocar deserciones en las filas de la delegación cubana.

Incluso hubo sus trifulcas por las groseras agresiones de los calificados “gusanos”, por su entreguismo a una nación cuyo gobierno mantenía a Cuba un férreo bloqueo comercial, económico y financiero impuesto desde el 7 de febrero de 1962, mismo que permanece, ahora recrudecido con la aplicación de la Ley Helms-Burton.

Sin embargo, Winnipeg encantó por celebrar unos juegos de mayor envergadura, con resultados notablemente superiores a los de su predecesor de Sao Paulo, Brasil.

Ayudaron a ello la pista de atletismo, hecha con un material sintético, denominado Tartán, y el cronometraje electrónico en centésimas, incluido la fotografía de la llegada, suministrado por la firma suiza Omega, lo mismo para el atletismo que para la natación.

Allí se batieron  marcas históricas con destaque para los nadadores estadounidenses Mark Spitz y Claudia Kolb, calificados por la prensa como los reyes de la cita.

Spitz, de sólo 17 años entonces, ganó cinco medallas de oro, con victorias en 100 y 200 mariposa, ambas con récord mundial; las postas 4×100 libre; 4×200 libre, y 4×100 combinado.

Kolb obtuvo cuatro triunfos en 200 mariposa; en 200, 400 y 4x100 combinados, con récords mundiales en las últimas tres pruebas.

Elaine Tanner, de Canadá, consiguió la medalla de oro en la prueba de 100 metros espalda, registrando una marca de 1.07.32 minutos, estableciendo así un nueva marca planetaria.

En el lanzamiento de martillo, el estadounidense Tomas Gage registró el récord panamericano con 65.32 metros y se adjudicó la medalla dorada.

Allí se implantaron en total 24 nuevas marcas para los juegos panamericanos.

A la capital de la provincia de Manitoba, ubicada al oeste canadiense, concurrieron dos mil 361 atletas de 29 naciones, quienes pugnaron en 19 deportes.

Comparado con  Sao Paulo 1963, fueron 696 más los competidores en Winnipeg, que creció en siete países e igual cantidad de disciplinas. 

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