La Habana.- PESE a no crecer en cantidad de deportes respecto a la versión fundacional y apenas aumentar en dos el número de países asistentes, los Juegos Panamericanos celebrados en la Ciudad de México en 1955 pueden considerarse como la consolidación de estos certámenes, en especial porque marcaron un hecho histórico: el nacimiento de la Odepa.

Aunque desde 1940 existía el Comité Deportivo Panamericano, fue en la capital azteca que se cambió el nombre por el de Organización Deportiva Panamericana, encargada de fortalecer el movimiento en el continente, y tuvo en ese momento al mexicano José María de Jesús Clark Flores como su máximo responsable.

La cita transcurrió entre el 12 y el 26 de marzo, y competitivamente Estados Unidos se adueñó por primera vez de la cima de un medallero en el que se repartieron 150 títulos. De ellos, 88 quedaron en las manos de los líderes, quienes dominaron casi sin oposición deportes como la natación, la gimnasia, el levantamiento de pesas y la esgrima.

Reseñas de aquella cita aseguran que los estadounidenses lograron reunir una poderosísima delegación, aprovechando la cercanía con la sede, algo que fue inverso para los argentinos –campeones de la primera versión cuando actuaron como anfitriones–, pues esta vez debieron emprender una larga travesía y acudieron con menos integrantes.

No obstante, los gauchos mantuvieron su hegemonía en el boxeo y el remo, pilares dentro de una actuación que les llevó al segundo lugar con 27 cetros. Con 10 medallas de oro menos terminaron los anfitriones mexicanos que enseñaron superioridad en el tenis y la equitación, además de contar con Joaquín Capilla, quien repitió el doble reinado de trampolín y plataforma en el clavados.

Las condiciones de altura de la ciudad afectaron algunos resultados, pero favorecieron otros como las especialidades de fuerza rápida en el atletismo o el ciclismo, en los que se produjeron tres récords mundiales: en el triple salto con el brasileño Adhemar Ferreira da Silva, en los 400 planos firmado por el estadounidense Louis Jones y el del venezolano Antonio Di Micheli en el kilómetro contra reloj.

Da Silva, doble campeón olímpico, mejoró en 34 centímetros su propia marca, al encajar los pinchos en los 16,56 metros, en tanto Jones registró 45.4 segundos en la vuelta al óvalo y Di Micheli fijó un tiempo de 1:09.8 horas en su prueba.

Cuba todavía no contaba con un deporte organizado y sobre todo encaró dificultades económicas para asistir en algunos de los deportes, principalmente con su equipo de béisbol que fue el gran ausente y provocó no pocos comentarios por su amplio favoritismo. República Dominicana fue finalmente el monarca.

El único oro para los de la mayor de las Antillas fue conseguido por Berta Díaz en los 60 metros planos, una prueba que solo se convocó en aquella ocasión y cuatro años después en Chicago 1959.

Conocida como “La Gacela de Cuba”, Díaz fue plata en los 100 metros con vallas, y otros de sus compañeros también aportaron premios como el triplista Víctor Hernández, el vallista Evaristo Iglesias y la discóbola Alejandrina Herrera, todos dueños de metales bronceados.

Un dato interesante ocurrió fuera de los que buscaron premios con la presencia del argentino Ernesto Guevara, convertido luego en emblemático guerrillero, y que allí actuó como fotógrafo y compilador de noticias, especialmente las generadas por su país. 

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