La Habana.- CORRÍAN los días posteriores al Campeonato Mundial de Houston 1999, abandonado por Cuba como protesta ante los despojos arbitrales que bañaron en lodo al boxeo olímpico.
Fidel, consecuente con su estirpe, encabezó la causa de sus atletas y lideró la denuncia contra los mafiosos, secundada desde nuestros medios de prensa.
El privilegio de asistir a aquella lid me permitió tributar varios de esos materiales periodísticos, y fue entonces que, a propósito de uno de ellos, el presidente del Comité Olímpico Cubano llamó telefónicamente a la redacción de JIT y solicitó hablarme.
Resultó nuestro primer diálogo “directo”, fuera de declaraciones suyas que había reportado antes, y me impresionó su gesto. Resultó breve, preciso como siempre, y destacó lo necesario de tributar todos los elementos necesarios para desenmascarar los trasfondos de aquel escándalo.
José Ramón Fernández también era entonces Vicepresidente del Consejo de Ministros, pero encontró tiempo entre sus múltiples obligaciones, consciente de que esos minutos devendrían estímulo para más.
Luego comprobé que era un hábito muy suyo. Gustaba debatir y conocer opiniones de primera mano, y exigía la sinceridad respetuosa, aunque de esta emanaran criterios no totalmente compartidos.
El trabajo –bien dice el “Gabo” que se trata del oficio más hermoso del mundo- me dio otras oportunidades de compartir con él, siempre atento, incapaz de no responder una llamada y riguroso al detalle. Tanto que podría indagar una y otra vez sobre una indicación hasta saberla cumplida.
Fue un honor entrevistarle en medio de las tensiones previas a la decisión de no asistir a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Mayagüez 2010, cuando, incluso enfermo, nos recibió en la clínica donde se atendía para exponer argumento tras argumento.
Allí, una vez terminado el intercambio profesional, volvió a derrochar sensibilidad al preocuparse por una situación familiar del entrevistador, y a partir de ese instante la asumió como propia.
Los episodios que terminaron por definir que no estaríamos en la cita centrocaribeña de San Salvador 2002 y el Congreso Mundial de Deportes para Todos celebrado en La Habana en el 2006 fueron otras batallas erigidas en aprendizaje desde el rigor y la modestia con que ejerció su autoridad.
Pero hubo un capítulo singular y hasta ahora no contado que nuevamente lo enalteció ante sus muy pocos testigos.
En junio del 2012 el cadáver del gran Teófilo Stevenson era velado en la habanera funeraria de Calzada y K, cuando Fernández utilizó el elevador y una empleada, al “descubrirle”, le habló en tono amoroso y emocionado.
«Pero es usted... Mire, aunque imagino que no cree en eso, le deseo mucha salud y que Dios le bendiga», le dijo, y los ojos azules del soldado de mil combates terminaron por humedecerse mientras esa mujer de pueblo cumplía el deseo de darle un beso.
«Gracias, muchas gracias», respondió visiblemente conmovido, como apenado, porque entonces la grandeza del Héroe de la República de Cuba se desbordó desde la humildad, esa que conoció muy bien Mercedes, su eficaz asistente, quien todavía sollozaba cuando esta mañana atendió a una solicitud telefónica desde la oficina tantos años compartida.
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