La Habana.- A LAS puertas de los 73 años, a los que arribará el 12 de octubre, a este hombre moreno, bajito y fornido le transcurren felices sus días de jubilado transmitiendo lo que aprendió en el boxeo.
El también árbitro nacional Walfrido Carbonell Lamanier ayuda a su amigo, el expugilista y profesor Luis Pérez Duvergel, quien creó con sus propios medios el gimnasio Los Palitos, en la calle San Miguel, a pocos metros del parque Trillo, a donde muchos niños y niñas acuden cada tarde de lunes a viernes.
Ambos se entregan con pasión a su labor y andan muy contentos en este inicio de curso, porque cuatro de sus alumnos del área promovieron a la Espa.
«Conocí a Luis en un cartel en el gimnasio Rafael Trejo, de La Habana Vieja. Actuaba como árbitro y tuvimos un cruce de palabras, pero luego rectificamos, nos identificamos y hasta me invitó al gimnasio. Nació la amistad, observé que hala a sus discípulos, es muy serio y consagrado a su trabajo, y vine a ayudarlo de forma voluntaria», detalló a JIT.
Carbonell se entusiasmó, corroboró que había calidad y que en un tiempo podían crecer en el deporte, como demostraron los promovidos en los últimos tiempos a centros como la Eide y la Espa.
Otros siguen progresando, como Ivenson y Yampier; y entre las hembras, Kemelly, de 11 años, quien asiste con su hermano más pequeño, Keymell, bien respaldados por la familia, que se preocupa ante todo por la disciplina.
«La niña va a ser una estrella si sigue como va, lo que hay que trabajar con ella para encaminarla bien, seguirla con atención», aseguró.
«Esto alienta, sin embargo hay padres que se molestan porque exigimos, pero el deporte es rigor, voluntad, entrega y disciplina. Son valientes por naturaleza y colaboro para enseñar, transmitirles todo lo que aprendí como boxeador y árbitro. Por eso me supero, y junto a Luis dosificamos los entrenamientos», aseveró.
Carbonell Lamanier es un hombre sencillo. Nació en la comunidad de Barranca, en el municipio santiaguero de Palma Soriano. A los diez años su familia se trasladó para el barrio capitalino del Vedado y despuntó su amor por el pugilismo.
«Cada sábado escuchaba por la radio los carteles en el centro deportivo Vicente Ponce Carrasco. A los 12 años quise ir para practicar y mi mamá no estuvo de acuerdo. Fue mi padrastro quien me llevó y habló con Luis Galván, pugilista profesional que daba clases, así como Isaac Espinosa y Pablo Torres», rememoró.
Con otros cinco amiguitos del Vedado, cuando salían de la escuela, caminaban hasta la reconocida instalación de Centro Habana. Allí, gracias a esos profesores, se hizo boxeador.
«En 1967, a los 16 años, participé en mi primer campeonato nacional Playa Girón, en la segunda categoría, para menores, en la divisón de 41 kilogramos. Gané los cuatro pleitos, el primero frente a Campanioni, superior en edad y como boxeador».
«Ya conocía del Ponce Carrasco al profesor Alcides Sagarra, que visitaba todos los gimnasios de La Habana. Antes de asistir a ese torneo en Camagüey me preguntó qué esperaba y le dije que el oro. Me respondió que ante todo había que asegurar la primera pelea, y después pensar en ganar».
«Sagarra seleccionaba a los que asistían a la escuela nacional para hacer guante con los de la preselección, a lo que siempre hemos llamado la finca. No solo con los de nuestro peso, también con mayores. La cuestión era ayudar a “moverlos”, por lo que íbamos dos días en la semana cada quince días, sin perder las clases en la escuela, una oportunidad que nunca queríamos perder», relató.
Cuenta que hasta principios de 1970 se hacían carteles de boxeo todas las semanas, no solo en el Ponce Carrasco. Carbonell fue a las localidades de Güines, Santiago de las Vegas, El Rincón, entre otras. Había muchas posibilidades de fogueo y competitividad.
«Pude aspirar al equipo nacional, pero de 1968 a 1971 cumplí con el Servicio Militar General. Había tenido peleas de preparación para unos torneos en México, Panamá y Chile, pero me lo impidió una fractura. Después del servicio vencí a atletas de la Espa nacional, entre ellos a Ramiro Bell, un santiaguero muy bueno de mi divisón», expresa con nostalgia.
«En aquellos tiempos entrar al equipo nacional era muy difícil, allí eran pocos jóvenes, pues los que estaban superaban los 20 años. Pero siempre integré el equipo de La Habana y me seleccionaban para los diferentes torneos», expone.
«Mi segunda incursión en el Playa Girón fue en 1972, en Santiago de Cuba, donde perdí en mi debut frente a Julio Rivera, uno de los buenos en 48 kilogramos, y no pude colarme entre los tres primeros, que aseguraban presencia en la preselección.
Recuerda en esa época a Rafael Carbonell, también de Palma Soriano y 48 kg, a quien conoció en la finca en 1966. «Le decían El Internacional, el mejor de su peso, muy fajador, tres veces olímpico, en 1964, 1968 y 1972, en este último perdió por bronce y finalizó quinto.
«De los púgiles de antes me gustaban Roberto Caminero, Rolando Garbey, Jorge Luis Romero, Francisco Oduardo y Luis Mariano Sesé, entre otros de una lista de eminencias. Hice mucho guante con Sesé, me decía que era chiquitico, pero pegaba duro. De los actuales admiro al campeón olímpico Erislandy Álvarez», señaló.
A Walfrido no le gusta menospreciar a nadie, pero como entrenadores para él no han existido otros del calibre de Sagarra y Sarbelio Fuentes.
«Sagarra actuaba con un rigor tremendo, se preocupaba por la familia, los problemas de los boxeadores y de la escuela. Buena persona, pero no admitía indisciplinas, ni creía en nombres ni títulos para imponer un correctivo. Tampoco admitía que le interrumpieran un entrenamiento fuerte por una visita. Por eso lo respetaban y llevó a tantos a lo más alto», reflexionó.
«En arbitraje, Yolando Sánchez era también en conducta un fenómeno. Como boxeador siempre estábamos en bronca, yo era contestón y él no permitía nada incorrecto. En un cartel en Guanabacoa me caí junto con mi rival y me hizo conteo. Protestó mi entrenador con ofensas y me descalificó a mí, que ganaba», refiere con una sonrisa, pues muy a su pesar de ese día, lo admiró.
El propio Yolando propuso a Carbonell que se insertara en el arbitraje y en 1992 le impartió el curso en que este obtuvo la calificación nacional.
«Tuve muy buena experiencia, me relacioné con los actuantes de más edad y con los programas de boxeo. Me reconocían lo positivo y me señalaban lo negativo, y siempre me motivaban. Trabajé en muchos torneos, en internacionales en Cuba y dos campeonatos nacionales Playa Girón, no fueron muchos, pero asistí», afirmó.
«Correspondía a todas las invitaciones, aunque no siempre teníamos las condiciones y no siempre los de La Habana fuimos convocados para el nivel internacional. Ahora la comisión nacional de arbitraje, especialmente el chino Milán, se preocupa mucho, nos llama y pide opiniones respecto a las reglas y modificaciones», comentó.
Walfrido creó una familia de dos hijos varones y una hembra, y ya presume de sus dos nietos. El mayor estuvo en taekwondo, luego se hizo mecánico de motos y está trabajando. El otro llegó a la Espa en beisbol. En karate alcanzó la cinta negra y, cuando estaba en el preuniversitario, se fue a la Marina de Guerra Revolucionaria y se hizo técnico energético. La hembra es gerente de un banco capitalino.
Carbonell durante el servicio militar se graduó como radiotelegrafista, lo que le apasionó, y al terminar su vida activa en el boxeo desempeñó esa labor en las flotas Camaronera del Caribe y Atunera de Cuba de la Marina Mercante, con las que viajó por muchos países. Al desintegrarse ambas pasó a la Empresa Pesquera hasta su jubilación hace siete años.
«Hace más de una década que ayudo a Luis en el gimnasio, vine por lo que siento por el boxeo, con el único interés de que lleguen donde yo no pude llegar, que sean campeones olímpicos, disciplinados, que no discutan por cualquier cosa, que hagan lo que orienta el profesor, porque sabe lo que corresponde, y se puede equivocar, pero muy pocas veces», expresó.
Carbonell considera que algunos niños llegan al gimnasio por embullo, otros porque les nace, les gusta de verdad el boxeo.
«Me gusta ayudar a los muchachos, más cuando tienen interés. A pesar de que a veces nos buscamos problemas con algunos padres que creen que sus hijos siempre tienen la razón, que quien tira más golpe es el mejor. No entienden que no es tirar, sino ser efectivos, y que para determinar están los jueces».
«Pero disfruto transmitir mis conocimientos, leer constantemente, autoprepararme y ayudar más a los muchachos y a Luis, porque quisiera que cuando la vejez no me permita venir al gimnasio, estar en mi casa frente al televisor, viendo a cualquiera de nuestros atletas subiendo al podio, y recordar los años que en el entrenamiento acariciábamos el sueño de que llegaran a la gloria. Le aseguro que lloraré de orgullo», expresó emocionado.
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