La Habana.- LA CONDICIÓN de campeón no se gana solo en la competencia. Algunos gestos elevan al deportista más allá del trono, como sucedió aquí con la puertorriqueña Adriana Díaz, la más laureada entre quienes concursan en el VI Campeonato Panamericano de Tenis de Mesa 2023.
La boricua, número 13 del ranking mundial, llegó al pabellón 20 del recinto ferial Expocuba para defender con éxito su cetro individual, pero no lo logró. Cayó en semifinales ante la estadounidense Amy Wang y no pudo contener las lágrimas.
«Forma parte del deporte y lo más bonito fue encontrar quien me diera ánimo y me asegurara que en el doble iba a ganar. Por eso la medalla se la regalo a ella», comenta feliz mientras abraza a Elsa Peña, la amable señora que con esmerada atención garantiza lo necesario en los servicios sanitarios de la instalación.
«No creo que haya conocido a alguien tan especial. Desde el primer día estuvo apoyándome y eso significa mucho para mí. Me llevo una amiga más de Cuba», repite una Adriana que no encontró mejor agradecimiento que el preciado obsequio.
«Cuando gané en el doble pensé que no había regalo más perfecto para ella que la medalla. Sus palabras de aliento significaron mucho para mi hermana y para mí. Estoy muy contenta por lo mucho que hizo. Es un presente para que se acuerde de nosotras siempre», confiesa la boricua, campeona en el corazón de su nueva amiga.
Elsa, trabajadora del pabellón de la salud en el recinto expositivo, nunca había escuchado sobre Adriana antes de este evento. Y aunque su trato llega igual a todos, creó una relación especial con la boricua, pues asegura que «tengo amigos en Puerto Rico y me alegró saber que era de allí cuando conversamos el primer día».
A sus 76 años de edad no imaginaba que tendría alguna vez una medalla de oro en sus manos. Ahora cuenta orgullosa esta historia y asegura que no hizo nada especial.
«Eso me nace, soy conversadora, a todos les doy ánimos y les digo que en el deporte hay siempre dos jabas, una para ganar y otra para perder», comenta con una sonrisa amplia y contagiosa.
«Cuando ganó el oro del doble vino a verme para darme la medalla. Primero le dije que no, que era para sus padres, pero me respondió: es para ti por el apoyo que me has dado desde que estoy aquí», rememora mientras continúa con sus labores desde la sala de estar donde no solo atiende el servicio sanitario.
«Ahora también soy como una abuelita que les levanta el ánimo», sentencia.
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