La Habana.- SARAHÍ Madrigal y Ewar Riverí no se conocen, pero más allá de trabajar en el mismo territorio comparten el amor al deporte que profesan desde sus respectivas funciones.
En estos tiempos pueden presumir de historias comunes, vividas en medio de las difíciles circunstancias que la pandemia de la COVID-19 ha impuesto al planeta y a Cuba.
Ella es metodóloga de organización e inspección en el sectorial municipal del Inder en La Lisa. Él forma boxeadores en esa misma localidad. Ambos protagonizaron una notable lección de humanismo, al trabajar en la llamada zona roja de instituciones sanitarias del país.
Muy cerca estuvieron de personas contagiadas con el nuevo coronavirus SARS-Cov-2, sin dudas una experiencia que difícilmente olvidarán.
«Hubo un llamado por parte de la dirección del Partido y el Gobierno y no dudé… Al principio estábamos asustados, no sabíamos a qué nos enfrentábamos, pero se logró el trabajo de apoyo y eso es lo importante», cuenta Riverí, un guantanamero formado en el boxeo y que durante un tiempo dejó a un lado los guantes para trabajar en la lavandería de la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI).
Ese fue uno de los centros adaptados en la capital para acoger a los contagiados, y allí Riverí se sumó a una batalla que aún no termina.
«Era complicado, estuve al principio de la pandemia y había que tener mucho cuidado. Incluso, no sabíamos todavía muchas cosas acerca del contagio. Ahora hay más conocimiento», recuerda sobre aquellos días y asegura que uno de los mejores saldos fue la relación con el colectivo que le acompañó.
«Me llevé la experiencia de colaborar sin pensar en uno mismo; la de ayudar a otros; la satisfacción que implica hacer algo por el bien común. Si me vuelven a convocar asistiría con mucho gusto. Estoy dispuesto a colaborar donde se necesite», dice convencido del valor de esta historia de amor y entrega.
Cumplida la misión, ahora solo piensa en el momento de retomar la labor que le apasiona…
«El boxeo es mi vida y trabajar con un niño desde pequeño me satisface mucho. Educarlo no solo deportivamente, sino también creándole valores. Yo me crié con mi madre solamente, así que cada entrenador fue como un padre para mí. Eso quiero que se repita con mis alumnos, pues son parte de mi existencia», sentencia seguro de que las primeras enseñanzas marcan para siempre.
LIDIAR CON LA MUERTE
Sarahí recuerda con orgullo lo vivido en las salas del Complejo Científico Ortopédico Internacional Frank País, a cuyo colectivo se incorporó para colaborar con la limpieza. Luego pasó a desempeñarse como pantrista en las salas para contagiados con la peligrosa enfermedad.
«Fui la primera mujer del municipio La Lisa que trabajó en esa zona roja, una experiencia única, pues me enfrentaba a situaciones muy complejas. Estuve mano a mano con personas enfermas, siempre con mucho cuidado y cumpliendo las medidas de protección exigidas», recuerda.
De lo aprendido se queda con la certeza de que «cada día hay que cuidarse, que en la protección está la clave para no enfermarnos, al menos por el momento».
Esta villaclareña, jugadora de baloncesto y con experiencia de dirección en varios combinados deportivos de la capital, confiesa que lo que más le impactó fue «ver a tantas personas mayores, algunas al borde de la muerte». Sin embargo, «el trabajo de los médicos salvó muchas vidas y dejó en mí la mejor de las sensaciones», sostiene.
«Sentí miedo al comienzo», asegura mientras a su mente vienen imágenes que le acompañarán por siempre…
«Pero era la tarea y el país lo necesitaba. Las jornadas fueron agotadoras, de 10 y 12 horas seguidas. Creo que provenir del deporte me ayudó a enfrentar todo eso».
«Mi consejo a todos es que se cuiden y no tomen a la ligera lo que tanto repetimos: quédese en casa», dice a todos con la seguridad que aporta haber conocido de cerca el lugar más tenebroso de la COVID-19, un enemigo que todavía golpea a la humanidad.
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