Lima.- FRANCISCO es peruano y vive orgulloso de ello, pero los mandatos del corazón, que suelen ser indoblegables, le llevaron durante casi 30 años a la Venezuela de su esposa.
Ahora es de esos héroes anónimos sin los cuales serían imposible los Juegos Panamericanos acogidos por Lima, donde integra el “ejército” de conductores encargados de garantizar la transportación de atletas, entrenadores y otros animadores de la lid.
Uno de esos traslados, que consumieron nadie sabe ya cuántas horas después de ocho jornadas, propició el diálogo con él. Apenas reconoció el uniforme de Cuba, habló del tremendo quehacer de nuestros compatriotas en la tierra de Chávez y Bolívar.
«Trabajé con médicos y otros especialistas de la salud integrados al Programa Barrio Adentro, y es impresionante el trato que ofrecen hasta en los más escondidos “huequitos” de aquel país», indicó.
«Y qué le parece si le digo que en una ocasión me salvaron la vida», comentó mientras cubríamos el trayecto entre el Centro Principal de Prensa y la villa del certamen.
Añadió que durante casi dos años se encargó de distribuirlos en las áreas que le estaban asignadas en Caracas, y su voz adquirió un tono emocionado cuando ponderó el prestigio de que gozan.
«Siempre están dispuestos a atender a quien lo necesite y son reconocidos por su profesionalidad», expresó.
Entonces retomó el triste episodio que le colocó al borde de la muerte y evitada por portadores de batas blancas llegados desde el mayor archipiélago caribeño.
«Conducía un autobús que fue abordado por unos delincuentes para robar a los pasajeros, y cuando nos enfrentamos uno de ellos me provocó tres heridas con arma blanca», relató sin sombra de alarde, y siempre con la vista al frente, conocedor de las exigencias del tráfico limeño.
«Después pude llegar hasta un Centro de Diagnóstico Integral, donde fui asistido por médicos cubanos que evitaron que una de las puñaladas, en el antebrazo derecho, tuviera consecuencias mayores, porque era la más peligrosa», aseguró.
«Son buenos y humanos de verdad, “acere”, soltó entre risas como confirmación de su vínculo con quienes alguna que otra vez utilizamos esa frase, acuñada ya como cubanismo pese al escozor de los más puros defensores de la lengua de Cervantes.
Casi llegamos al lugar donde se aloja buena parte de los protagonistas de la fiesta continental y Francisco agrega otro argumento para sustentar su admiración por Cuba: su suegro y el padre de este se operaron allí como parte de la Operación Milagros.
«Ojalá en Perú contáramos con algo como eso», afirma poco antes del estrechón de manos que sella el tiempo compartido, aunque a continuación lanza un contundente «Aquí me tienen para lo que necesiten».
La dinámica del trabajo vuelve a imponerse sin piedad, pero la imagen de nuestra gente haciendo el bien desde la medicina asoma con fuerza en medio de este ambiente deportivo, y se impone teclear lo contado por Francisco.
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