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VIERNES 26
ABRIL, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Maximiliano Gutiérrez Martínez
Más innings desde el recuerdo

«Cuando uno pierde velocidad tiene que ganar en inteligencia. Le caminaba para arriba a los bateadores, pero no tiraba al medio…», recuerda.


Por: JIT Colaborador
jueves, 28 de abril de 2022

Trayectoria...

Lanzador de los equipos pinareños campeones en las series nacionales de 1978, 1981 y 1982. Alcanzó lideratos en ponches, promedio de carreras limpias, balance de ganados y perdidos y otros. Posee desde 1978 el récord de más entradas lanzadas en series nacionales sin permitir carreras con 47.2.

 

 

En la actualidad...

Se desempeña como entrenador de pitcheo en categorías menores en la provincia de Pinar del Río.


Por Raúl Hernández Lima

QUEDAR en la memoria colectiva de la sociedad es mucho más fácil si se protagoniza un hito, algo imposible para la gran mayoría de los mortales.

Así ganó su boleto a la inmortalidad el lanzador zurdo de Pinar del Río Maximiliano Gutiérrez Martínez: estableció un récord de 47.2 entradas consecutivas sin permitir anotaciones en nuestras series nacionales de beisbol.

Sin embargo, circunscribir su carrera a esa hazaña lo minimiza, deja su exitoso paso por los diamantes en un breve lapso.

No le hizo falta a Maximiliano brillar con el equipo Cuba para ser recordado entre los mejores zurdos de la pelota cubana. En tiempos de Santiago “Changa” Mederos y otras estrellas, resultaba muy difícil ponerse el traje de las cuatro letras y más siendo de la mal llamada mano equivocada.

Muy pocos conocen que Maximiliano es derecho y solo utilizó el brazo izquierdo para lanzar. “Lacho” Rivero lo llevó a la selección de Pinar del Río con 16 años de edad, cuando nadie apostaba por él. «Fui el último lanzador llamado al equipo por las cosas de Lacho», recuerda.

Para entonces lanzaba por encima de las 90 millas por hora y no tardó en debutar. Ocurrió en Camagüey con las bases llenas… «Eso no se le hace a un novato», sonríe en medio de la remembranza de lo que vendría después.

«El estadio estaba abarrotado, la gente gritaba y la situación del juego era tensa. Todo eso me desconcentró al punto de que vi a un bateador haciendo suines y lancé para allí mismo. Era el jugador que calentaba en el círculo de espera», narra con una carcajada tan veloz como la pelota enviada aquel nefasto día.

El percance de pegar un bolazo en tales circunstancias le costó una carrera delante del rival enfurecido y llegar al banco entre lágrimas por la decepción y la vergüenza. Sin embargo, pidió la bola para el próximo partido y le fue concedida.

«Recuerdo que sucedió en Consolación del Sur contra un equipo que tenía a Agustín Marquetti, Pedro Medina y otros estelares… Les di nueve ceros y fue mi primera victoria en series nacionales. De ahí en adelante me sentí capaz de todo en la pelota», relata.

Su ascenso en el beisbol se vio amenazado por un accidente de tráfico en que sufrió una fractura de clavícula. Su carrera peligraba… «Pensé que no iba a lanzar más. Sin embargo, resultó mi mejor temporada en la pelota cubana. Fue el año del récord, logré los mejores promedios de carreras limpias y de ganados y perdidos, además de relucir como el mejor lanzador zurdo», explica.

Luego del accidente perdió casi 10 mph de velocidad. Apenas llegaba a las 82 mph, pero sus serpentinas seguían siendo un enigma para los bateadores. ¿Cómo fue posible?

«Aprendí a tirar el tenedor de tal manera que podía poner en aviso a los bateadores. ¡No le daban! Tenía un cambio efectivo, la knuckleball, la sinker… Tenía un tremendo repertorio que combinaba con el control y el contraste con la recta», argumenta.

«Comencé a preocuparme por sacar toda la ventaja posible. Miraba las prácticas de los contrarios y me especialicé en los bateadores zurdos», agrega.

Contra estos últimos, precisamente, obtuvo sus mejores números. Según su recuento, solo Antonio Muñoz logró conectarle jonrón. No obstante, Alejo O’Reilly asegura haber castigado a Maximiliano.

El citado vuelacercas le costó al Gigante del Escambray tres ponches en el juego siguiente, y la misma receta debe haber probado O’Reilly, aunque de ello no habla en su relato.

Entre las ventajas que consiguió acaparar Maximiliano para salir airoso sobre el box estuvo una especial: corría hacia los bateadores cuando soltaba la pelota.

«Yo no estaba loco», aclara. Pero «cuando uno pierde velocidad tiene que ganar en inteligencia. Le caminaba para arriba a los bateadores, pero no tiraba al medio porque un batazo a esa distancia me mataba», reconoce.

«Una persona no puede concentrarse en dos objetos en movimiento al mismo tiempo. Cuando yo gritaba que le tiraran a la pelota perdían la concentración, pues me miraban a mí en lugar de a la bola», confiesa como quien se libera de un secreto.

“Máximo”, como le llaman sus cercanos, ganó muchísimo a lo largo de su carrera, pero hay un trofeo que recuerda con particular cariño.

«El primero, en 1978, porque lo fue también para la provincia. Nunca se había ganado. Además sucedió el récord y eso tiene una gran significación», afirma antes de contar la hazaña.

«Todo comenzó con una lechada al Villa Clara de Víctor Mesa, Sixto Hernández, Miguel Rojas, Lourdes Gurriel… Y luego otra al Habana de Marquetti, Medina y Anglada. Después le di nueve ceros a Camagüey y 11 a La Isla en un duelo con Pablo Pérez que decidió a mi favor un receptor de apellido Azcuy, con jonrón», detalla.

¿No sentía presión por el posible récord? Le interrumpo…

«No, porque no lo sabía. Me enteré en la próxima salida al terreno, cuando en el octavo inning contra Henequeneros vinieron todos a felicitarme desde el banco y me dijeron que acababa de romper la marca vigente», responde.

Todavía se muestra contrariado por no haberle hecho caso a Lacho Rivero, quien le sugirió descansar contra Santiago de Cuba, un equipo al que dominaba ampliamente. Ante los indómitos vio truncada su proeza. Luego lanzaría otras dos lechadas a Mineros y Citricultores.

Maximiliano menciona a Pedro José Rodríguez como uno de los dolores que sufría después de trabajar en el montículo, y que le obligaban a infiltrarse o tomar aspirinas cada dos entradas. Los jonrones que le dio “Cheíto” le quitaban el sueño tanto como las crisis de bursitis que le obligaron a despedirse de la pelota. «Si daba 40 jonrones en la campaña, 39 eran a mí», bromea.

Se precia de haber jugado bajo las órdenes de Lacho Rivero, José Miguel Pineda y Jorge Fuentes. Considera que José Manuel Cortina debería llegar a un equipo Cuba para ayudar al deprimido pitcheo de estos tiempos. También considera que tirando más se forman mejores lanzadores.

Hoy entrena a jóvenes y asegura que el buen físico forma parte esencial del lanzador. Defiende que deben correr para fortalecerse a la “antigua”, y no aprueba que sus alumnos escuchen música durante el entrenamiento.

Un hombre con tantos momentos gloriosos dentro del beisbol solo alberga un imposible entre resignado e insatisfecho: «me faltó hacer el Cuba grande».

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