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La Habana
Año 66 de la Revolución
Los Juegos Panamericanos y la memoria de los ausentes...

Donde hoy predominan la alegría, la esperanza y el poderoso mensaje social del deporte, ayer funcionó un camposanto, incluso.


Por Rudens Tembrás Arcia, enviado especial
sábado, 28 de octubre de 2023 11:54 AM



Foto: Panam Sports

Santiago de Chile.- EN SEPTIEMBRE pasado se cumplieron 50 años del golpe militar en este país, que derrocó el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular, instauró la dictadura de Augusto Pinochet y cambió para siempre la vida de los chilenos.

La historia está manchada de sangre y sufrimiento, de asesinatos, torturas, desapariciones, traiciones, cinismo, mucho cinismo.

La sociedad chilena lleva tatuados aquellos hechos de una manera indescriptible, ya bien por el dolor que emana de las ausencias y las cicatrices en la piel y el corazón; ya bien por el temor a que se repita; ya bien por el deseo o la conveniencia de olvidar y hasta reescribir lo sucedido.

Para quienes arriban de visita a este país resulta imposible obviar ese recuerdo, sobre todo si se camina ante La Moneda o se atraviesan cada día las inmensas áreas del Parque Estadio Nacional de Chile.

Será porque, como escribiera Gabriel García Márquez en 2003, «el drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo y que se quedó en nuestras vidas para siempre».

Aunque pesen mucho las historias deportivas, sobre todo la inolvidable Copa Mundial de la Fifa de 1962 y varias victorias de La Roja de América, al transitar por el hoy Parque los pensamientos no dejan de representarse un templo, un gigante monumento que nos recuerda hasta qué punto pueden llegar la maldad humana, el rencor y los extremismos.

Ahora, pintado su exterior todo de blanco, emite un intencional mensaje de paz, limpieza, pulcritud e ingenuidad. Así lo han querido los chilenos para continuar saneando los horrores vividos allí a partir del 11 de septiembre de 1973, cuando miles de personas fueron hacinadas por ser comunistas o parecerlo, por leer a Marx, al Che o a Fidel Castro; por creer en Allende y odiar a militares formados en el ideario nazi, claramente.

Los XIX Juegos Panamericanos tienen como epicentro a esta manzana gigante que guarda en lugar privilegiado al gran Estadio. Hace 50 años la zona era muy diferente, pues donde hoy se levantan varias nuevas instalaciones (polideportivos, canchas, pistas…) predominaban terrenos auxiliares de fútbol divididos por caminos de arcilla…

Sí existían, por supuesto, lo que hoy se conocen como sitios de memoria, pues allí quedó grabada para siempre la huella del golpe… Allí permanecen los camerinos, las escotillas, el segmento de graderío intocable, el velódromo con su caracola sur y el túnel, así como el acceso desde la avenida Pedro de Valdivia, por donde entraban los camiones y buses cargados de detenidos, ya bien vivos, heridos o muertos.

Esos sitios y otros erigidos para resguardar la memoria de los recluidos, una cifra entre 7 mil y 20 mil, forman parte del variopinto ambiente y la estética de estos Juegos… Y bien que sea así. Donde hoy predominan la alegría, la esperanza y el poderoso mensaje social del deporte, ayer funcionaron la tortura y un camposanto, incluso.

Ahí están los relatos de quienes vieron cadáveres apilados a un lado en una de las entradas al graderío, de quienes escucharon los gemidos de dolor ante culatazos y torturas, de quienes vivieron la experiencia de un falso fusilamiento para que hablaran hasta de lo que no sabían, de quienes subieron varias veces al edificio de la marquesina para ser interrogados, y peor, de quienes visitaron una o varias veces la caracola del velódromo, donde las preguntas eran mucho menos civilizadas.  

Hoy, durante los Juegos Panamericanos, recorrer el Estadio Nacional ofrece en definitiva una perspectiva diferente… Competencias, venta de souvenires y alimentos, áreas de interacción para niños y adultos, feria para las artes, sets de televisión, inmensas y modernas instalaciones, publicidad, música...

Por las plazas caminan familias enteras, atletas, periodistas, aficionados, visitantes… Son mayoría. Carabineros de Chile posee una carpa en que muestra sus símbolos y valores… Oficiales vestidos de gala posan para fotos. Dos damas espléndidas parecieran hacer posta, pero no llevan fusiles, no miran amenazantes, no dan culatazos. Apenas sonríen y saludan. En algún lugar varios soldados andan en esbeltos caballos. La gente acaricia sus crines. No embisten…  

También hay que hacer otros altos en el camino… Además de los sitios de memoria está un inmenso mural a partes creado por Mon Laferté y Alejandro “Mono” González. Va por muros al sur, al norte, al este, al oeste, se eleva en un vetusto tanque para agua. Narra momentos de dolor, desesperanza, búsqueda, pérdida… Habla de mujeres, niños y padres desprendidos de la felicidad. Por ahí también caminamos en estos días…

Cerca de la entrada principal del Estadio, por la avenida Grecia, donde se agolpaban los familiares para tratar de ver a sus detenidos, hay una carpa blanca que muestra fotos del holocausto chileno y una pieza escultórica denominada Los espejuelos de Allende. Nos recuerda su vida apagada en La Moneda. Cada día, en cuatro ocasiones, salen visitas guiadas a los sitios de memoria.

Juan Sepúlveda lidera ese esfuerzo para que el jolgorio no borre la historia de este lugar y de Chile. Él estuvo detenido en el Estadio y salvó su vida. Nos contó su historia a trazos, a saltos, ágilmente… Una historia de miedos y pena, mucha pena por los asesinados y por el suceso mismo. Asegura que Chile no necesitaba aquella experiencia para ser un país mejor.

Recuerda el frío, los sonidos, la suciedad de las galeras, los hedores… Recuerda la solidaridad entre detenidos, la salida al graderío para tomar el sol y aquella jornada en que la prensa extranjera fotografió a algunos en un intento macabro de la dictadura por lavar la cara de tanto horror.

Sepúlveda narra la visita de funcionarios de la Fifa para chequear la preparación del Estadio para un partido internacional de La Roja. ¡Cuánta ironía! Y evoca cómo sentados en el graderío aplaudían cada vez que la chapeadora pasaba bajo los tres palos, cual gol inmejorable. La fuerza de esa pasión nacional no pudo apagarse nunca, ni siquiera en la prisión más cruel e impensada.

Sepúlveda salió del Estadio en octubre de 1973 y no volvió hasta el 31 de marzo de 1990, apenas concluida la dictadura pinochetista. Ese día fue a escuchar a Silvio Rodríguez y tarareó, entre tantas melodías, aquella de Venga la esperanza, venga sola a mí, lárguese la escarcha, vuela el colibrí, hínchese la vela, ruja el motor, que sin esperanza ¿dónde va el amor?…                

Nos despedimos ante su carpa blanca, muy cerca del Estadio y la obra Los espejuelos de Allende. Al fondo podía leerse el mensaje más repetido y estremecedor de todos: «Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro».

Esa idea es una alerta necesaria acá y allá, de ahí que por convicción no pudo omitirse tampoco en la ceremonia inaugural de los XIX Juegos Panamericanos, aunque veladamente…

Por la tristemente famosa escotilla ocho entró el fuego al recinto, bajó a la grama entre los bancos y escalones del palco intocable. Se hizo un alto… Y cuando se iluminó la sentencia tallada en el muro, se iluminó Chile y todos los pueblos de América. Se iluminó la memoria de los ausentes.

 

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