La Habana.- FIDEL no fue un jugador magistral, quizás por las tantas responsabilidades que ocupaban su tiempo. Ello, sin embargo, no le impidió mantener una relación muy especial con el ajedrez y vislumbrar los beneficios de su práctica habitual.
El Líder Histórico de la Revolución Cubana elogió siempre las virtudes que podían desarrollarse a través del Juego Ciencia. Jugó y compartió con grandes trebejistas, entre ellos los que prestigiaron la histórica olimpiada de La Habana en 1966, y dejó su impronta en uno de los deportes que apasionan a los cubanos.
«El ajedrez es un gran instrumento para desarrollar el hábito de utilizar la inteligencia», confesó al escritor y politólogo Gianni Miná durante el diálogo que luego se convertiría en el libro Un encuentro con Fidel.
Cuentan quienes le vieron frente a los tableros en más de una ocasión que poseía un estilo agresivo, emotivo y temperamental, y que se guiaba por la intuición más que por el conocimiento.
«Después de la Revolución, en algunas ocasiones yo dedicaba algún tiempo a jugar al ajedrez. Ahora, no lo quise estudiar y deliberadamente me abstuve de jugar ajedrez, porque es tan absorbente que uno podía estar seis, ocho, diez horas jugando, y realmente yo no me podía dar ese lujo», dijo en otra ocasión en que el arte de los trebejos resultó tema de conversación.
Compartió horas de juego con su compañero de luchas Ernesto Che Guevara, un consumado ajedrecista. «Bueno, el Che sabía más que yo, porque realmente Che había estudiado algo el ajedrez y yo jugaba más bien por intuición. Era un poco guerrillero y algunos partidos se los gané, pero él ganaba la mayor parte de las veces porque sabía más ajedrez que yo. Y realmente le gustaba el ajedrez. Aun después de la Revolución él siguió estudiando el ajedrez», aseguró a Miná, interesado en conocer sobre aquellos duelos.
Más allá de su protagonismo ante los tableros, la jugada maestra del Comandante en Jefe consistió en mover las piezas precisas para que el ajedrez estuviese más ligado a la vida del cubano.
Visualizó e impulsó la masificación desde la enseñanza en edades tempranas, en las escuelas, hasta la formación de la cifra considerable de grandes maestros que exhibe orgullosa la cuna del tercer campeón mundial de la historia, José Raúl Capablanca.
Sin su proyección y apoyo hubiese sido imposible el auge del ajedrez a inicios del actual siglo, así como los notables logros en competencias internacionales de máximo nivel.
Para los amantes del ajedrez en la Isla se antoja recurrente la imagen de Fidel en la simultánea gigante que sirvió como clausura a la I Olimpiada del Deporte Cubano, en diciembre de 2002. En la histórica Plaza de la Revolución José Martí jugó contra el experimentado gran maestro Silvino García, intercambió experiencias con los más jóvenes, aprendió y se le vio feliz.
Su pueblo había abrazado al deporte de las 64 casillas y comprendido su importancia para desarrollar el pensamiento lógico y estratégico, vital ante cada reto y batalla asumida a lo largo de la historia.
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