La Habana.- CROACIA escala otra vez el podio del fútbol mundial, luego de quedar subcampeón en Rusia 2018. Acaban de alcanzar el tercer lugar en la Copa Mundial de la Fifa de Catar 2022.

Enunciarlo parece una nimiedad, pero mucho mérito encierra el hecho. Detrás quedaron gigantes, sonadas decepciones, brillantes revelaciones como su rival en el premio de consolación y ahí están nuevamente entre la élite selecta del mundo.

El Vatreni prestigia al fútbol porque lo trata bien. Quizá las piernas de Modric ya no soportan tanto ir y venir, aunque no se nota, pero el 10 del Madrid no delega en otro la acompasada marcha de una selección orgullo de un país entero.

Ya no están aquellos que comenzaron la historia, mas no pesan las responsabilidades a jóvenes como Josko Gvardiol, quien apenas cuenta los 20 años de edad, que para Gardel no son nada. 

La clave la tenía Slatko Dalic y no le ganó la ansiedad. Conoce bien sus armas y las puso al ruedo como excelente general. El primer gol salió de la pizarra en que escribe poemas para que interpreten los más finos artistas.

Majer, a balón parado, que es la salsa del caldo balcánico, dibujó una pelota a Pericic y el del Tottenham cabeceó para que Gvardiol se redimiera de su pesadilla ante Messi en la final.

En un titubeo del portero Livakovic, una rara escena para él, un joven hecho grande en el certamen mundial, llegó el empate, también a balón parado. Acraf Dari no perdonó.

En nueve minutos el partido marchaba 1-1 ¿Quién habló de falsa final? Lo del Estadio Internacional Khalifa, de Rayán, era una epopeya trepidante.

Los Leones del Atlas estaban allí para poner la guinda a una actuación memorable en la historia de los campeonatos mundiales. Si no entraban al podio no sería por falta de intentarlo.

Los balcánicos manejaban el balón, Kovacic y Modric dirigían una orquesta sobrada de orden; y los africanos apostaban por castigar los espacios remanentes de la presión alta, con acierto para crear peligro.

Un toma y da disfrazado de aguanta y corre... Los de rojo y verde salían de su área, pero en pocos toques amenazaban la puerta de Livakovic... Los del ajedrezado blanquirrojo asediaban la férrea muralla marroquí.

Modric era más de uno en el verde: el primer defensor y el último delantero. Solo una reacción felina de Bounou le privó del gol. Tanta marca demandó el genio croata que Orsic, bañado de tanto talento, pudo pensar y acomodar un balón al fondo de la red con tanta sutileza como determinación en el 2-1 de la medalla.

El ritmo decayó en el segundo tiempo, sin argumentos para el reproche porque el partido no dio chances a descuidos. Marruecos jamás dejó de intentarlo y llevó peligro hasta los últimos segundos. Eso también debería premiarse, aunque el cuarto lugar viene con celebración y no con llanto.

Sería tópico decir que merecieron más los marroquíes, eso sería echar por tierra su señorío entre los dioses del fútbol, acaso la envidia de cualquier estirado europeo quedado en el camino, o de talentosos como el brasileño que más.

Croacia es otra vez medallista, también Modric. Así celebrará un mago, un artista del fútbol, un genio sin par, otro al que se le resiste la copa dorada tras su última danza.

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