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EL CUCHILLO penetra profundo varias veces. La víctima emite un grito sordo. Más bien un ronquido. La sorpresa y el dolor no le permiten otra manera. Cae de espaldas. La vida huye con la rapidez de la sangre que de él emana. El asesino recoge las monedas de un sucio platillo. Escapa.
Curiosos se amontonan alrededor del cuerpo que ya no vive. Polizontes arriban. Cansancio, aburrimiento, menosprecio. ¿Para qué buscar al victimario de un limosnero árabe en este París de fines de los años 40?
Ignoran todavía que por un poco de dinero han matado a Mohamed El Ouafi, un argelino que, corriendo por Francia, conquistó el título del maratón de los IX Juegos Olímpicos efectuados en Ámsterdam en 1928. Al saberlo no crean que le dan mucha más importancia a la tragedia. No se asombre: esa actitud se mantiene, hasta crecida, en no pocas mentes y…
HACIA EL INICIO DE LA HISTORIA
Humillado, preterido, este emigrante ama correr, correr y correr… en busca de la gloria. A pesar de la miseria es su propio entrenador en jornadas agotadoras de más ansias que ciencia. Avanza. Algunos le ven condiciones. Olvida el sufrir de la tierra en que nació y acepta correr por los colonizadores. Parece un milagro hacer el equipo. Muchos de sus colegas de selección se burlan de él descaradamente. De su forma de hablar, sus costumbres, creencias; del color de la piel, del pelo distintos… Entre los burlones, aristócratas; muchos, sin serlo se lo creen, actúan así, lo ambicionan.
En la octava gran cita acogida por París en 1924 afirma: «Me siento muy bien, me conozco el recorrido de memoria…» Se bate duro, perofinaliza en séptimo puesto. En sus propias filas —¿Sus filas?— se agigantan las críticas, los agravios. No renuncia a pesar de ello. Adiestramiento subido. Adelanto. Triunfos. Obtiene un sitio en la delegación del país que no es su país para batirse en el certamen de la ciudad holandesa.
Aquí está… Adversarios que se desploman, sueños desvanecidos. La otra faz de esas desgracias, muchas veces gracias a ellas, ¡el paraíso! «¿Qué le ocurre a El Ouafi? Tanto creer en él, arriesgarse por él y allá, lejos; a ver, en el decimonoveno puesto…» Empieza a levantar y otros a decaer. Los sobrepasa uno a uno. «Me queda ese chileno; ya mostró fuerza hace cuatro años en París cuando fue sexto; se me acerca, voy a apretar…» La final. El latinoamericano cerca de la corona... El acelerón del que encabeza la lucha. Ya lo deja a 100 metros, ya lo aventaja en 150, ya cruza la meta…
Mohamed El Ouafi o Boughéra, como lo denominan la prensa y los funcionarios, se convierte en el primer campeón olímpico árabe, pero como ha sido robado a su patria, solo será el primer as francés del maratón de la lid rescatada por Pierre de Coubertin. Vence con tiempo de dos horas, 32 minutos y 23 segundos y tiene en Manuel Plaza (Chile) y Martti Marttelinen (Finlandia) a sus más potentes rivales, con 2:32.57 y 2:35.02.
Números, cantos, alegría a un lado: la vida impone su dura brega. El tiempo va mellando la aureola de luchas y victorias. El Ouafi sin los aplausos, desempleado, con la miseria como acompañante principal… ¿Por qué, Mohamed, la mano abierta?
La Ciudad Luz con tan débil luz para ti; pides, pides, pides… poco te dan. Y alguien más miserable que tú, en lo económico y lo moral, víctima y victimario, a cuchillazos te arranca la existencia.
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