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La Habana.- CERCA del tatami de las competencias nacionales e internacionales, allí en la eternidad, el cinta negra segundo dan José Ramón Rodríguez López goza con la labor triunfal de sus compatriotas y sufre ante los reveses. Tiene fe en que estos últimos serán convertidos en victorias.
Tampoco escatima aplausos para nuestra masividad en este arte marcial, mucho más practicada que en su época, a pesar del incrementado cerco yanqui y las dificultades propias.
Se opone a que sea solo canto a las medallas. Sin negarlas, domina que la misión de la especialidad, como la de cualquier otra, es la forja física y espiritual de sus practicantes.
DE LA BONDAD A LA LUCHA
Nació y creció en un hogar donde se fomentaba la bondad para que la maldad no obtuviera resquicios. Fue más allá. Lo iluminó el hallazgo del verdadero Cristo, el redentor, aquel que expulsó a los mercaderes del templo usando la violencia necesaria.
El muchacho eludió ofrecer la otra mejilla y no se encadenó al padecer: juró luchar por el pueblo para que este se rebelara contra aquella sociedad crucificadora.
Bailó, cantó, compitió atléticamente, se deleitó con la lectura, la televisión y el cine, amó… «De fiesta para reponer las fuerzas y suavizar las iras», como señalara el Apóstol.
Nunca perdió la ruta esencial que llevaría al pueblo hacia la dicha más plena. El deporte aumentó su regocijo, lo disciplinó, le fortaleció su físico y carácter. Judoca cinta negra primer dan a los 17 años de edad, llegaría al segundo poco antes de ser asesinado por esbirros del batistato. No se aferró a aquellas conquistas: enseñó todo lo que pudo de esta disciplina a compañeros de justas muy superiores, para que resultara arma contra las injusticias.
Convenció, juntó y condujo a los más humanos de sus condiscípulos de los centros privados al enlace decisivo con los alumnos de las escuelas públicas, descendientes casi todos de los proletarios, para alimentarse y alimentarlos de ideas y enfrentar a la tiranía pro yanqui. Organizador y jefe del grupo de acción Célula 8 del Movimiento 26 de Julio en el Vedado, le decían El Temerario.
No se limitó a la contienda directa: ganó a jóvenes de diversos barrios para la causa. Ya en la Universidad de La Habana se aproximó a José Antonio Echeverría. Más que su amigo, era su camarada de batalla, cada uno en su organización, con la misma idea de transformar la Patria al desbrozar el camino hacia las raíces, sin limitarse a ellas, para liberarla.
HACIA EL DOLOR
Esquina de 18 y 19, Vedado, 7 de agosto de 1957. Una “perseguidora”. Los tripulantes lo reconocen. Intentan apresarlo. Voltea a uno, le quiebra un brazo; a otro, lo proyecta contra el piso. Un tercer polizonte que aguarda en el carro lo hiere de un balazo en la ingle; sin que sea de muerte, lo lanza a ella. No deja de resistirse aunque los tres esbirros lo montan en el carro y echan a andar.
Horas después, aparece en el Hospital de Emergencias con un disparo en la cabeza. Fallece el 11 de ese mes. El ataúd que alberga su cadáver, cubierto con la bandera de la estrella solitaria, es alzado y seguido por compañeros de brega y de estudios, mientras entonan el himno de Perucho Figueredo, desafiando la terrible represión.
¿Quién dice cadáver? Si había nacido el 17 de agosto de 1937 y residía en la misma casa de siempre, la de 16 esquina 13, aquel 11 de agosto surgía de nuevo. Jamás supervivencia de efigie o lámina, dibujo o foto en un mural: El Temerario, el Patriota Insigne de Plaza de la Revolución, continúa en la primera línea de la contienda que llevó a la libertad y la conserva.
Seres humanos como José Ramón permitieron vivir y no vegetar a los de abajo. Luchadores como él consiguieron destrozar el muro que separaba del judo, de la cultura física, a los discriminados, a los pobres, negros y mestizos, apartados de los kimonos como si los mancharan; también a las mujeres y a residentes en sitios intrincados.
Ese arribo ha logrado que Cuba sea una potencia de las lides del músculo. Enseñados por Fidel a no mentir jamás, a tener sentido del momento histórico y cambiar lo que deba ser cambiado, trabajamos por caminos que hagan de la Revolución más Revolución, del socialismo más socialismo. José Ramón estaría orgulloso, al lado de un tatami.
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