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Cuba, 1959. En medio de las tareas que debe emprender el pueblo para liberarse completamente, Fidel se reúne en el coliseo de la Ciudad Deportiva —el 29 de enero— con personalidades y representantes de instituciones relacionadas con la actividad física.

Con tanto por hacer… ¿por qué esta convocatoria?, podría preguntarse alguien si no profundiza suficientemente. El propio Comandante en Jefe, deportista destacado en su adolescencia y juventud, le responde en ese mismo discurso: «El deporte es fuente de voluntad, vigor físico y agilidad mental».

Para edificar la sociedad que deseamos son indispensables seres humanos con estas cualidades y otras que proporcionan las lides del músculo: disciplina, colectivismo, coraje…, y entre censuras y dolores manifestados, nos ilumina:

«Venimos decididos a impulsar el deporte a toda costa, llevarlo tan lejos como sea posible, pero para ello es necesaria la ayuda de todos, de atletas, de dirigentes, de comentaristas deportivos…»

Conocedor de la importancia del periodismo —él lo usó como arma toda su vida— llama a combatir desde esta trinchera por el ascenso del movimiento deportivo, con las transformaciones sustanciales en la mirilla. Estas palabras, otras intervenciones posteriores, su obrar en el frente atlético, llegaron, convencieron, fueron apoyados.

Había que tener el corazón malvado para no participar en el derribo del muro que separaba a las masas del deporte, ubicado en una nueva estructura y utilizado correctamente a partir de su misión esencial: la forja de personas mejores en cuerpo y alma, salud mental y física superiores, sin negar la atención al alto rendimiento.

El deporte sería un derecho del pueblo, y con gran potencia comenzarían a disfrutarlo los más preteridos en aquella sociedad prostituida que iba quedando atrás para siempre.

Teníamos que eliminar los latigazos ya denunciados por el líder desde la mencionada charla: «El resultado obtenido en eventos internacionales es vergonzoso… No me luce correcto que los héroes del deporte, nuestros campeones queden después en la miseria…».

Otra síntesis tan vital como hermosa dejó plasmada el primero de abril de 1959, al acudir al entonces Estadio del Cerro, hoy Latinoamericano, para lanzar la primera bola del campeonato 47 de la Liga Nacional Amateur.

«Cuando cada muchacho encuentre en la ciudad, en el pueblo, en el barrio, un lugar apropiado para desarrollar sus condiciones físicas, y dedicarse por entero a la práctica del deporte de su preferencia, habremos visto satisfecho el deseo de todos los que hemos hecho esta Revolución.»

Para el sano orgullo de la prensa de la Mayor de las Antillas, no pocos de los colegas establecidos hicieron suya la batalla del organismo que abrió senderos, la Dirección General de Deportes (DGD), y siguieron todavía más comprometidos con el gran salto: el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER).

Una considerable cantidad de pinos nuevos se unieron luego a aquellos robles rejuvenecidos para reflejar e interpretar un huracán de realizaciones durante las últimas seis décadas.

La carrera de relevo, maratónica y con obstáculos —como la misma vida— se ha mantenido y se mantendrá, así como el matrimonio entre el INDER y los periodistas, por amor y no por conveniencia, como ocurre en otros sistemas.

Y eso no significa hacer loas a todo o callar cuando hay que revelar, sino ejercer la profesión apegada a los valores éticos, morales, martianos y fidelistas que guían nuestro proceso revolucionario.

Se trata de una relación que debe ser aún más poderosa en medio de la comercialización de la que no escapa ni el olimpismo. Pierre de Coubertin lo había advertido cuando los monopolios estaban aún en pañales: «…el espíritu mercantilista amenaza con invadir los círculos deportivos por haberse desarrollado los deportes en el seno de una sociedad que amenaza con podrirse hasta la médula a causa de la pasión por el dinero». (Ideario Olímpico)

José Martí también lanzó su ofensiva contra los excesos del profesionalismo, el crimen legalizado del boxeo pagado recibió su ataque principal. El propio Apóstol señaló que en la vida en varias oportunidades había que hacer como el saltador largo: ir hacia atrás para adquirir mayor impulso y así llegar más lejos. En nuestro caso, hay que cuidarse de quienes desean quedarse atrás o quieren caer a la derecha.

Fidel en su dialéctica visión sobre la Revolución nos enseña que debemos tener sentido del momento histórico y cambiar lo que debe ser cambiado. El deporte no es un territorio ajeno a esta reflexión.

Sin embargo, el Comandante en Jefe también nos esclarece: «Cuba no sacrificará un ápice de su honor y sus ideas por medallas de oro olímpicas, prevalecerán por encima de todo la moral y el patriotismo de un atleta». (7 de agosto del 2007)

El INDER y los periodistas de la rama defenderán y alimentarán esa moral y ese patriotismo. Nuestro movimiento deportivo será eternamente fidelista.