La Habana.- ALEXIA y Luis no se conocían antes de asistir al círculo de abuelos número uno del Vedado. Sus vidas habían transcurrido por caminos diferentes, como las de Sergio, Aurelio, René y Migdalia.

Sin embargo, ahora hay algo que los une y les hace “cómplices” de una actividad que jamás imaginaron a sus más de 70 años de vida.

Ese milagro se llama ajedrez y les tiene enrolados en una gran aventura. Las horas “no transcurren” cuando están tablero de por medio con el profesor Jorge Luis Gil, aprendiendo el movimiento de las piezas o jugando a dar jaque mate con rey y dama.

Alexia es la más bulliciosa del grupo. A los 77 años derrocha vitalidad y se muestra incansable si de huir del mate se trata. «Jamás había jugado ajedrez. Desde el cumpleaños de mi nieto me embullé, conocí las piezas, el significado del tablero y los movimientos que se pueden hacer», cuenta emocionada.

«La palabra capturar fue lo más difícil. Me preguntaba qué significaba eso, pero las clases son magistrales y me encantan. Le tenía miedo al ajedrez, pensaba que el Juego Ciencia debía ser difícil», dice esta aficionada a los sudokus y Licenciada en Economía.

Ella y sus amigos forman parte de un programa emprendido por el Proyecto Comunitario Caissa XXI, con el cual se pretende convertir al ajedrez en parte de la cotidianidad de las personas.

«Me gusta mucho este proyecto. Los abuelos son como niños para el ajedrez, comenzamos de cero la enseñanza y la única diferencia es que avanzan más lento», narra el entrenador, entusiasmado con las clases y los alumnos.

«También estoy aprendiendo con ellos. Las clases tienen que ser dinámicas, ir a lo concreto para que se motiven. Les gustan mucho los mates simples, es como confirmar el objetivo de la partida: dar mate…», comenta feliz por una labor que realiza en ratos libres y sin recibir remuneración.

El ajedrez es más que un juego para las personas de la tercera edad. Ayuda a la socialización, fortalece la salud mental y eleva la autoestima. Según estudios y la experiencia de practicantes, dedicar varias horas a su práctica contribuye a la plasticidad del cerebro, fortalece el razonamiento lógico y la resolución de problemas, todo lo cual redunda en mejor calidad de vida.

Luis, ingeniero mecánico de profesión, cumplió 79 años y disfruta estudiando filosofía. Ahora el ajedrez se ha convertido en su pasatiempo favorito y no escatima elogios para el profesor.

«Jorge Luis es una persona formidable, un joven de talento enorme que nos comparte todo lo que sabe», agradece convencido de que esa opinión la comparten sus amigos de juego.

«El ajedrez me ha abierto un campo milagroso como nunca antes lo hizo otra actividad a la que me dedicara. Ha venido a compensar mi capacidad intelectual. El ajedrez nos hace más humanos sin darnos cuenta, los campos energéticos de la mente se enriquecen y es una maravilla», sentencia Luis.

Sergio es más tímido y a los 86 años confiesa que el Juego Ciencia le entusiasmó tanto que lo prefiere sobre el dominó. A Aurelio le sucede algo similar. Migdalia repite que todavía le cuesta trabajo entender algunas cosas, pero que nunca antes se sintió tan motivada.

«Alexia es mi profesora. Nunca había visto un juego de ajedrez. No sé mover bien las piezas, pero esto entretiene mucho. Me desespero porque quiero avanzar más y seguiré “machacando” a ver hasta dónde se puede llegar», agrega cuando Luis y Alexia le dejan espacio para opinar.

El proyecto funciona desde enero pasado. Dos días a la semana se repite la escena. Entre piezas y tableros, Alexia, Luis, Raúl, Migdalia, René, Sergio y Aurelio suman energías, restan soledad y se sienten felices con cada movimiento descubierto.

Para ellos no es importante jugar con figuras negras o blancas, tampoco ganar una partida. Lo único que interesa es enfrentar el envejecimiento, algo asegurado desde que descubrieron el ajedrez.