La Habana.- EL BARCELONA llegó al Santiago Bernabéu con un objetivo claro: golpear duro al Real Madrid. Cuanto más duro el golpe más rentable.

Y lo logró, pudiera decirse, sin despeinarse. Cuatro goles como punzones que hincaban la anatomía del rival, cada uno más doloroso que el anterior y más humillante.

Decir que un clásico se juega de manera diferente resulta un lugar común, pero el hecho de que suene a tópico no oculta las muchas motivaciones intrínsecas que posee.

Quizá parezca osado para alguno pensar que los blaugranas mirarían al líder de La Liga con 15 puntos de diferencia, sin embargo, si intentaban hacerlo de alguna manera, vencerlo era condición imprescindible.

Y en el campo las cosas fueron más fáciles que lo predecible. Ancelotti apresuró el descalabro blanco con una alineación condicionada por la ausencia de Karim Benzema, lesionado durante la fecha anterior.

A falta del delantero el italiano puso al uruguayo Federico Valverde, una pieza más en la media y adelantó la posición de Luka Modric. Con el croata de falso nueve el Madrid perdía enteros en la creación y no conseguía presencia en el área rival.

Xavi entendió mejor el juego en la pizarra y colocó a Araujo en la banda para contrarrestar la velocidad de Vinicius y, aun cuando el defensor culé sufrió, evitó el suicidio que hubiera sido dejar esa tarea a Dani Alves.

El duelo de las pizarras ya llevaba en ventaja al visitante, mas faltaba que eso se viera en el marcador. Incluso pudo el Madrid anotar y aprovechar los primeros minutos, pero el desborde de Rodrygo todavía es más espectacular que efectivo y Valverde encontró a Ter Stegen cuando buscó la puerta.

Entonces llegó la fiesta barcelonista y el golpe que dejó aturdido a los blancos. Dembelé, mostrando su mejor forma, aprovechó que Nacho solo ocupaba el puesto de Mendy en el papel, porque en el campo flotaba como un fantasma, y centró con comodidad para que Pierre Emerick Aubameyang ganara entre Alaba y Militao para el primer gol de su equipo.

A esas alturas los blancos extrañaban tanto a lateral francés como a su compatriota Karim. Vinicius apenas tenía una opción sin la ayuda de la pareja gala: entrar al área y arreglárselas como pudiera. 

En esas internadas consiguió un mano a mano con el portero rival, pero optó por tirarse al suelo en lugar de disparar y malogró una oportunidad que metía a los suyos al partido.

El error costaba tanto como un gol en contra, en lo sicológico y en lo práctico. Entonces llegó el segundo del Barça desde un córner y en la cabeza de Araujo, otra vez por arriba sufría el Madrid que alargaba las caras y buscaba una respuesta que no encontraría siquiera en el vestuario.

Del descanso salieron los blancos jugando a la ruleta rusa, Kross y Carvajal dieron sus puestos a Camavinga y Mariano, una declaración de intenciones del técnico merengue que terminó resultando un dislate táctico que se vio obligado a corregir sobre la marcha.

La defensa de tres no funcionaba mientras los de Xavi andaban como maquinaria de relojería. No era este un Barcelona que aburría con el toque y daba minutos al rival para acomodarse, más bien fue uno muy despierto que presionaba alto para robar y salía con velocidad luego haciendo daño.

Lo que debió ser la reacción del local pronto dio paso a la humillación. Ferrán Torres se daba el lujo de reír tras un fallo apenas comenzar la segunda mitad y luego marcar en la siguiente jugada. Así de fácil resultaba para los de la Ciudad Condal maltratar al archirrival, herido de gravedad en el orgullo.

Y hubo más, fue tal el ensañamiento que otra vez Aubameyang, el que un día prometió a su abuelo que jugaría para el Madrid, le apuñalaba ahora con alevosía portando la casaca enemiga, pero no para provocar una herida mortal sino para minimizarlo, sacarlo de combate y esperar luego una muerte lenta y dolorosa.

El gabonés llegó al rescate de un equipo hundido, para sacarlo de la debacle a fuerza de goles y para desarmar el mito chovinista de que la cantera es solución cuando en la contingencia se apela al mercado.

Y así quedaba el líder a merced del tiempo para evitar un derrame mayúsculo. Por los pasillos del coloso blanco brotaba una hemorragia de aficionados que dejaban desnudas las gradas, similar a la del gigante herido sobre el césped.

Tendido quedó el equipo de Ancelotti, descolocado e impotente. Agonizó 20 minutos más de partido que bien pudo ahorrarse el principal como se ahorró una tarjeta para el gabonés Pierre Emerick antes de marcar sus dos goles y que la torcida blanca reclamó como roja por una dura entrada sobre Kross.

Mas el reclamo no minimizó un átomo de la contundencia catalana con que aplastó inobjetablemente al enemigo más enconado. Luego del partido todavía hay 12 puntos de diferencia en La Liga, el Madrid mira los cuartos de final de Uefa Champions League, mientras el Barça apenas se conforma con Europa Legue.

Esa realidad no cambia con el resultado que bien pudo ser más escandaloso y aún así seguiría el saldo siendo de tres puntos. Pero el golpe de autoridad devuelve la confianza y la alegría a un aficionado que ahora está en condiciones de gritar hasta reventarse el pecho: El Barça ha vuelto.