La Habana.- ANATOLY Karpov está de cumpleaños. Celebra este domingo sus 70 años y el mundo del ajedrez tendrá motivos para festejar con él, porque es sin dudas uno de sus hombres imprescindibles.
Nunca podrá hablarse del juego de las 64 casillas sin mencionar al Gélido Tolia, un referente de sencillez y coherencia frente a los tableros, quizás el mayor de los ejemplos de cómo aprovechar al máximo cada posición y vencer sin grandes despliegues en ataque.
Su manera inconfundible de enfrentar las partidas hizo que muchos le compararan con una boa constrictora. Era capaz de correr el menor de los riesgos con un perfeccionismo extremo, y quienes han estudiado su manera de encarar el juego aseguran que, movida a movida, anulaba las intenciones del rival, les llevaba a ahogarse por si mismos de una manera impresionante.
Uno de sus mayores admiradores –y estudioso de su juego–, el también ruso y campeón del orbe Vladimir Kramnik dijo de él: «…cuando tenía ventaja comenzaba a quedarse quieto. ¡Y su ventaja crecía! Desde mi punto de vista, nadie ha logrado hacer lo mismo antes o desde entonces; no entiendo cómo es posible. Ese componente de su juego siempre me sorprendió y me impresionó. Cuando parecía que era hora de lanzar un ataque decisivo él jugaba a3, h3, y la posición de su oponente se derrumbaba».
Karpov nació el 23 de mayo de 1951 en Zlatoust, en la región de los Urales, y en 1975 se convirtió en el decimosegundo campeón mundial de la historia, sin “tocar” una pieza.
El rechazo del estadounidense Robert Fischer a defender su cetro dio paso en su momento a no pocos comentarios encontrados, pero se encargó de acallarlos todos, demostrando que era el indicado para recuperar el orgullo soviético.
Luego de que en 1972 Fischer apabullara a Boris Spassky, todos los esfuerzos estuvieron dedicados a buscar la figura capaz de restaurar el orden… Y Karpov cumplió con éxito.
Durante los siguientes 10 años no dejó dudas sobre su capacidad como monarca. Dominó el universo ajedrecístico a su antojo y defendió con éxito su reinado en tres ocasiones. Durante ese período ocupó el primer puesto del ranking mundial y en su cuenta se incluyen nueve medallas olímpicas de oro y más de 160 torneos ganados.
Protagonizó junto a su entonces compatriota Garry Kasparov la más encarnizada lucha que se recuerde en un deporte individual. Perdió la corona en 1985 y nunca más pudo destronar al Ogro de Bakú. Sin embargo, entre 1993 y 1999 volvió a ser rey del universo para la Federación Internacional de Ajedrez (Fide), cuando con el nacimiento de la Asociación de Jugadores Profesionales –ya desaparecida- se creó un trono paralelo.
Como muchos de los grandes jugadores, ha publicado libros, funge como analista en torneos importantes y ofrece clínicas de entrenamiento en varias partes del mundo. Su pensamiento altruista sirve de ejemplo para quienes pretendan brillar en el ajedrez.
TRES VECES EN CUBA
Una de sus más conocidas pasiones es el estudio sobre el juego del cubano José Raúl Capablanca, campeón del mundo entre 1921 y 1927, por el que siente una profunda admiración.
Karpov no ha escatimado nunca elogios hacia el tercer monarca universal de la historia, al que ha reconocido como «su gran ídolo». En tres ocasiones ha estado en la tierra que vio nacer al genio ajedrecístico.
En abril de 2004 llegó por primera vez a la Isla y regaló su clase a la afición que le siguió, en especial durante la simultánea gigante organizada en la ciudad de Santa Clara.
Vivió reencuentros con los cubanos en 2008 y 2010, y siempre encontró espacios para dejar sus huellas desde conferencias magistrales, simultáneas y el sencillo homenaje rendido a Capablanca en la Necrópolis de Colón.
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