La Habana.- QUÉ IRONÍA tan cruel: lideras con voluntad de acero el triunfo de la 60 Serie Nacional sobre la covid-19 y esta termina por vengarse, dejándonos sin tu presencia física.
¡De lágrimas! Dirías con una de esas frases muy tuyas que terminaron por ser nuestras y ahora resuenan con la tristeza a la que nunca le diste cabida, porque la alegría enriquecía el sentido de compromiso con que asumiste todas las misiones.
Lo saben tu familia y quienes te conocieron mejor, pero lo saben también “Pipo”, “Malanga” y los otros trabajadores del terreno espirituano José Antonio Huelga, a quienes acompañaste en riegos de mañana y tarde-noche para hacer de esa una sede mejor.
Y todos los miembros de una comisión nacional a la que llegaste con la humildad que te distinguió, para aportar una mirada renovadora pero inclusiva, desde la que se fraguaron avances que siempre acuñaste con el sello de la labor colectiva.
No fue difícil comprender que se equivocaban quienes apostaron por el fracaso de tu nombramiento. Tu pasión por el béisbol estaba en sangre, y los años de trabajo partidista en una Isla de la Juventud que hoy te llora, te dotaron de herramientas sobradas.
«Tenemos que sacudirnos de las “boberías” para concentrarnos en lo que decide en la conquista de los resultados que merece nuestro pueblo», repetiste sin cansancio, porque el intercambio franco igualmente enriqueció el alcance de tu labor.
En estos largos meses de postemporada, que ahora son un tesoro para quienes te acompañamos, te vimos dialogar con la misma motivación con directivos y aficionados, esclarecer, contactar a usuarios de las redes sociales e imponer disciplina sin abusar de tu autoridad.
Esa vocación por el intercambio signó la prioridad asignada al encuentro semanal con los reporteros, aunque jamás negaste otro espacio para estos, y el nivel de transparencia con que se gestaron otros proyectos son parte también de tu legado.
«Cuando enfrentamos a un rival en el extranjero, decide lo que hagamos sobre el terreno, y no muchos de los asuntos a los que a veces dedicamos demasiado tiempo», insistías también en medio del combate frontal contra vicios y criterios insustanciales.
No por gusto bastó tan poco tiempo para ser tan reconocido. No en balde, además del dolor irreparable por la muerte que no merecías, entristece lo que esta impacta en tantos planes y proyecciones que se fraguaban desde tu ímpetu indetenible.
Lo sabemos quienes nos mantuvimos en contacto contigo hasta que la enfermedad lo permitió, recibiendo sugerencias y análisis emergidos de tu permanente monitoreo de las redes sociales de internet, para incorporar saberes o rebatir injurias.
Mucho enseñaste en menos de dos años. Horas antes de que la pandemia te enviara al hospital, defendiste que la decisión sobre el director del Cuba al torneo preolímpico de las Américas imponía un encuentro cara a cara con los implicados, y ya en cama abogaste por ese paso aunque no pudieras estar.
Nunca apostaste por prescindir de alguien como la solución inicial a los problemas, incluso cuando otros pensaron lo contrario, y asignaste lugar a los detalles.
De ahí la presencia de nuestras glorias en las conferencias de prensa, la elección del pelotero de la semana, las flores que no faltaron en el Día Internacional de la Mujer, y tratar cada asunto en el espacio adecuado, con franqueza y orden.
Duro el reto que nos deja una partida tan desgarradora, pero ahí está también la grandeza de la obra.
¡Coño, Ernesto! Ahora mismo debía decirte descansa en paz, porque lo mereces, pero la quietud no tiene que ver contigo y estoy seguro de que donde estés continuarás hiperactivo, negado a bajar la guardia, ayudándonos a identificar las mejores decisiones.
¡Un abrazo, amigo!
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