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La Habana
Año 66 de la Revolución
Capablanca, a un siglo de su consagración en La Habana

Muchos le consideran uno de los más geniales monarcas de la historia del llamado Juego Ciencia.


Por: Eyleen Ríos López
(eyleen.rios@inder.gob.cu)
lunes, 8 de marzo de 2021 03:12 PM



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La Habana.- DIEZ años marcados por propuestas, negociaciones y varias posposiciones -no siempre justas- necesitó el cubano José Raúl Capablanca para proclamarse como tercer campeón mundial de la historia del ajedrez.

Aunque desde 1911 había enviado todas las señales necesarias para convertirse en retador del monarca regente, el alemán Enmanuel Lasker, demasiados inconvenientes se interpusieron en su sueño: desde sedes fallidas, bolsas de premios no consensuadas y hasta la I Guerra Mundial que paralizó a todo el planeta.

Finalmente, Capablanca se postuló para ocupar el ansiado trono en La Habana, entre marzo y abril de 1921, luego de cubrir un tortuoso camino. Cuentan que, luego de ganar el torneo de San Sebastián –uno de los súper eventos de la época–, el entonces joven trebejista envió una carta al alemán pidiendo conocer sus condiciones para aceptar el reto.

Era esa la práctica usual, pues todavía no existía la Federación Internacional de Ajedrez (Fide) y los monarcas tenían el derecho de exigir, según sus conveniencias, cómo poner “en juego” su trono.

Lasker, campeón desde 1894, accedió al duelo con la condición de que, si al término de 30 partidas la diferencia no era de más de un punto, él mantendría su corona. Para el cubano tal propuesta resultó inadmisible y quedó sin concretarse ese primer acercamiento en 1911.

Tres años más tarde irrumpió la guerra en el mundo, y las opciones para el esperado match debieron posponerse hasta 1920, cuando Capablanca relanzó su candidatura.

La historia recoge una carta en que Lasker cedía su trono sin necesidad de mover piezas. El veterano maestro consideraba que su impetuoso contrincante debía ser coronado, pero la famosa misiva se demoró un año en “cruzar” el Atlántico y, según cuentan, llegó cuando otros planes estaban en marcha.

Además, orgulloso y consciente de sus posibilidades, para el cubano era inadmisible tal propuesta. Ganar el cetro enseñando su arte era la única posibilidad que valoraba, por lo que agenciarse el título sin esfuerzos nunca fue una opción.

En medio de ese panorama, ambos jugadores aceptaron jugar y varios clubes del mundo se interesaron en acoger el match. El Manchester Chess Club, de Nueva York, propuso celebrar jornadas de cinco horas de juego, algo que a Lasker le resultó demasiado agotador y beneficioso para su contrario, en plena juventud.

Luego, con Chicago como sede, no se logró reunir la bolsa de premios prometida: 20 mil dólares; y el Club Argentino demostró interés como anfitrión, pero tampoco se llegaron a acuerdos concretos.

Fue otro “cubo de hielo” sobre las esperanzas de Capablanca, pero no todo estaba perdido, pues tomaron carta en el asunto figuras importantes de la aristocracia habanera de la época.

El doctor Alberto Ponce logró sensibilizar a quienes podían aportar a la causa y se reunieron 36 mil pesos para los gastos y premios. Se acordó además que sería campeón el primero en ganar ocho partidas y en caso contrario se declararía vencedor al de mayor puntaje al cierre de 24 encuentros.

Las sesiones serían de cuatro horas por jornada, con controles de 15 jugadas como mínimo por hora y las partidas comenzarían a las 9 de la noche, cuando el clima era menos agobiante para el europeo.

El Unión Club, situado entonces en la intercepción de las calles Virtudes y Zulueta, acogería la disputa, contando con el apoyo del Club de Ajedrez de La Habana, una institución con experiencia en este tipo de matches, pues albergó los duelos por la corona mundial entre William Steiniz y Mijail Chigorin en 1889 y 1892.

El 15 de marzo de 1921 se vivió por fin el primer duelo del histórico match. Capablanca llevó piezas blancas en el debut y fueron tranquilas las primeras cuatro partidas, finalizadas en tablas. En la quinta llegó la primera victoria del caribeño.

Cuatro igualdades antecedieron al nuevo triunfo del cubano en la décima, superioridad que repitió en la siguiente partida. Parecía que el triunfo del anfitrión era inevitable, pero otras dos tablas extendieron el suspense hasta el decimocuarto cruce, marcado por un fatal error de Lasker.

El 21 de abril Lasker envió una carta informando al árbitro su abandono y por consiguiente la coronación de Capablanca como tercer campeón mundial de la historia.

De esa manera se concretó un hecho hasta hoy inédito, pues ningún otro latinoamericano ha conseguido semejante distinción y no se vislumbra que alguno pueda lograrlo en un futuro cercano.

Capablanca conservó el cetro hasta 1927, cuando lo cedió al ruso-francés Alexander Alekhine. Su figura no solo trascendió por su condición de campeón, pues su manera de encarar el juego resulta estudio obligado para quienes le sucedieron. 

Muchos, incluso, le consideran uno de los más geniales monarcas de la historia del llamado Juego Ciencia.

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