La Habana.-  CUANDO hablas de jugar ajedrez piensas en el tablero de 64 casillas y 32 piezas divididas entre colores blanco y negro. Dos bandos se enfrentan en una batalla mental con el único objetivo de dar mate al rey contrario.

Ese es, en esencia, el principio de un deporte con siglos de evolución y reconocido entre los más populares del planeta, regido por la Federación Internacional de Ajedrez (Fide) que acoge a 195 países.

Cuenta con campeonatos mundiales, muchísimos torneos internacionales e incluso se sueña con que alguna vez forme parte del programa olímpico.

El número de partidas jugadas resulta incalculable, las bases de datos recogen millones y la teoría del ajedrez pudiera parecer inagotable. Cada vez surgen nuevas ideas que evolucionan a un ritmo “feroz”, en especial desde que los programas informáticos apoyan el estudio.

Sin embargo, muchos insisten en que ese caudal de ideas se agotará un día. Adelantan que en un panorama cada vez más “estudiado” no quedará margen para la imaginación y proponen modificaciones a las reglas existentes.

Una reciente la plantea el ex campeón mundial ruso Vladimir Kramnik, consistente en prohibir la movida conocida como enroque. Para los menos entendidos vale explicar que se trata del movimiento mediante el cual intercambian sus posiciones el rey y una torre.

Puede ser enroque corto o largo, dependiendo del lado del tablero en que se ejecute, y tiene como objetivo supremo poner al rey en resguardo para alejarlo de posibles ataques enemigos.

Eliminar esa posibilidad cambiaría las concepciones establecidas en la actualidad, provocaría más creación entre los jugadores y sobre todo –según opina Kramnik en www.chess.base.com– disminuiría el número de partidas que terminan en igualdad.

Hasta el momento se han realizado pruebas con el programa informático AlphaZero, jugando con él mismo, y luego de millones de duelos se constató que el triunfo para blancas o negras es muy similar al lo sucedido en el ajedrez clásico, lo que sugiere que la variación no favorece a ningún bando.

Eso sí, se reconoce que evitar la “escondida” del rey en una de las bandas del tablero hizo las partidas más dinámicas y entretenidas.

Como dato adicional vale aclarar que no se trata de la primera propuesta de cambios para el llamado Juego Ciencia. Desde su mismo surgimiento se idearon formas de “mejorar” las reglas, pero casi ninguna perduró en el tiempo.

El cubano José Raúl Capablanca, tercer campeón mundial de la historia, ideó su variante. Proponía aumentar el tablero de 8x8 filas y columnas a 10x10, y sumar dos nuevas piezas: el canciller, que se moviera indistintamente como torre o caballo, y el arzobispo (alfil con caballo).

Incluso llegó a practicarlo con otros maestros de la época y se dieron interesantes posiciones, pero ahí quedó la idea. No prosperó y un siglo después el ajedrez sigue siendo el mismo, sin que se agote la creatividad.

Otra variación con más éxito es el Ajedrez Aleatorio de Fischer o Ajedrez 960, basado en sortear el ordenamiento inicial de las piezas. Solo los peones se mantienen en sus posiciones originales y el rey siempre debe quedar entra ambas torres para no desechar la idea del enroque.

El primer torneo con estas reglas se jugó en 1996 y lo ganó el húngaro Peter Leko. La rusa Alexandra Kosteniuk se convirtió en campeona mundial de la especialidad en 2006, y en 2019 el estadounidense Wesley So se coronó en el primer certamen de este tipo avalado por la Fide.

De cualquier manera, a las ideas de Kramnik, Fischer, Capablanca y otros les ha faltado “pegada”. Por lo pronto, el ajedrez sigue siendo como lo conocemos, atractivo e ideal para todas las edades y escenarios.