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La Habana
Año 66 de la Revolución
Siempre Stevenson

A ocho años de su partida física, JIT recuerda al mejor púgil no rentado de todos los tiempos.


Por: Roberto Ramírez
(roberto.ramirez@inder.gob.cu)
jueves, 11 de junio de 2020 03:32 PM



Foto: JIT Colaborador

La Habana.- EL CORAZÓN que nunca flaqueó sobre el ring se empeñó en detenerse, y el 11 de junio del 2012 sus seguidores lloraron la pérdida del más grande boxeador amateur de todos los tiempos.

Nacido el 29 de marzo de 1952 en Puerto Padre, en la oriental provincia de Las Tunas, Teófilo Stevenson Lawrence deslumbró a base de técnica, elegancia y pegada demoledora, pero fue también caballeroso, sencillo y cubano orgulloso de los suyos.

La afición aplaudió sus triunfos y reconoció la humildad con que realzó un desempeño capaz de embelesar a los muchos buscadores de talentos incapacitados para entender por qué renunciaba a millones de dólares por mantenerse fiel a Cuba y a Fidel.

El hijo de humildes emigrantes llegados desde San Vicente y San Cristóbal asaltó la élite de la división supercompleta tras lógicos tropiezos, incluido su revés ante el estadounidense Duane Bobick en las semifinales de los Juegos Panamericanos de Cali 1971.

El norteño, conocido como la “Esperanza Blanca”, llegó favorito a la cita olímpica de Munich 1972, en busca de un oro que terminara de catapultarle al profesionalismo, como hicieron antes sus compatriotas Joe Frazier (Tokio 1964) y George Foreman (México 1968).

Teófilo debutó en suelo germano como victimario del polaco Ledwik Denderys, a quien despachó por RSC en el primer acto, y quiso el sorteo que después volviera a vérselas con Bobick en pleito signado por su aspiración de desquite.

Contrario a lo pronosticado por muchos, este se concretó por la vía del RSCH en el tercer segmento, y desde entonces nadie puso en dudas las posibilidades del caribeño, ya poseedor de bronce y convertido en la gran noticia del torneo.

«Si con Bonavena (Oscar) yo me busco 100 mil o 200 mil dólares, a ti te veo como un saquito verde de millones», le dijo el apoderado del argentino en medio de una avalancha de ofertas que incluyeron pelear con Frazier por un montón de dinero.

«Prefiero el cariño de ocho millones de cubanos», sentenció el astro, verdugo en semifinales del local Peter Hussing (RSC-2) y llegado al cetro sin que el lesionado rumano Ion Alexe escalara al encerado.

Su quehacer le hizo merecedor de la Copa Val Barker, destinada al más técnico del evento, y devino inicio de un encumbramiento matizado por otros dos reinados consecutivos bajo los cinco aros.

Viajó a Montreal 1976 dotado de la que varios especialistas consideran la mejor forma alcanzada durante toda su carrera, y lo sucedido permite considerarlo cierto, porque ganó sus cuatro combates antes del límite y solo su último rival le llegó al tercer capítulo.

Fue el rumano Mircea Simon, quien terminó impactado por un derechazo que provocó el lanzamiento de la toalla desde su esquina mientras Foreman se deshacía en halagos como comentarista de la cadena ABC.

La trilogía dorada se completó en Moscú 1980, donde selló su labor con victorias sobre el húngaro Istvan Levai (5-0) y el anfitrión Piotr Zaev (4-1) tras celebrar dos créditos por fuera de combate.

Entonces igualó al húngaro Laszlo Papp, quien se había impuesto en las ediciones de Londres 1948 (75 kg), Helsink 1952 (71 kg) y Melbourne 1956 (71 kg) erigiéndose iniciador de un palmarés solo repetido después por el también cubano Félix Savón, rey de los 91 kilos en Barcelona 1992, Atlanta 1996 y Sydney 2000.

El “Teo” accedió igualmente a tres fajas mundiales: La Habana 1974, Belgrado 1978 y Reno 1986, donde conquistó la Copa Russell al mejor de una cita que algunos le vaticinaron adversa.

Fue doble campeón en Juegos Panamericanos (México 1975 y San Juan 1979), y en Juegos Centroamericanos (Santo Domingo 1974 y La Habana 1982), y le dijo adiós a la vida consolidado como uno de los hitos del deporte cubano.

«Defendió con pasión la Revolución de que fue fruto, amó profundamente a su familia y hablaba como de un gran padre cuando se refería al Comandante en Jefe Fidel Castro», dijo en el sepelio del gigante el entonces presidente del Comité Olímpico Cubano, José Ramón Fernández.

«Le tendremos siempre como compañero de batallas, dispuesto a seguir compartiendo el rumbo que él marcó con su amor y lealtad», sentenció aquella tarde calurosa, en el habanero cementerio de Colón, donde centenares de admiradores dieron continuidad a las muestras de cariño profesadas durante todo el velatorio del astro.

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