La Habana.- SU NOMBRE aparece entre los primeros cuando de las bases del ajedrez cubano se habla. Sin embargo, no sucede con la fuerza que debería, tomando en cuenta que Eleazar Jiménez es una de las figuras imprescindibles en esta historia, aun cuando su obra se desconoce bastante.

Por eso vale el intento de recordar hoy, en el aniversario 20 de su fallecimiento, al primer cubano con un título internacional tras el genial José Raúl Capablanca. Oportuno, además, volver a un hombre parte de aquel ajedrez de los primeros años de la Revolución, y quien se mantuvo siempre fiel a la causa.

Avileño de nacimiento e iniciado en el Juego Ciencia por su padre Tomás Jiménez, en la academia que este poseía en casa, Eleazar fue cuatro veces campeón nacional, lideró los equipos olímpicos durante la década de 1960 y los primeros años de la siguiente, y acumuló triunfos ante estrellas de la época.

Conocedor profundo de la teoría, se caracterizaba por un juego sólido y devino en rival difícil de vencer, al punto de no sufrir derrotas en certámenes nacionales entre 1960 y 1970. Fue el luego Gran Maestro Román Hernández quien le rompió la racha, cuando ya rondaba los 96 cotejos sin caer.

Su accionar fuera de la Isla incluyó los torneos interzonales, para ese entonces parte del ciclo hacia el campeonato mundial. También logró éxitos en eventos zonales y otras competiciones internacionales, en que se midió a verdaderos “monstruos” del momento.

Vasily Smyslov, Paul Keres, Lajos Portish y Bent Larsen estuvieron entre sus derrotados en alguna ocasión, y disfrutó tablas contra Boris Spasky y Viktor Korchnoi, además de llevarse tres legendarios empates —en cuatro partidas— frente al polémico estadounidense Bobby Fischer.

Conoció y compartió con Fidel y el Che en los torneos Capablanca in Memoriam, y fue pilar del equipo nacional que accedió a la final de la Olimpiada Mundial de La Habana 1966.

A mediados de los años 70 del pasado siglo su nivel de juego comenzó a descender. Con más de 40 años de edad (había nacido en junio de 1928), la energía para enfrentar el ajedrez competitivo no era la misma.

Entonces se dedicó por una temporada a la presidencia de la Federación Cubana de Ajedrez. Se convirtió en uno de los principales impulsores del debut del equipo femenino en la Olimpiada Mundial de 1984, y prestigió como profesor a la cátedra de ajedrez de la Universidad de La Habana

«Fue un lujo tenerlo como maestro. Me enseñó ajedrez, me dio técnica, me instruyó. Pero hizo de mí alguien que hasta entonces no era. Me forjó como persona y me mostró que el conocimiento, eso que enriquece al ser humano, no se atesora, sino que se comparte con tus alumnos, que luego lo harán con sus propios alumnos. Un hombre honesto. A decir de Hilda, buen esposo. Para Telma y Raúl, buen padre. Buen amigo, como dice el poeta, en el buen sentido de la palabra... bueno», así lo describió desde el recuerdo Vivian Ramón, primera Gran Maestra de Iberoamérica.