Sancti Spíritus.- YA NOS habían advertido lo difícil que sería encontrarla tras el buró de la oficina, y fue precisamente ese el único lugar del Polideportivo Yayabo que Rosa Elena Alba Caballero no nos enseñó.

A la directora de la instalación insignia del deporte espirituano no le gustan los formalismos, prefiere “tocar” con las manos cada detalle. Por eso no extrañó hallarla repartiendo merienda a los participantes en una reunión organizada en uno de los salones del recinto.

Rosa Elena lidera a 32 trabajadores desde el año 2015, pero prefiere otra fecha como punto de partida para este diálogo, ya que asegura formar parte del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder) desde los siete años de edad.

«A esa edad comencé, por equivocación, como atleta de tenis de mesa. Quería ser gimnasia, era delgada y tenía cualidades, pero no había matrícula…», recuerda en los primeros compases de una conversación que permitió conocer a una de las tantas mujeres que andan detrás de los buenos resultados del deporte cubano.

Su historia incluye la graduación como Licenciada en Cultura Física, un título nacional universitario de judo; practicar boliche, trabajar como entrenadora de patinaje y el enfrentamiento a la furia y las consecuencias de un ciclón insolente llamado Irma, capaz de destruir gran parte de la instalación que dirige.

Para su suerte –y la de quienes la conocen– Rosa Elena es una mujer fuerte y dos años después de aquel suceso la sala Yayabo luce mejor, tiene cierto “toque” femenino y sus trabajadores la cuidan porque sintieron la pésima sensación de verla en ruinas.

«Esto quedó sin techo y lo peor fue que comenzó a llover: el agua llegó al tobillo, pudrió los falsos techos, fue una pesadilla aquella noche. Mi sensación fue estar en un vagón de tren con la locomotora pasando por encima», narra sobre aquel día de septiembre del 2017.

«El capitán no abandona el barco, pasé esa noche aquí. Realmente no sé qué haría si sucediera algo así de nuevo», asegura mientras vagan por su memoria las imágenes de lo vivido.

La peor tarea llegó luego: enfrentar la recuperación de un sitio enorme, con un tabloncillo de baloncesto, gradas, salones de judo, gimnasia artística y cultura física, más varias oficinas, baños, pasillos y áreas exteriores.

«Primero entraron las planchas del techo y eso se convirtió en la luz de lo que se avecinaba… Tuvimos todo el apoyo del gobierno, del Partido y, claro está, de nuestro organismo. Esta fue la obra de un colectivo. Me tocó estar al frente, pero no al “frente” detrás de un buró, sino con la escoba en la mano, alcanzando tornillos y cargando planchas…», recuerda.

Salvar las pizarras electrónicas, desenredar una madeja de cables eléctricos y descubrir el enorme nido de comejenes que dañó partes del tabloncillo estuvieron entre los tropiezos enfrentados durante el período que requirió devolver la vitalidad al centro.

Entre los logros de los que se siente orgullosa están el tapiz para la gimnasia y los baños originales (1991) aún en funcionamiento, pero sobre todo el compromiso de quienes le acompañan día a día y se sienten igual de comprometidos.

«El tapiz lo cosió un abuelito, pero todos ayudamos a moverlo para que pudiera darle las ocho costuras que llevaba. Por eso un taller pretendía cobrarnos tres mil pesos», rememora.

«El profesor del gimnasio de cultura física utilizó partes del destruido techo para armar equipos e idear algunos aparatos. Otro abuelito arregló los baños», reconoce con satisfacción por el nivel de respuesta obtenido.

Rosa Elena sabe que falta mucho. No todo está como lo sueñan y varias cosas escapan de sus manos y necesitarán apoyo económico. Por lo pronto seguirán “tirando” hacia delante con lo existente.

«No queremos estancarnos, sino avanzar y que lo hecho se convierta en cotidiano. No se trata de arreglar para una visita. La mayor satisfacción tiene que ser cuidar esta instalación, colocada en nuestras manos por la Revolución desde hace casi 30 años», confiesa con la sonrisa y el brillo en la mirada que le acompañan siempre que habla de su otra casa, esta sala que una vez quedó en ruinas y ya brilla para bien del deporte cubano.