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Deportes, Educación Física
y Recreación INDER
DOMINGO 5
MAYO, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
José Manuel Cortina
Confesiones de un artista del pitcheo

«El beisbol es un deporte tan complejo que debes saber todo porque cada cosa guarda un vínculo», asegura.


Por: JIT Colaborador
sábado, 7 de octubre de 2023

Trayectoria...

Lanzador en su etapa juvenil aunque jugó primera base en series nacionales. Uno de los técnicos de pitcheo más reconocidos en Cuba, ayudó en la preparación de ese apartado al equipo que participó recientemente en el Clásico Mundial de Beisbol.

En la actualidad...

Entrenador de pitcheo de los equipos de beisbol de Pinar del Río.


JOSÉ Manuel Cortina lleva tanto tiempo vinculado al beisbol que cualquiera pensaría que siempre estuvo ahí.

Debió hacer historia entre los lanzadores del panteón excelso y venerado de Pinar del Río, pero una lesión le restó la fuerza que sí le ha sobrado para quedarse vinculado a la pelota. 

Preso de esa devoción buscó alivio en la primera base, en que llegó a las series nacionales, pero la vocación le llevó a arreglar brazos más por empatía que por providencia.

«Lo que mucha gente no sabe es que fui lanzador. Como me recuerdan en primera base, desconocen que antes sufrí una lesión que me alejó del montículo. Por eso me dediqué a arreglar brazos, porque no tuve nadie que lo hiciera por mí», aclara con vehemencia.

Su lenguaje tropeloso se auxilia en la ceja levantada, el ceño se frunce una vez, se repliega luego, las manos enormes revolotean, cruza los pies y los lanza delante del sillón abruptamente.

Resulta un espectáculo verle disertar casi de cualquier cosa. Sus cuerdas vocales quedaron truncas en una batalla, la más feroz que enfrentó, una contra la muerte misma que amenazó en forma cáncer, pero la dramaturgia del buen orador y su puesta en escena reclaman la atención. Envuelve.

Cuenta con arte de historiador cómo la influencia norteamericana de principios del siglo pasado, en el entonces cosmopolita municipio del norte de Pinar del Río, Minas de Matahambre, dejó una peculiar afición por el beisbol, que se equilibraría luego al resto de los territorios con la masificación del deporte.

Por eso salieron de la montaña importantes novenas y jugadores estelares, como granos en una espiga. De ahí también emanó Manolo, heredero de la tradición y de genes particularmente dados a practicar ese deporte…

«Ver a mis tíos y a mi padre jugar pelota me metió en la sangre esas ganas de hacerlo», confiesa como adicto a una droga. Reconoce resignado que no disfrutó de la misma manera el cojín de la inicial que el rejuego obstinado de retar bateadores con el brazo y el pensamiento.

Precisamente la resignación le llevó a convertirse en uno de los más avezados entrenadores cubanos de cualquier tiempo. En la anécdota sale de sí, se pierde entre terrenos de Las Minas que de Italia o Panamá. Suelta uno tras otro axiomas del beisbol que parecen olvidados para algunos.

«El pítcher tiene que saber en qué zona es difícil batear, qué velocidad tirar, cambiar el ritmo, se trata de romper la sincronización al bateador. Por eso debe saber batear y eso no lo digo yo, lo dijo Willie Mays hace 40 o 50 años», apunta.

Su éxito no tiene secretos, es un estudioso del beisbol: «cuando comencé a entrenar me fui para el Fajardo a estudiar morfología. Uno tiene que conocer siempre qué está haciendo», reconoce.

«Hay que observarlo todo, a veces la improvisación y el entusiasmo nos privan de ver algunas cosas que están frente a nosotros. En ocasiones observo un lanzador y le explico que cuando pasa de tantos segundos en la parada de estabilidad no da strike. Eso es fácilmente medible y observable, pero todavía nos sorprenden cosas sencillas», se queja.

El diálogo ineludiblemente se adentrará en el profundo micromundo del beisbol, como si estuviera condicionado a disparar pensamientos útiles cada vez que alguien le atiende.

Le cuestiono sobre la evolución de la pelota en Cuba, a veces no tan favorable como podría esperarse, a pesar de que el fenotipo del cubano no cambió, ni su actitud para jugar.

«Es que perdimos el rigor», sentencia antes de matizar… «A Pestano alguna vez le dije que se ponía muy lejos de home para recibir y me dijo que lo iban a matar por el double swing, y es cierto».

«Ese error modifica el juego totalmente. Un receptor que se atrasa un pie en el plato, huyendo del double swing, limita sus oportunidades de poner outs en segunda, donde los bateadores se sacan por un pie, el foul tip tiene más distancia para salir del rango de captura, la curva debe tirarse más alta, etcétera», diserta.

«Este es un deporte tan complejo que debes saber todo porque cada cosa guarda un vínculo. Estuve obligado a aprenderme todas las reglas porque trabajé con el arbitraje en algún momento… Mira, esa regla del double swing, que no aplicamos, deriva en deficiencias técnicas», señala.

Luego pone su dedo apuntando a los lanzadores: «deben estudiar más, atender mejor lo que están haciendo, se pitchea con el brazo y con la mente».

«En 1998 estuve trabajando para recuperar el brazo de José Ariel Contreras. Le pregunté cuál pensaba que era su mejor lanzamiento y me dijo que el tenedor. Le respondí que no, que su mejor lanzamiento era la recta. Diecisiete años después nos encontramos y, luego de ganar un anillo de serie mundial en la MLB, me dio la razón», narra.

«Puedes preguntarle a Casanova para que lo escuches decir que el lanzamiento más difícil de batear es la recta porque tienes menos tiempo para coordinar el bateo», agrega.

Sorprende que, dueño de tantos conocimientos, han contado poco con él para las selecciones nacionales. Ante esa idea, devuelve un cuestionamiento retórico: «Todavía no entiendo cómo, con el 80 % del staff de pitcheo del equipo Cuba ocupado por pinareños, nunca fui llamado a una selección nacional. Algo debí hacer bien cuando después de trabajar en la recuperación del brazo de Rogelio García tirara dos juegos sin jits ni carreras y regresara al equipo Cuba».

Eso no quiere decir que no encuentre reconocimiento a su labor… Que el lanzador camagüeyano José Ramón Rodríguez lo trate de padre es uno de sus mayores tesoros, por ejemplo.

En verdad, se reconoce rebelde y en ocasiones irreverente. Una vez alguien le dijo que en el tiempo de Batista hubiera sido terrateniente y le respondió: «si hubiera tenido tu edad sería comandante de la revolución, porque me hubiera alzado contra la injusticia».

Otra vez un director dijo en plena zafra de caña a sus subordinados, al llegar al campamento, que se verían después. Le preguntó que si ese después significaba cuando se acabara el corte…

«Era un tipo muy serio y solo preguntó mi nombre. El lunes bien temprano me mandó a buscar y me apartó un surco al lado del suyo. Me dio una gran lección de respeto porque era un hombre mayor de gran entereza. De esos ejemplos aprendí y los tengo en mi memoria», relata.

«Nunca tuve ni tengo miedo de que me digan contrarrevolucionario, porque no lo soy. Tengo amigos que piensan diferente y los respeto, no los odio porque no sé odiar. Sin embargo, me he ganado el respeto y delante de mí nunca podrán ofender a mi patria, no lo han hecho», reflexiona más allá de la pelota.

«Quizá a los que me tiraron a un lado debo agradecerles mis estudios, porque soy un tipo que no se rinde. No lo hice cuando me dio cáncer en 2006. Me han obligado a convertirme en un estudioso del beisbol», espeta lacónico, casi desafiante.

Y vuelve a recordar que también siente el reconocimiento de quienes le contactan para consultarle desde lejos. Recuerda con emoción cuando el hoy presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, le llamó para invitarle al juego de la selección cubana contra el Tampa Bay Rays de la MLB.

Se afana de apoyar al equipo que obtuvo el cuarto lugar en el Clásico Mundial de Beisbol 2023, y hasta alardea de que le dijo al mánager cubano que el lanzador para tirar el partido ante Países Bajos debía ser Yariel Rodríguez, mientras lo recuperaba de algunas dolencias que hacían dudar a otros de su participación.

Cortina piensa que la sabermetría cobrará un precio alto al beisbol, pues limita el desarrollo de las habilidades del jugador. Se horroriza cuando escucha el término beisbol moderno: «No existe tal cosa, las reglas son las mismas y sus fundamentos no han cambiado».

Espero que en cualquier momento enarbole la historia que lo vincula con Mariano Rivera, para muchos el mejor cerrador de todos los tiempos en las Grandes Ligas y único expelotero inscrito en el Salón de la Fama de Cooperstown con el voto unánime de los especialistas.

Por modestia elude algunos particulares, pero accede a narrar los hechos… «Yo me encontraba trabajando en Panamá y me encuentro con muchachos de mucho talento, entre ellos Mariano Rivera, quien jugaba el campo corto. Noté su potencia en el brazo y comencé a trabajar con él como lanzador luego de convencerle de cambiar de posición. Después de su exaltación a Cooperstown dijo, alguna vez en una entrevista, que me debía su carrera deportiva. Yo no pienso así, se la debe a su talento, a su manera de ser tan profesional y educada, a su decencia, a su entrega», apunta con la admiración brotando de sus poros.

Se declara orgulloso de haber trabajado con lanzadores excelentes como Jesús Guerra, Julio Romero, Reinaldo Costa, Rogelio García, José Ariel Contreras, Pedro Luis Lazo, Raidel Martínez, Dani Betancourt, Félix Pino y Carlos Yánez, a quienes alguna vez entrenó o ayudó a recuperar sus brazos.

Pero se confiesa admirador de uno que, por su tenacidad, su energía y su autovaloración, supo cautivarlo: Juan Carlos Oliva. «¡Se sentía un gigante en el box!», exclama.

Observo una foto de Fidel que acompaña sus mejores recuerdos. Justo al lado hay una placa que le enviara Mariano Rivera y una pelota firmada. Me aflora un pensamiento hecho pregunta: ¿por qué no se fue de Cuba?

«A pesar de algunas inconformidades, nunca me fui de mi país por fidelidad, sobre todo a mi mamá, muy fiel a Fidel Castro», resume sin pensarlo un segundo. 

Luego minimiza cualquier frustración con esa frase que es mantra y motor de toda su existencia: «Yo no me rindo nunca. Bajé de 95 a 52 kg por el cáncer. Cuando muchos creían imposible que me recuperara, comencé caminando dos metros hasta la puerta y luego otros dos hasta marearme, pero siempre regresé y volví a intentarlo. No me morí por las ganas que tenía de vivir. Nunca me rendí ni pienso hacerlo», apuntala.

Después de un testimonio de tal magnitud uno quiere saber qué le falta por hacer al “Artista”, como le llamó Juan Castro.
«Si te dijera que tengo la ilusión de hacer un equipo Cuba te mentiría, esa la perdí porque tengo 72 años de edad. Me falta ayudar en muchos brazos y seguir disfrutando el mejor reconocimiento que es ver triunfar a los que un día serví», expresa pausado.

¿Y hasta cuándo lo va a hacer? Pregunto finalmente… «Hasta que me muera», concluye.

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