Santiago de Chile.- DOS ARQUEROS cubanos desafían las bajas temperaturas cada mañana en la ciudad deportiva de la Universidad de San Sebastián en esta capital. 

Desandar los mil accesorios de un implemento seducido por los adelantos tecnológicos y la modernidad implica el primer ejercicio para resistirse a la inmovilidad a que invita la neblina espesa que baja a la falda de la cordillera andina que les rodea.

Sin tiempo para detenerse a contemplar los picos nevados a sus espaldas, organizan cada pieza. Cualquiera pudiera pensar que se trata de artilugios si no entiende la funcionalidad de cada pieza.

Alex Manuel Capó y Leidys Posada no tienen intención de regodearse en razones que les inviten a parar. No lo hicieron antes, cuando las circunstancias menos esperadas les cambiaron de golpe la línea de sus vidas hacia otros carriles. 

Por más que se intente forzar el relato novelesco, distan las historias de estos jóvenes del testimonio lacrimógeno que despierta la compasión. Más allá de la determinación de tomar cualquier adversidad como un nuevo punto de partida, no tienen mucho de singular. 

Eso hicieron... Ajustaron sus vidas como la mira de sus arcos al alba de una ciudad apacible y silenciosa. Ponen sus ojos sobre la diana y disparan con tanta precisión como pueden a 20 metros, y luego incrementan la dificultad hasta los 70.

Leidys es tímida, pero tiene una sonrisa que invita a la alegría. No desperdicia palabras, acierta con contundencia si se le interroga. Acaba de discutir su tesis de grado para la Licenciatura en Turismo y desde hace un año practica el tiro con arco.

«Esto es un gran reto, lo asumo con mucha actitud, estoy muy motivada», dispara como si buscara la medalla de oro de la determinación y el coraje.

Aproximadamente un año atrás también comenzó Manolito a lanzar flechas hasta la diana. Quien le aborde notará la nobleza que parece cultivarse mejor en su Pinar del Río natal.

Poco tiempo antes de llegar al tiro con arco perdió una de sus piernas en un terrible accidente de tránsito. Sin embargo, no eligió las lamentaciones, sino buscar soluciones para la nueva condición.

Cambió el pedal de las velocidades de su motocicleta con la destreza y la inventiva de cualquier ingeniero mecánico. Adaptó una silla giratoria y volvió tan pronto como pudo al taller de mecánica que sirve como sustento de su familia.

El tiro con arco no fue un refugio para evadir. Nunca antes practicó deportes, como su compañera, mas justo es decir que sirvió como puerta de salida a nuevas oportunidades.

Ambos crecen bajo la tutela sabia de Juan Carlos Stevens, acaso uno de los mejores arqueros cubanos de todos los tiempos, quien se ufana de que en poco tiempo aprendan los difíciles artes de la precisión. 

Stevens no tuvo reparos en aceptar el reto que le propusieron, atinadamente, tras su retiro como atleta. Confiesa que aprende de ellos como el primer día: de la voluntad y de la superación, pero también de la disciplina y el denuedo.

Sabe que no llegaron a los VII Juegos Parapanamericanos a perseguir una medalla. Los rivales prometen hacerles difícil el torneo.

Sin embargo, también conoce que en poco tiempo llegaron aquí y recuerda que la madre de Leidys necesitó esperar hasta la despedida en el aeropuerto para despejar las dudas de que era posible.

Si el vertiginoso ascenso de ambos les hará debutar en una competencia de tal magnitud, pensar que eso será todo desemboca en equivocación de plano.

Aquí están ambos con tantos deseos e ilusiones como se puede, seguros de que lo mejor está por venir y de que no alcanzan las medallas para premiar la persistencia y las ganas de vivir intensamente.

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