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JUEVES 25
ABRIL, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Ana Fidelia Quirot Moret
Campeona de la vida

Dos veces medallista olímpica y con par de coronas mundiales es una de las inscritas a base de mucho corazón entre los imprescindibles del deporte cubano.


Por: Eyleen Ríos López
(eyleen.rios@inder.gob.cu)
lunes, 11 de enero de 2016

Trayectoria...

Oro mundial en los 800 metros de Gotemburgo 1995 y Atenas 1997, bronce olímpico en Barcelona 1992 y plata en Atlanta 1996. Varias veces atleta del año en Cuba y Latinoamérica.

En la actualidad...

Trabaja con la comisión nacional en la promoción del atletismo.


ES DIFÍCIL resumir la trayectoria de una mujer como Ana Fidelia Quirot. Ejemplo dentro y fuera de las pistas, rindió al mundo al ritmo de sus pasos y la espectacularidad de sus remates, y generó especial admiración cuando ganó el mayor de los retos: el de la vida.

Miembro de una familia muy deportiva y llegada al atletismo como muchos niños en Cuba, gracias a la labor de los profesores de educación física, asumió con entereza los sacrificios y disfrutó la felicidad de ganar dos oros mundiales y otras tantas medallas olímpicas.

Un título bajo los cinco aros fue quizás su única meta no satisfecha, pues sabe que tenía para conseguirlo, sobre todo cuando el deporte cubano se ausentó justificadamente de esos escenarios en 1988, pero ello nunca le quitó el sueño.

Las huellas que subsisten son recordatorio de aquel día fatal de enero de 1993, pero también se erigen símbolo de la grandeza con que asumió las quemaduras que casi le costaron la vida y terminaron por afianzar su humanismo y el sentido de cada decisión tomada desde entonces.

Se dedica con devoción a sus dos hijos, derrocha ternura cuando es “asaltada” por niños que le reconocen y es dueña de una dulce sonrisa que regala a todo el que se le acerca para conversar, saber de ella o simplemente estrecharle la mano.

Así es esta santiaguera nacida hace casi 53 años en Palma Soriano e inscrita a base de mucho corazón entre los imprescindibles del deporte cubano.

JIT la visitó una mañana en que la conversación nos regresó a historias que volvieron a parecer nuevas, contadas con tranquilidad en el patio de su casa, donde flores y árboles frutales resultan evocación de sus orígenes campesinos.

Un padre boxeador, dos hermanos baloncestistas y un inicio también ligado a ese deporte... ¿Por qué el atletismo?

Un día nos llevaron a un centro deportivo para hacernos pruebas de eficiencia física, y me dicen que corriera 20 metros. Entonces el ya fallecido José Luis Arañó le enseñó el tiempo que realicé a quien luego fuera mi primer entrenador, Juan Heredia Salazar, y a partir de ahí se dio a la tarea de hablar con mi mamá para que me permitiera practicar atletismo. Recuerdo que yo no era muy constante asistiendo al área y todas las noches el entrenador iba a hablar con mi mamá, me enamoraba llevándome algún short, los pinchos y otras cosas para que me embullara, pero iba un día y me perdía dos, aunque en algunos eventos le ganaba a rivales de más edad, y de esa manera empecé a tomarlo más en serio.

¿Y cuándo La Habana y la preselección?

A los 12 años asistí a un campeonato internacional en Hungría y fui la única niña del equipo cubano que logró medalla, bronce en 60 metros por detrás de dos alemanas, todavía en pista de arcilla. Al regreso entré en la EIDE de Santiago de Cuba, ya más concentrada, y en 1978 implanté récord nacional juvenil en 400 metros con 54.74 segundos en el Memorial Barrientos, en el propio Santiago. Fui cuarta en una carrera ganada por Aurelia “Yeya” Pentón y me escogen para el relevo de los Juegos Centroamericanos con solo 15 años.

¿Cómo eras de atleta?

Sobre todo perseverante y disciplinada, siempre trataba de llevar a cabo las tareas y metas trazadas por mis entrenadores, y digo entrenadores porque fueron varios. Trataba de cumplir las intensidades entre el 95 y 98 por ciento para tener un buen resultado y llegar al final de la temporada como si fuera el comienzo. Creo que eso desempeñó un papel fundamental en mí. También el respeto y la admiración que sentí por todos mis entrenadores, algo que creo perdido hoy en día, cuando no siempre existe esa química entre entrenador y atleta.

Háblame de Blas Beato...

Estuve bajo su tutela desde 1979 hasta 1992, cuando falleció, y fue una escuela. Inspiraba respeto, guiaba en todos los sentidos, fue muy preocupado por las relaciones que uno comenzaba y se mantuvo al tanto incluso luego de casada, lo mismo que en nuestra manera de comportarnos, de vestirnos... Era un entrenador que educaba integralmente, exigía leer, estar informados, y todas las semanas organizaba círculos políticos, debates... Por eso sus atletas le debemos no solo la formación como deportistas, sino también como personas. Blas merece un libro con sus vivencias, sus anécdotas... Pueden preguntarle a Leandro Civil, Roberto Hernández, Lázaro Betancourt, y todos hablarán de momentos inolvidables, de su forma de expresarse, de comportarse. Se enteraba de todo lo que hacíamos, aunque no estuviera, y nos educó de tal manera que a veces pienso que ojalá volviera a nacer para que muchas más personas pudieran disfrutar de su sabiduría.

¿Fue duro el cambio con Leandro Civil?

Leandro es de la misma escuela, y primero tuve la dicha de ser su compañera de equipo en los años 1978-79. Como entrenador conocía muy bien los métodos de Blas y mis características, y eso facilitó que no fuera un paso brusco. Analizó mis planes de entrenamiento, que por cierto todavía conservo, y respetó mucho lo realizado por Blas, aunque era más adelantado en cuanto a estudios y se apoyó mucho en la ciencia. Luego del accidente trabajó con los médicos del deporte, sobre todo con el ya fallecido Mario Granda, para no violar ningún proceso, y gracias a todo eso pude lograr los resultados que tuve junto a él, o sea coronarme dos veces campeona mundial, ser medallista de plata olímpica en Atlanta, casi repetir en 1997 mi mejor resultado, que databa del año 1989, pues tenía 1:54.24 minutos y corrí 1:54.84.

¿Era la de Seúl la Olimpiada para el oro?

Esas Olimpiadas iban a ser mías, y puedo decirlo sin temor porque les había ganado a todas las que llegaron a la final de los 800 metros y derroté dos meses antes en Bratislava a la campeona de los 400.

¿Por qué no más que bronce en Barcelona 1992?

Pensé que me iba a sacar la espina, pero llegó la enfermedad de mi entrenador, que no pudo acompañarme en la preparación en Europa y me dejó el plan con Irolán Echevarría. Y en abril de ese año me lesioné el abductor durante una base en México y no pude cumplir las intensidades y las cargas con los porcentajes a que estaba acostumbrada. Competí mucho menos de lo habitual para mí, pues lo hacía más o menos 15 veces antes del compromiso fundamental y llegué a Barcelona con solo un evento, en Salamanca. No podía trabajar el arma fuerte de mis entrenamientos, que era la velocidad, y quedé tercera.

Cuatro años después mejoras a plata en Atlanta, pero otra vez se hace esquivo el cetro...

Recuerdo que días antes estábamos en la pista de calentamiento y mucha gente se quedó con la boca abierta porque marqué 1:20.53 o 51 minutos en 600 metros, totalmente sola, y eso quería decir que pasando a 1:25 por ese tramo en la final iba a “beberme” a todo el mundo, pero hice una mala táctica y los errores se pagan. Me dejé encerrar por la rusa Svetlana Masterkova, su compañera y una alemana que se unieron, y yo era sola, era Ana Fidelia contra el mundo. La Masterkova tenía a la Afanasyeva, y el plan fue que esta corriera para ella, así que en los últimos 150 metros no sabía por dónde iba a salir, iba totalmente detrás y se me adelanta por fuera la inglesa Kelly Holmes. Por eso tuve que irme por el carril tres, porque pensé «Si me quedo sin medallas no me lo perdono», aunque de esa forma corrí 810 metros.

¿Qué recuerdos guardas de los oros mundiales de Gotemburgo 1995 y Atenas 1997?

Del primero que Leandro no fue conmigo porque se suponía que no era favorita y solo se esperaba que estuviera en la final, pero fui cumpliendo y haciendo mejores marcas en las competencias previas y pude hacer realidad ese sueño. Descalificaron a la mozambiqueña María Mutola y mucha gente dijo que gané por eso, pero luego lo hice en otros eventos con ella, incluido el mundial de Atenas.

Recuerdo que entonces Leandro me dijo «No remates desde 120, hazlo desde 80», y cuando faltaban esos metros oí el chiflido característico de Juantorena, y Leandro me gritó «Dale, gorda»… Íbamos juntas la Mutola, Afanasyeva y yo, y no sé de dónde saqué fuerzas, me acordé de toda la técnica de carrera que conocía y me salió…

¿Cómo se modela una carrera de 800?

Hay que ensayar mucho en los entrenamientos, y eso me lo enseñó Leandro, porque con Blas estaba muy joven y no lo necesitaba. Leandro insistía en que pasara los 200 a 27.5 segundos, los 400 a 57-56 y pico, los 600 a 1:25 minutos, y tratar de hacerlo siempre así, además de que había personas que me ayudaban, que me gritaban “Vas bien” o “Apura”.

Es imprescindible que hablemos del accidente que te provocó quemaduras en enero de 1993...

Ocurrió sobre las cuatro y algo de la tarde y a las 10 de la noche el Comandante en Jefe Fidel Castro ya estaba en el hospital buscando noticias, y juro que en ese momento todavía yo no conocía la magnitud de lo que me había sucedido, pero como en ningún momento perdí la conciencia me preguntó cómo me sentía, qué quería que le dijeran a mi mamá, qué información ofrecer al pueblo, y le respondí que no buscaran a mi mamá, que yo me iba a poner bien, porque pensaba que era una cosa leve… Y le dije “Comandante, después de esto voy a volver a correr”, porque me sentía con fuerzas para seguir en el deporte.

Y lo demostraste...

Creo que luego saqué de donde no tenía, recuerdo cuando todavía estaba totalmente vendada, “Yeya” Pentón iba al hospital y nos poníamos a trotar, e incluso hacía arrancadas. Pero fue Fidel quien me dio la fuerza interna necesaria para levantarme y seguir en el deporte, que fue la decisión más sabia que tomé en la vida para recuperarme no solo en lo físico, sino también en lo síquico, como persona.

¿A cuánta gente agradeces?

Fueron muchos los que contribuyeron a que me salvara, y no solo los especialistas del Hermanos Ameijeiras, porque se creó un equipo multidisciplinario al que también aportaron los hospitales Naval, Calixto García, González Coro... Pero el principal médico y sicólogo fue Fidel, que fue a verme día a día, e incluso mientras yo dormía por los sedantes, por lo que me enteraba después. Los médicos del piso 22 del Ameijeiras se convirtieron en mi familia, y supieron encontrar con sabiduría el punto no solo para curarme físicamente, sino también para sacarme de la depresión.

¿Algún pasaje especial sobre esas jornadas?

Recuerdo que el Comandante me dijo «No nos interesa que vuelvas a correr, lo que queremos es que te salves, que te pongas bien…», pero poco a poco se conformó allí mismo mi sala de rehabilitación. Corría por las escaleras y hacía mucho estiramiento, que es fundamental porque las cicatrices se mantienen creciendo durante un año y pueden convertirse en cicatrices hipertróficas, que te tiran si no haces ejercicios. Es lo que provoca, por ejemplo, que el cuello se pegue al pecho, o las axilas se unan... Pero ese no fue mi caso porque hasta dormida hacía ejercicios. Duele mucho, tanto que me ejercitaba con lágrimas en los ojos, y Maribel, mi fisiatra lloraba junto conmigo. Usé un traje especial durante las 24 horas para comprimir las cicatrices generadas por casi 30 operaciones.

¿Cómo ves pasados los años ese retorno marcado por oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ponce 1993?

Estaba nerviosa, sobre todo porque no sabía cómo me iba a recibir la gente. Todavía en ese momento tenía que usar el traje especial y tenía miedo al impacto de mi imagen hacia el público, por mis cicatrices, pues siempre hay detractores y era a eso a lo que le temía, no a la competencia como tal. Por suerte no fue así, y recibí una ovación que me dio para pensar ¿si hice esto a menos del 50 por ciento de mi capacidad, cuánto no puedo lograr luego de más operaciones?…

¿Cuánto te cambió el accidente?

Para bien, porque aunque nunca quieres que te pase algo negativo, cuando sucede te marca, y me enseñó a ver la vida desde una óptica diferente, a valorarla de otra forma, a ser mejor persona y analizar más las cosas. Y, sí, me cambió para ser mejor, sin quejarme, porque he logrado lo que me he propuesto, poco a poco, con sacrificio y con la ayuda de mucha gente, pero lo he logrado. Y hoy puedo decir que es verdad que me quedaron huellas, pero me siento tan hermosa como cualquier otra mujer.

¿Cuál fue tu mejor carrera?

La de la vida, que fue difícil pero también la gané. En lo deportivo la de Barcelona 92, por mi lesión y por no contar con la compañía de mi entrenador.

¿Qué representan Carla Fidelia y Alberto Alejandro?

Era algo que deseaba, el oro olímpico que no pude alcanzar.

¿Y la familia?

Mi madre nos educó casi sola y los tres somos personas de bien, y sin ella y la familia no hubiera logrado muchas cosas.

¿El atletismo?

Eso es mi vida.

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