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JUEVES 28
MARZO, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Oriel Domínguez Ávila
Del Pontón al equipo Cuba

Su añoranza por el polo es perenne y espera que algún miembro de la familia o la de un amigo brille en las piscinas.


Por: Tony Díaz Susavila
(antonio.diaz@inder.gob.cu)
martes, 15 de septiembre de 2015

Trayectoria...

Ocupante de la séptima posición en las olimpiadas de Montreal’76 y de la quinta en Moscú’80. Medallista de bronce en los Juegos Panamericanos de 1975, y de plata en 1979, 1983, y 1987. Titular en los centroamericanos de República Dominicana en 1974 y Medellín en 1978.

 

En la actualidad...

Ejecutivo de CIMEX.


CASI con la misma vitalidad con que detuvo numerosas embestidas de equipos establecidos en el polo acuático mundial del siglo precedente, el exportero de la selección cubana Oriel Domínguez enfrentó después una labor empresarial, pero nunca deshizo su amor por el deporte.

Considerado entre los grandes de la disciplina en la isla, JIT le propuso traerlo a esta sección y él accedió gustoso.

¿Cómo evoca el capitalino Pontón, hoy Combinado Deportivo Cerro?

Me trae recuerdos muy gratos, porque allí comencé como atleta, aunque solo estuve poco más de un mes, porque después de una selección enseguida pasé a la Escuela Marcelo Salado.

Al Pontón llegué en 1967 para recibir clases de educación física. Era un muchacho alto de 13 años y 1,90 metros de estatura, y después que me diera varios golpes por tirarme mal desde el trampolín llamé la atención del profesor Quiñones, que había jugado en el equipo nacional de polo.

¿Entonces se perdió un clavadista?

Pienso que me salvó el polo, porque clavadista no iba a ser. Esas vueltas en las alturas no son para alguien tan alto, aunque fue la estatura la que me abrió las puertas del deporte que se convirtió en parte importante de mi vida.

Allí jugaban unos veteranos de la empresa telefónica, hombres que tenían la edad de mi padre, y una tarde hacía falta un portero. Me puse la trusa y desde entonces esa fue mi posición como parte de una carrera que me llevó durante dos décadas al equipo Cuba.

¿Y qué tal la Marcelo?

La nueva casa, donde entrenábamos mañana y tarde e hicimos nuevos amigos que se sumaron a los del barrio o la escuela.

Eran jornadas duras de horas nadando y tirando pelotas. En mi caso también recibiéndolas. Allí conocí a muchachos que se convirtieron en mis hermanos, como Orlando Cowley, y otros que fueron ídolos a seguir como el también portero Oscar Periche. Fueron días muy lindos, aunque los hubo difíciles.

¿Entonces Periche es su regular en el equipo cubano de todos los tiempos?

¿Cómo no tenerlo en cuenta si ha sido el mejor portero con que hemos contado? Casi siempre uno prioriza su época, porque es lo que más conoce, y por eso quizás deje a algunos de hoy o de antes, pero también incluiría como hombres poste a Roberto Rodríguez y Bárbaro Díaz, como defensa a Nelson Domínguez, y como delanteros a Pablo Roger Cuesta, Gerardo Rodríguez y Cowley... Y me gustaban mucho Carlos Sánchez, Miguel Ángel García y Jorge Rizo. El director para mí sería Juan Almeneiro.

¿Cómo lo califica?

Es el padre del polo acuático cubano en todos los sentidos, tanto desde el punto de vista técnico como de formador de hombres. Hacía un binomio estelar con Manuel Romo Capote en la dirección de equipo.

¿Cómo asume la capitanía?

Después de Periche, con quien tuve una rivalidad cordial, porque los dos queríamos ser titulares, pero motivados por esa misma aspiración nos ayudábamos y aprendí mucho de él. Es de mis grandes amigos.

¿Qué torneos no olvida?

La Copa Mundial de la FINA (deportes acuáticos) en Estados Unidos, porque le ganamos al equipo de casa. También los Juegos Olímpicos de Montreal’76 y Moscú’80, donde fuimos séptimos y quintos, respectivamente.

Asistí a cuatro Juegos Panamericanos, con tres medallas de plata y una de bronce, siempre en “guerra” con los norteamericanos.

¿Cuánta diferencia ve del polo que practicó al de hoy?

No está en los atletas. Sucede que nosotros tuvimos más condiciones. Existía el Consejo de Ayuda Mutua Económica, que agrupaba a los países socialistas, y enfrentábamos a la Unión Soviética, Yugoslavia, Hungría, que eran campeones mundiales y olímpicos, entre otros equipos.

Para ello había que tener nivel, buena preparación física y qué decir de la estrategia y la táctica. Nos codeábamos con los mejores. Eso es lo que le falta a los muchachos de hoy.

Tal vez con los actuales adelantos de la ciencia y todo lo que se conoce se puedan explotar más a los polistas de estos días, que tienen buen somatotipo y deseos de ganar.

Usted fue el primero de una “realeza” en el polo...

Si te refieres a que soy el mayor de mis hermanos, todos polistas, sí. Coincidimos en el equipo Cuba Nelson, Juan (delantero y defensa, respectivamente) y yo. Pero también lo hicieron Guillermo y Eugenio Martínez, y Juan y Eugenio Almeneiro.

Antes, sobre todo en los deportes que precisan de hombres altos, había mucha presencia de hermanos. Casi se creaba una tradición.

¿La siguieron sus hijos?

Tengo dos hembras y un varón. Los tres practicaron polo acuático, y la hembra mayor incluso llegó a la selección nacional, pero después se desvió al nado sincronizado. Hoy ninguno está vinculado al deporte. Me hubiera gustado, pero los tiempos cambiaron entre la falta de piscinas y el período especial.

¿Cómo fue el retiro?

Llegó tras 20 años (1968-1988), después de la olimpiada de Seúl, a la que no asistimos. No puedo decir que impuesto, pero sí sugerido. Nos fuimos seis, los tres hermanos Domínguez, Gerardo Rodríguez, Lázaro Costa y Carlos Benítez, casi todos titulares en ese momento.

Nos hicieron la proposición para dar paso a otros que venían con ímpetu, pero la caída del campo socialista frenó el desarrollo de quienes nos siguieron.

¿Cómo readecuó su vida?

Me gradué de abogado y casi de inmediato comencé a trabajar en la corporación CIMEX, y en CUBAPAX, que después dirigí.

Me sirvieron de mucho las horas de nado, los entrenamientos, la relación con mis compañeros, y en fin el deporte.

Con 62 años (4 de junio de 1953), apoyado por su esposa Elena, practicante del nado sincronizado y vela, su añoranza por el polo es perenne y espera que algún miembro de la familia o la de un amigo brille en las piscinas.

Un sentimiento que sin proponérselo tal vez le genera vida deportiva.

 

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