«Me cegué y eso es censurable»
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El monarca de Sydney´00 aceptó dialogar con JIT sobre capítulos estelares y momentos difíciles, especialmente el vivido en la versión de Beijing´08.
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Foto: Alexis del Toro
Holguín (25 feb).- EL NOMBRE del taekwondoca Ángel Valodia Matos Fuentes está asociado a resultados destacados en disímiles escenarios, desempeño que tocó el cielo al agenciarse el oro en los Juegos Olímpicos de Sydney’00.
Aquel triunfo lo convirtió en el único cubano encumbrado a tal nivel y pasó a encabezar una colección que también incluye reinados en juegos panamericanos y centroamericanos y del Caribe, y otros varios eventos.
La propuesta de entrevistarlo para conocer más sobre su fecunda carrera encontró rápida y positiva aceptación mientras disfrutaba del Campeonato Nacional con sede en la sala techada de la Universidad de las Ciencias Médicas, en su Holguín.
¿Cómo fueron tus inicios?
Desde que era niño el deporte me apasionó. Practicaba indistintamente pelota, judo, hochey y baloncesto, pero siempre con la aspiración de llegar a ser campeón.
Recuerdo que algunos tenían actividad por las mañanas y a veces hasta me escapaba de la escuela, aunque es algo que no le aconsejo a las niñas y niños que lean esta entrevista.
¿No tenías preferencias entonces?
Como la mayoría de los cubanos el béisbol ocupaba un lugar importante para mí, pero en realidad no apartaba las otras disciplinas.
¿Cuándo se produjo el “encantamiento”?
Todo cambió al seguir las transmisiones de los Juegos Panamericanos de La Habana’91, porque disfruté mucho del taekwondo, con la medalla de bronce de Nelson Sainz, y como ya en Holguín se practicaba en las llamadas áreas especiales, decidí iniciarme.
Incluso contribuyó el horario de las prácticas, que era a las seis de la tarde, y poco a poco creció mi amor por este deporte, de la mano de los entrenadores José Alberteris, Fernando Rodríguez Baster y Fernando Gámez, en diferentes etapas hasta que fui promovido a la ESPA nacional.
Y te fue muy bien en lo adelante...
Sí, comencé una carrera intensa, de buenos resultados, como la conquista de oros en el Festival Olímpico de México en 1997 y los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Maracaibo’98, así como plata en los panamericanos de Winnipeg, Canadá, en 1999.
¿De qué manera recuerdas Sydney’00?
Había ganado la Copa del Mundo en Francia y sabía que podía hacer lo mismo en los Juegos Olímpicos, y esa fue la convicción que me acompañó pese a lo sucedido días antes de combatir.
¿Puedes explicarlo?
Recibí la noticia de la muerte de mi madre. El presidente del INDER y el comisionado me lo informaron y me dijeron que si estaba de acuerdo regresaría de inmediato para Cuba.
Les respondí que ella sabía que yo había ido a la Olimpiada a ganar, y por eso me mantendría allí para luchar por el oro, y ese triunfo estaría dedicado a ella. La decisión me impregnó más fuerza, mayor voluntad para derrotar a mis rivales sin subestimarlos y convertirme en campeón.
Sin embargo las siguientes incursiones olímpicas no fueron iguales: sin medalla en Atenas’04 y Beijing’08, donde se dio el desagradable incidente que te alejó definitivamente del deporte como atleta. ¿Quisieras hablar de lo sucedido?
No tengo inconvenientes, todo lo contrario. Antes de esa pelea, tras dos victorias, el entrenador de mi rival de turno quiso comprarme, es decir me pidió que me dejara ganar, y ante mi negativa intentó hacer lo mismo con mi entrenador. No lo logró y entonces creo que compró al árbitro, infamia que me alteró hasta un nivel injustificable que hoy me reprocho porque nada justifica mi errónea decisión de agredir a este.
Olvidé que estaba representando a millones de cubanos, a lo más puro del deporte revolucionario, me cegué y eso es censurable porque, repito, nada justifica lo que hice.
Me satisface poder responderte esta pregunta para dejar bien claro que competir con apego a la responsabilidad, la ética y la caballerosidad tiene que ser una constante en cualquier atleta cubano, porque somos genuinos embajadores de la Revolución y sus logros.
¿Qué labor desempeñas en la actualidad?
Trabajo como profesor de niños que quizás mañana puedan ser campeones olímpicos, además de cumplir otras funciones en las que me siento útil.
¿La familia, el barrio...?
Doy prioridad a la atención a mis hijos, y cultivo las buenas relaciones con mis vecinos de Mantilla, en La Habana, donde resido en la actualidad. Soy un cubano común que agradece el cariño de la gente.
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