Sin arrepentimientos: «Llegué, pegué y me fui»
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Asegura que repetiría cada momento sin importar lo bueno o malo que fue.
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La Habana (31 oct).- PARA Silvia Chivás no existen términos medios. Se ufana de una sinceridad a toda prueba que le hace decir lo que siente y es tan rápida con las respuestas como lo fue sobre las pistas en la década del 70.
Llegó con apenas 17 años a los Juegos Olímpicos de Munich’72 y consiguió bronces en el hectómetro y el relevo 4×100, páginas que le garantizaron un lugar de lujo en la historia del atletismo cubano.
La primera es todavía la única presea individual de una mujer de la isla en la velocidad bajo los cinco aros, pero ella asegura que recuerda con más pasión el cierre de la cuarteta.
A sus años, que no son tantos aunque prometí no decirlos, desborda una energía contagiosa y sus ojos son muy expresivos, como los movimientos con que acompaña cada recuerdo y la sonrisa que regala.
Apenas evita algún que otro tema, asegura que repetiría cada momento sin importar lo bueno o malo que fue, y reconoce que los periodistas nunca le agradaron mucho, pero aceptó que JIT visitara su casa, en la barriada del Sevillano, donde nos recibió vestida de blanco en una calurosa tarde.
Casada con su otrora entrenador Irolán Echevarría y madre de dos hijos que considera su mejor triunfo, esta guantanamera protagonizó una de las más veloces llegadas a la élite que se recuerde, pero también fue más rápido de lo habitual su adiós al deporte activo, vivido en 1979 cuando aún podía dar más.
Licenciada de una Economía que nunca ejerció y luego entrenadora, ahora ha preferido dedicarse a su esposo, aquejado por problemas de salud.
¿Por qué el atletismo y la velocidad?
Estaba en sexto grado cuando hicieron pruebas en el Instituto de Guantánamo y nos pusieron a correr y saltar sin darnos muchos detalles. Al terminar me elogiaron, y se cuestionaron los 12 segundos y algo en 100 metros con 14 años.
¿Qué pasó luego?
En el siguiente curso me llevaron para la EIDE de Santiago de Cuba y en los Juegos Escolares del 69 vine a La Habana y “volé”: hice 12 flat en los 100 metros. Oía que la gente comentaba “Ese tiempo fue el que hizo Miguelina Cobián en Jamaica’62”, y yo ni sabía quién era Miguelina.
Simplemente me decían “Ponte ahí y corre”, y lo hacía. También marqué 26 y corticos en los 200 y me trajeron para el equipo nacional.
¿Y la técnica, teniendo en cuenta que apenas habías entrenado?
Era algo natural, siempre tuve muy buena técnica, muy buena escuela de movimiento. Soy bajita (1,57 metros de estatura), pero mi frecuencia y amplitud de pasos se ve en muy pocos corredores. Dicho por los especialistas, con eso se nace.
Pero algo hubo que perfeccionar…
Mira, yo era un as en la arrancada, le salía delante a todo el mundo y tenían que darme alcance allá a los 60 metros, pero poseer tan buena reacción a veces conspira porque adquieres la velocidad máxima muy rápido y después te faltan muchos metros para terminar, y eso lo fui aprendiendo con los años y el estudio para determinar dónde estaban mis errores.
¿Cómo recuerda ahora una progresión tan impresionante?
Imagínate, en 1971 salgo de gira con el equipo nacional siendo juvenil, con solo 16 años y medio, y cuando regreso ya había hecho 11,3 segundos, que en ese momento era el récord nacional de Miguelina.
Eso para Cuba era un aval muy grande, pero yo no sabía ni lo que estaba haciendo. La gente me miraba, me señalaba, pero no tenía real noción de lo que significaba.
¿Los primeros resultados importantes?
En los Juegos Panamericanos de Cali’71 terminé tercera en los 100 metros y fuimos segundas en el 4×100. Era una época en que no existían los mundiales y las copas del mundo, pero los centroamericanos del deporte se consideraban mucho, y en los de 1973 gané tres oros.
Háblenos ahora de Munich’72.
Recuerdo que la temperatura estaba fresca. Eran dos heat semifinales y me mantuve calmada, sin nervios, porque en Cali aprendí que no podía mirar a las gradas.
Sin embargo, en el fondo tenía algo de preocupación porque me sabía con todas las vistas encima, y algunos periódicos habían publicado algo sobre “Una chiquitica escapada” o “Una cubana entre las posibles medallistas”.
En la final me asignaron el carril seis y el número 69, y me dije “Allá voy, a mí hay que cogerme”.
Fue una carrera súper emocionante, con la alemana Renata Stecher implantando récord mundial (11.07 s), y estuve casi a la par con la australiana Raelen Boyle, que fue segunda, sobre todo hasta los 50-60 metros. Llegué a la meta y los cubanos me gritaban porque nunca se había dado aquello.
Pero quedaba otro bronce…
Ese día cumplí los 18 años y resultó mucho más emocionante. El 4×100 es pura técnica desde que arrancas hasta que llegas a la meta, una prueba muy bonita, pero de mucha precisión.
Pensaba mucho en la arrancada de Marlene Elejalde, la segunda posta de Carmen Laura Valdés, de quien a veces se olvidan un poco, y la tercera de Fulgencia Romay, una mujer de mucho temple competitivo, y yo que cerraba.
Me entregaron el relevo en cuarto lugar y dije “Aquí hay que cogerla”, y cuando llegué a la meta me tiré y di no sé cuántas vueltas. Me quemé y estuve días con las marcas, pero entramos terceras… Era un bronce que no se podía perder.
¿Qué pasó en los panamericanos de México’75?
Estaba en mi mejor momento, era la clara medallista de oro en los 100 metros, pero el día de la final ocurrió al accidente de Silvio Leonard. Estábamos preparadas para la salida pero se demoraba mucho el llamado y comenzaron a decir que un cubano se había caído en el hueco.
Siempre tuve mucho coraje, nunca sentí miedo en una competencia porque entrenaba para el resultado, pero me afectó aquello. Fui cuarta aunque sé que debí obtener el oro, fue mi forma de reaccionar ante ese hecho.
¿Algo cambió después?
Yo nunca caí muy bien, quizás por ser una gente muy sincera que dice verdades, como me enseñó Fidel, y creo que se aprovecharon de ese momento para darme un poco de largo. En 1976 Irolán, que siempre fue una gente muy paciente, se sentó conmigo y me dijo: “Tú no estás acabada, solo tienes 22 años e incluso puedes llegar muy bien hasta los Juegos Olímpicos del 80, y vamos a trabajar para eso”.
Hicimos una preparación muy buena, pero me lesioné y eso conspiró contra mí. Corría muy bien, pero tenía déficit de entrenamiento y me quedé en semifinales en Montreal, porque así no se puede enfrentar una Olimpiada.
Pero los dos años siguientes fueron buenos.
Muy buenos. En 1977 clasifiqué para la Copa del Mundo por América I en 100 y 200 y el relevo 4×100. La eliminatoria fue en Guadalajara e hice 22,85 en los 200, primera marca por debajo de los 23 flat para Cuba, un récord nacional que duró unos 20 años.
En el 78 gané los tres oros en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Medellín, pero continuaron muchas presiones, y quería retirarme para no seguir aguantando desprecios y que no me dejaran decir lo que sentía…
Ya no tenía entusiasmo, estaba muy desanimada y no podía seguir aunque tenía potencialidades y me acompañaba la edad.
¿Alguna vez lamentó el retiro?
Soy una persona que analiza muy bien todo, y aunque no se debe vivir con rencores guardo mucho las cosas y creo que si volviera atrás no cambiaría nada. Lo hubiera hecho todo como aquella vez, incluso hubiera sido más “ácida” y me hubiera retirado como me retiré. No tengo ningún tipo de remordimientos y no me arrepiento, llegué, pegué y me fui.
¿El mejor recuerdo?
Cuando tuve a mis dos hijos. Como atleta, logré las dos medallas de bronce en Munich sin el conocimiento pleno de lo que hice, y por eso no lo disfruté como tal…
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