Ejemplo siempre
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Considerado entre los mejores exponentes de la Escuela Cubana de boxeo, cosechó éxitos en escenarios de primera fuerza y se caracterizó por la sencillez y la disciplina que todavía le acompañan.
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La Habana (26 dic).- DOCE años después de su adiós al deporte activo Juan Hernández Sierra sigue acompañado de la tremenda modestia que le caracterizó en el esplendor de su carrera boxística.
Ahora es entrenador en la misma escuela nacional donde derrochó entrega y defendió la decisión de esforzare al máximo sin que importaran los sacrificios.
«Me emociona saber que el pueblo me quiere, que reconoce mi sencillez y sabe que lo hice todo por ganar cada pelea y representarle con dignidad», dice al repasar un historial signado por cuatro coronas mundiales y dos subtítulos olímpicos.
La conversación solicitada por JIT se produjo en las gradas de la espirituana sala Yayabo, sede del torneo Playa Girón número 51, y permitió confirmar que este pinareño de 1,89 metros de estatura merece todo el cariño con que le premian sus compatriotas.
¿Cuándo y por qué el pugilismo?
Jugaba fútbol en Guanes, mi municipio natal, pero a los 12 años me embullé con el boxeo porque mi primo José Luis Hernández estaba en los planos estelares y quise seguir sus pasos.
¿Qué determinó que pasaras del embullo a la seriedad?
Gané una pelea y perdí otra en mis primeros Juegos Escolares, pero el comisionado provincial Juan Fernández me captó para la EIDE y entonces me encaminé definitivamente.
Fui medallista de oro en los 57 kilos en la edición de 1985 y eso me avaló para llegar al equipo nacional juvenil, con el que fui campeón en 60 kilos en el mundial de La Habana’87.
¿Y el paso a la preselección élite?
Se produjo después de ese evento, y al año siguiente logré el oro en el torneo de Leningrado con victoria sobre el ruso que después se impuso en la división de 63,5 kilos en los Juegos Olímpicos de Seúl. También en 1988 gané en un tope Cuba-Estados Unidos.
¿Quién fue tu entrenador?
En realidad llegué al equipo como alumno de Alcides Sagarra, pero cuando Julián González Cedeño regresó de cumplir una colaboración en el extranjero pasé a trabajar con él y en lo adelante no tuve otro técnico.
¿Cómo llegó a ser la relación?
Fue mi amigo, mi padre, la persona que más me ayudó en los momentos difíciles.
¿Cuándo te estabilizaste en los 67 kilos?
En 1990, después de conseguir el primero de mis nueve títulos nacionales.
¿Tu estatura no demandaba mayor peso corporal?
En un principio no, pero llegó el momento en que mantenerme en esa división casi se convirtió en una tortura. Por eso ahora creo que hice una proeza, y hasta me castigué para lograrlo, sometiendo al organismo a muchos sacrificios.
Reinaste en todos los escenarios, pero quedaste dos veces en plata en Juegos Olímpicos.
Con la experiencia acumulada ahora analizo esas peleas y compruebo que las comencé bien pero mermé después, y por supuesto que esos dos resultados constituyeron las grandes frustraciones de mi vida deportiva, porque trabajé muy duro para un oro que nunca alcancé.
Sin embargo, cuando peleaste en los 71 kilos en Sydney’00 ni siquiera llegaste al medallero.
Tal vez debí subir antes de peso, y no en ese momento, cuando ya no era el mismo.
¿Por eso te retiraste?
Era lo indicado después de 14 años ininterrumpidos en la selección nacional y teniendo en cuenta que ya no habría otra oportunidad.
¿Qué hiciste después?
Trabajé durante siete años en la comisión nacional, donde adquirí muchísima experiencia, eliminé lagunas y aprendí a valorar muchas cosas que a veces no comprendemos desde la posición de atleta. Fue un período provechoso en mi formación.
¿Y el tiempo como preparador en México?
Vino después, y me permitió convertirme en un verdadero entrenador luego de haber estado un tiempo con el equipo nuestro.
Fui cuatro años jefe técnico de la selección de Baja California y comprobé lo necesario de saber aplicar la ciencia en busca de los buenos resultados que en definitiva logramos durante esa etapa.
Hablemos ahora de una intervención quirúrgica que necesitaste para sostenerte como atleta.
Sí, tenía el arco superciliar muy desarrollado y un hueso filoso en el frontal que facilitaba las cortaduras cuando era golpeado en esa zona, así que después del Girón de 1997 se decidió la operación.
Bajaron el cuero cabelludo, limaron ese hueso y al mes y 28 días tuve mi primer combate. Nunca más sufrí una cortada.
¿Quién fue tu mejor amigo en el equipo?
Alexis Rubalcaba, aunque en general me llevé muy bien con todos mis compañeros.
¿Y los rivales más difíciles en Cuba?
Ernesto Cabrera, Freddy Domínguez...
¿Cómo evitabas caer en la trampa que a veces implica saberse favorito?
Me preparaba sin pensar en eso. Siempre perseguí el objetivo de hacer bien las cosas y supe que la vergüenza tiene que acompañar todo el tiempo a un atleta.
Ahora, desde la posición de entrenador, ¿cómo encauzas esa convicción?
Los tiempos no son los mismos y trato de reflexionar sobre las lógicas diferencias entre esta generación y la mía, pero a veces me molesta que no prime la entrega que se necesita, y merme la rivalidad.
¿Qué te has planteado ahora?
Voy a comenzar la especialidad para incrementar los conocimientos adquiridos durante mis años como atleta y en la carrera de cultura física, y tengo muchos deseos de contribuir con mi experiencia al desarrollo del deporte que me lo dio todo.
A propósito, ¿qué le agradeces en mayor grado?
Que mucha gente se me acerque para decirme que yo era su ídolo, comprobar que me quieren y valoran lo que hice.
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