Orgullos y añoranzas en hora de recuento
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El atletismo le dejó cosas bellas, sobre todo el prestigio que se ganó y la disciplina que le inculcó.
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Foto: Miguel Galbán.
La Habana (30 nov).-LA FRESCA brisa de un típico día de noviembre y acogedores rayos del sol caribeño daban la bienvenida en el amplio salón en el que Irene Martínez Tartabull nos esperaba en cómodo sillón.
Nada en la estancia evidencia el paso de la anfitriona por el atletismo y los muchos logros de una carrera iniciada en los primeros años de la Revolución y desde entonces inseparable durante toda su vida.
Retratos enmarcados de los tres nietos acaparan espacios como muestra de su importancia, aunque cuando comienza a hablar de saltos y récords sus ojos adquieren un brillo especial.
Esta mujer que hace un mes cumplió 66 años fue la primera centroamericana en sobrepasar los seis metros en el salto de longitud, y rompió o igualó 20 veces marcas nacionales de mayores y juveniles, además de integrar varios relevos premiados en 4×100 metros.
Nació en la sureña capital cienfueguera, pero en 1961 se trasladó a La Habana para un curso de instructora de deportes, quizás sin sospechar las sorpresas por llegar.
En los terrenos de la Ciudad Deportiva compitió por primera vez con aquellas que luego fueron sus compañeras: Aurelia Yeya Pentón, Fulgencia Romay, Miguelina Cobián...
Asegura que no le gusta exhibir sus medallas, pero accede a compartir con JIT recortes de periódicos y revistas que guardan mucha historia.
Miembro de la Delegación del Cerro Pelado en 1966, campeona panamericana en Winnipeg’67 y luego profesora por más de tres décadas del Instituto Técnico Militar (ITM), Irene es una conversadora nata, así que esta vez tampoco valieron las advertencias de su sobrina.
«Me dijo que no los "mareara" porque hablo mucho», admite tras más de una hora de diálogo ameno en el que no faltaron detalles sobre los inicios o su tristeza por considerarse excluida de más de una embajada olímpica.
El recuento de buenos y malos momentos, y su actual labor en la subcomisión de atención a atletas también formaron parte del intercambio, que confirmó la validez de la visita.
¿Cuándo llega el atletismo?
Igual que cualquier muchacha, con la educación física que se daba en la secundaria. Era rápida corriendo y los profesores consideraron que tenía futuro. Gané eventos intercolegiales y luego seguí compitiendo a la par del curso de instructora de deportes.
¿Cuál fue el "bautizo de fuego"?
Pasé al equipo nacional en el propio 1962, y los Juegos Centroamericanos de Jamaica, ese mismo año, se convirtieron en mi primera competencia internacional. Por cierto, terminé en cuarto lugar con 5,28 metros.
Y muy pronto le llegaron sus primeros Juegos Panamericanos, apenas una temporada después.
En Sao Paulo, y tampoco pude ganar medalla en el salto, donde fui quinta con 5,39, pero terminamos con plata y récord nacional en el relevo 4×100. Fuimos Miguelina, Fulgencia Nereida Borges y yo, siempre como la arrancadora. En ese mismo año logramos bronce en la Universiada de Porto Alegre.
¿Cómo evoca ahora aquellos días de travesía sobre el buque Cerro Pelado y los Juegos Centroamericanos de San Juan’66?
Eso fue una escuela de patriotismo, de mucho sentimiento deportivo y revolucionario, porque teníamos un compromiso muy grande. Entrenar en ese barco, con los tiburones rondándonos... Fue increíble. Recuerdo que cinco años después algunos regresamos al barco para un almuerzo por el aniversario y yo no quería subir. Tenía un miedo tan grande... Y me decían «¿cómo no lo vas a hacer ahora y sí cuando fue más difícil y éramos niños»?
En realidad es un orgullo, porque llegamos y triunfamos. Yo en especial gané el salto con 5,87 y formé parte del relevo que terminó en plata, pero el mayor recuerdo que tengo es el del encuentro con el Comandante en Jefe, que me firmó las dos medallas.
Pienso que no va a llegar una delegación deportiva como la nuestra, éramos muy jóvenes la gran mayoría, y todo lo que hicimos fue sin interés, por el inmenso prestigio del país y el amor a la patria. Por defender las cuatro letras de Cuba y su bandera.
¿Fue difícil sobrepasar los seis metros?
Me costó más de un año pasar de los 5,99 a los seis metros. La primera vez fue en 1964 en Moscú, donde salté 6,05 en un entrenamiento, preparándome para las Olimpiadas de Tokio’64, aunque luego no me llevaron, alegando que era muy novata.
Pero los Juegos Panamericanos de Winnipeg’67 le reportaron un momento muy feliz. ¿Cuánto disfrutó ese triunfo?
Tengo un orgullo muy grande por ser la primera cubana campeona panamericana del salto. Incluso tuve la suerte de hacerlo sobre la americana Willie White, que había ganado en Sao Paulo y terminó tercera allí.
Además, el 6,33 fue récord para los juegos, y entre las rivales también estuvo otra estadounidense, Martha Watson, que era favorita porque llegaba con 6,60, pero la suerte era mía, fui la mejor.
Tampoco asistió a los Juegos Olímpicos de México’68 ¿Es esa otra espina en la vida de Irene?
Fue muy duro. Tenía grandes deseos y pese a haber hecho la marca no me llevaron. Nunca me explicaron por qué y recuerdo que en el último momento, cuando incluso ya había viajado una parte del grupo, me llamaron para ser suplente en el relevo y les dije que no, porque tenía orgullo. Ahora me pesa haber tomado esa decisión y no haber ido.
¿Qué le caracterizó como atleta?
La disciplina y el estudio. Pienso que eso me distinguía de las demás, que decían que yo era muy "fina", muy delicada, y era verdad, porque sobre todo me gustaba estudiar.
Para entrenar era vaga, en el sentido de que cumplía con lo que me tocaba pero no pedía más, no me gustaba el calentamiento, me cansaba muy pronto, pero supe sobreponerme.
¿Extraña la competencia luego de tantos años?
Todavía me cuesta trabajo, me emociono cuando entro al Pedro Marrero a una competencia, y los ojos se me van con añoranza para la zona de saltos.
¿Vivió un adiós adelantado?
Creo que me retiré cuando no debía. Tenía sentimientos encontrados y debí quedarme más, pero nadie vino a verme, a saber qué me había pasado, a ver por qué no me incorporé al entrenamiento. Fue muy duro.
Pero la vida no le negó otros buenos momentos.
Eso es cierto, porque después decidí convertirme en profesora de preparación física y deportes del ITM, y fue lo mejor que pudo ocurrirme. Trabajé allí 39 años y tuve que aprender muchas cosas, planes de entrenamiento y sobre todo necesité prepararme, ir a la universidad, hacer trabajos científicos. En 1983 me gradué de Licenciada en Cultura Física.
Entonces, ¿cómo resume lo que le aportó el atletismo?
Significó cosas bellas, me dejó mucho, sobre todo un prestigio que me gané y la disciplina que me inculcó. Es de las cosas lindas, como la familia que tengo.
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