San Salvador.- LOS XXIV Juegos Centroamericanos y del Caribe iniciaron su cuenta regresiva en esta urbe, cuyos habitantes van camino a un sobresaliente en cuanto a hospitalidad, con la virtud de habernos hecho sentir parte de su alegre fiesta.
A punto de cumplir dos semanas de intenso ajetreo, ha habido tiempo para disfrutar lo mejor de estos lares: su gente. Entre todo lo que distingue a los salvadoreños llama la atención su generosidad y simpatía, pero también ha sido notable su afán por conocer qué piensan de su país quienes lo visitan.
¿Primera vez en El Salvador? ¿Qué les ha parecido? Preguntan desde el primer contacto un taxista, uno de los voluntarios que hacen posible este evento y una vendedora de las famosas pupusas, esa especie de torta de harina o maíz que rellenan con carnes o frijoles para delicia de quienes las probamos por primera vez.
No falta tampoco el interés por saber de dónde eres. Y como si fuese poco, intentan convencerte de que no puedes regresar a casa sin visitar alguno de sus sitios más emblemáticos, como el lago Ilopango o el Parque Nacional El Boquerón. Hasta se lamentan cuando les explicas que apenas quedará tiempo para eso, que la prioridad está en seguir las incidencias de los Juegos.
A los salvadoreños la música les va en la sangre. Son gente con ritmo, uno se sorprende cuando lanzan algún pasillo que nunca pensaste ver por estas tierras. Quizás hemos asumido que bailar con tanto “sabor” distingue más a los caribeños.
La presencia de público en las instalaciones no ha fallado, algunas más frecuentadas que otras, sobre todo dependiendo del deporte y el protagonismo de competidores locales.
Carteles de apoyo, niños solicitando un selfie con algún campeón o simplemente disfrutando de las emociones, soñando con el día en que ellos puedan ser como los ídolos que ahora admiran.
Uno de los sitios más frecuentados en la recta final de estos Juegos es el Estadio Nacional Jorge “El Mágico” González, reacondicionado para la ocasión y casa ahora mismo de varias de las estrellas del atletismo en la región.
En El Mágico, como suelen llamarlo los lugareños, hay un detalle que distingue especialmente a los Juegos y no ha pasado desapercibido. El fuego de los Juegos arde allí desde la inauguración el 23 de junio, en un pebetero pequeño si se compara con el de otros certámenes multideportivos, pero como ninguno al “alcance” de los que visitan por estos días esa instalación.
La llama, encendida en la ciudad mexicana de Teotihuacán como parte de la tradición del Fuego Nuevo, es un símbolo de paz, persistencia, respeto y esperanza, valores distintivos del deporte.
La imagen del fuego se divisa desde cualquier punto del estadio y ha llamado poderosamente la atención que haya soportado intacto los torrenciales aguaceros, tan intensos que en algún momento han detenido las acciones en el terreno.
Las fotos más o menos cercanas al pebetero, en dependencia del atrevimiento del protagonista, abundan en las redes sociales de internet, con poses originales, sonrisas que llegan hasta la carcajada y caras de susto que a veces se confunden con asombro por la posibilidad de estar tan cerca de un símbolo que recordarán durante el resto de sus vidas.
Todos quieren atesorar ese recuerdo, mostrar que se estuvo ahí, que se sintió como nunca el calor de los XXIV Juegos Centroamericanos y del Caribe, una cita con lo mejor del deporte en la región, pero también con la calidez de los salvadoreños, un pueblo con mucha personalidad.
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