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La Habana
Año 66 de la Revolución
VOLEIBOL CUBANO
Tati Mendoza: padre fundador y hombre realizado

Uno de los padres del voleibol revolucionario cubano cuenta la historia de su vida.


Por: Tony Díaz Susavila
(antonio.diaz@inder.gob.cu)
domingo, 18 de noviembre de 2018 11:26 AM



Foto: José Robleda

Manzanillo.- JOSÉ Antonio Mendoza Cedeño, Tati para la familia del voleibol cubano, está próximo a cumplir 82 años de edad.

A estas alturas observa muy poco el mar del Golfo de Guacanayabo y apenas disfruta de la glorieta de uno de los parques más hermosos de la Isla, el de su célebre Manzanillo, cuna también de su eterno amigo el Comandante Manuel “Piti” Fajardo.

Los años han hecho mella en su humanidad, tras tantos saltos y movimientos sobre las canchas.

«Es la vida que disfrutamos. Lamentablemente no podemos ser eternamente jóvenes», dice con una convincente voz pausada poco antes de responder a todas las preguntas de JIT.

Le consideran entre los padres fundadores del voleibol en Cuba. ¿Cómo llegó a ese deporte?

En mis años mozos no era fácil ser atleta. La primera exigencia de la familia era trabajar y solo en el poco tiempo libre que quedaba podías sacrificarte y hacer algún deporte.

Como casi todo muchacho sentí inquietudes por la práctica de ejercicios físicos desde temprana edad. Por eso comencé jugando con el equipo de la Juventud Católica y después pasé al del Comercio, ya que  mi primera carrera fue la de contador. Tenía tradición de deportista, pues mi padre practicaba el automovilismo y fue campeón en carreras celebradas en Manzanillo.

Sin embargo, aquí no existía equipo de primera categoría de voleibol. Hablo de la década de 1950, así que Ricardo García y yo nos integramos con una selección cercana y participamos en un campeonato nacional.

Ahí clasifiqué para el equipo cubano que participó en el Mundial de París 1956. Después integré el que asistió a los Juegos Panamericanos de Chicago 1959 y a los Centroamericanos y del Caribe de Kingston, Jamaica, en 1962.

Allí no solo era jugador, sino también el traductor del técnico checo Lumir Miatecek, quien eligió y armó al plantel asistente a la cita regional.

¿Cómo se convierte en seleccionador nacional?

Me sirvió mucho trabajar como entrenador auxiliar e intérprete de Miatecek. Ese quehacer hizo que recorriera el país en busca de talentos, adquiriera otros conocimientos y en definitiva me nombraran como seleccionador.

Poco después Tito del Cueto, entonces comisionado nacional, me dio la tarea junto a Eugenio George de conformar una preselección con jóvenes talentos.

Resulta difícil olvidar aquellos años, cuando formamos el equipo juvenil en que todo era fervor, con atletas como Gilberto Herrera, su capitán, quien devino luego en un gran entrenador.

En ese tiempo la preselección ya incluía los dos sexos. Eugenio y yo entrenábamos a los varones y Andrés Hevia y Roberto Ponce a las muchachas.

¿Cómo fue su relación con Eugenio?

Muy buena. Era mi compañero y mano derecha. Tanto fue así que en cierta ocasión, allá por el año 1963, se dio una situación escabrosa, pues fuimos invitados a participar en un torneo en Yakarta, Indonesia.

El evento se llamaba Juego de la Fuerza, pero Cuba estaba bloqueada y no se nos permitía participar como delegación oficial. Era un compromiso del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz con el presidente de aquel país.

Organizamos un equipo y después de un viaje azaroso que nos llevó hasta Bombay, en la India, llegamos a la urbe sede y acabamos primeros de la rueda de consolación. La selección, en verdad, la habíamos improvisado.

Eugenio y yo trabajamos siempre a la par. Era una gran persona, muy afectuosa, todo respeto, inteligente, dedicado, trabajador.

¿Cuál fue su vínculo con el Comandante Manuel “Piti” Fajardo?

Jugué junto a él. Fue mi amigo. No hizo carrera de voleibolista en Manzanillo, pero se preparó aquí. Él le pedía prestado a su amigo Hugo Alba las llaves de un terrenito que existía en lo que hoy es el Partido Municipal y se ponía a bolear.

El deporte le apasionaba, practicó varios, pero se destacó en el voleibol y eso le permitió integrar el equipo de la Universidad de La Habana mientras estudiaba la carrera de Medicina.

Era de estatura media, algo mulato, flaco, menudo, posiblemente no rebasaba las 130 libras de peso, pero en ese cuerpo no cabía su recia personalidad.

Si alguien me pidiera un paradigma para la juventud diría que “Piti”. Es un ejemplo a seguir, pues contó con todos los requisitos: buen hijo, gran estudiante, amante de su pueblo, revolucionario y deportista.

Era muy inteligente. Lo nombraron alumno ayudante de cirugía y sus compañeros lo llamaban “el profe”.

Por amor a su terruño regresó a Manzanillo cuando se graduó y montó una consulta en la calle Luz Caballero, que se convirtió en centro de reunión de los voleibolistas.

Dio la idea de realizar el primer campeonato nacional fuera de La Habana, diseñó los uniformes e hizo un aporte económico para que se concretaran. Al igual que en los eventos de preparación, su automóvil era nuestro transporte.

Con “Piti” teníamos asesoramiento, practicaba con nosotros, pero además fue ciclista y nadador. De su actividad revolucionaria es harto conocida su fidelidad y entrega, tanto que dio la vida por sus ideales.

¿Cuándo se retiró de las canchas?

Creo que nunca. Estoy jubilado, pero hago trabajos de investigación, asesoro a entrenadores y ayudo a todo aquel que lo pide desde el punto de vista docente.

Al terminar como entrenador me dediqué a la docencia y en ese largo camino he sido profesor de educación física, instructor de deportes, y jefe del departamento de cultura física en la Facultad de Ciencias Médicas de Granma.

También fui profesor de voleibol, pedagogía, sociología, de historia de la cultura física y sicología, además de responsable de la Cátedra Honorífica Piti Fajardo, en la Sede Universitaria del Instituto Superior de Cultura Física en Manzanillo.

¿Cuál sido su mayor premio?

La vida. De ahí parte todo. Como atleta y entrenador representé a Cuba en eventos internacionales y después pude trasmitir mis experiencias, especialmente en el voleibol.

Mi desempeño ha sido reconocido. Me fue otorgada la medalla conmemorativa 40 Aniversario de las FAR, las distinciones por la Educación Cubana, la Mártires de Barbados (Inder), la Rafael María de Mendive y la Medalla de la Alfabetización.

La Federación Internacional de Voleibol me entregó su Placa Conmemorativa Liga Mundial, y tuve el honor de ser el primer portador de la antorcha que recorrió todo el país en ocasión de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1982.

¿Feliz?

Claro. Tengo una compañera que me ha acompañado por más de medio siglo, por cierto pionera entre las mujeres orientales que integraron una selección nacional de voleibol. Me dio una hermosa hija que quiso ser voleibolista y nos dio un nieto softbolista.

Tengo razones para disfrutar, soy un hombre realizado, aunque algunas veces me siento en deuda con la Revolución. Hubiera querido hacer más. 

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