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La Habana
Año 66 de la Revolución
Deporte, feminidad y derecho
Por Carlos Félix Alonso Villasuso
lunes, 24 de septiembre de 2018 05:37 PM



Foto: Calixto N. Llanes

DOS HECHOS son comúnmente empleados a la hora de denunciar la discriminación de género en el deporte a nivel global.

El primero tiene que ver con que las disciplinas femeninas reciben atenciones institucionales, económicas y promocionales marcadamente inferiores a las masculinas.

Un ejemplo, entre muchos, está en los exagerados tiempos que la televisión dedica a los eventos futbolísticos masculinos, en contraste con los muy limitados disponibles para las chicas de ese propio deporte. En el béisbol sucede algo similar y no deja de ser discriminante.

El segundo hecho es la segregación del género en modalidades o categorías en que las diferencias biológicas del sexo no se han manifestado todavía o no afectan el rendimiento.

Hay disciplinas que en varios países están prohibidas para las mujeres. En esos u otros parajes las damas no pueden siquiera asistir como espectadoras a determinadas lides o a ninguna.

Al mismo tiempo, hay formas de combatir la discriminación de género que terminan apoyándola. ¿Cómo es posible defender una idea y a la vez combatirla? Tal contradicción proviene del poco o nulo conocimiento de los significados y las trayectorias históricas de los conceptos que se emplean en la defensa aparente de la igualdad de género en este ámbito.

En las últimas décadas se apoya la práctica femenina de la lucha y el levantamiento de pesas. Para lograr que la sociedad lo entendiera y aceptara se argumentó que las atletas no perdían su feminidad.

Suele reiterarse —muchas veces en sus propias voces— que en nada han perdido la sensibilidad, la forma de hablar, el gusto por maquillarse, el vestir a la moda, el “ponerse bonitas”, tener novio y soñar con un futuro de familia, todo lo que según los estereotipos es propio de la mujer.

A esto se le llama feminidad, pero el intento se resume en demostrar que practicar estos deportes no causa la pérdida de la misma.

Si seguimos esta lógica de pensamiento podemos inferir que las mujeres que no les guste pintarse, usar prendas, vestir sayas, blusas, vestidos, que no hablen con marcado “acento femenino”, entre otras cosas que las estereotipan en las sociedades machistas, o incluso aquellas con una orientación no heterosexual, se someterán a una gran paradoja si practican estas disciplinas.

Podría suceder que el público asumiera el deporte como causante de su “poca feminidad”, y por esa vía que no respondan a la categoría social que les impone el hecho de ser hembras.

Lo peor es que por este camino puede provocarse que atletas, dentro y fuera de las instalaciones, aparenten algo que no está en correspondencia con sus personalidades, con sus subjetividades. Esas mujeres estarán condenadas al sufrimiento y a optar por la falsedad como arma y escudo.

El género es una construcción histórico-cultural que impone diferencias en el pensar, sentir y ser para hembras y varones, marcando y dirigiendo la cotidianidad de los individuos mediante cuerpos legales, la educación, la tradición y las costumbres.

Lo femenino y lo masculino se construyen mediante imaginarios y representaciones de exclusión, creando estereotipos, prejuicios y discriminación social, sustentados en atributos biológicos, económicos, sociales, sicológicos, eróticos, afectivos, jurídicos, políticos y culturales impuestos a las personas.

Ello no ocurre de manera uniforme en todas las culturas, sino que cada una establece patrones de conducta para las personas en dependencia de si nació hembra o macho.

La globalización propuesta por el poder financiero, económico y político se sustenta en la cultura occidental y el neoliberalismo consumista que, mediante su sistema de medios, impone un imaginario sexista, un universo audiovisual en que la mujer es reducida a fuente de placer, a cosa inferior y peligrosa.

La lucha contra la discriminación de género debe encauzarse mediante el establecimiento de cuerpos legales y procedimientos que juzguen y condenen los actos de hegemonía masculina. En Cuba se ha avanzado bastante, aunque todavía resulta insuficiente.

La estrategia para la erradicación de este mal se basa en la educación a cargo de la familia, la escuela y el resto de las instituciones y personas.

Enseñar a cada individuo a vivir desde sí mismo, a promover su independencia y desarrollo, a impedir que sea arrastrado por los estereotipos discriminantes de los entornos machistas, es la clave para el éxito deseado. En el deporte esa ideología  implica además alejar flagelos como los del dopaje, la corrupción y el robo de talentos, entre otros.

Si queremos defender el derecho de la mujer a practicar cualquier disciplina, a ser atleta de alto rendimiento, tengamos presente que solo ella podrá decidir a cuál dedicará su talento y sacrificios.

Ninguna ley, resolución o decisión ajena serán válidas para impedirlo. Hágase todo lo posible para que tengan la oportunidad de materializar sus sueños. Y defendamos ese derecho sin apelar a dogmas que lejos de ayudar, ahondan la herida.

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