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Publicación del Instituto Nacional de
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MIÉRCOLES 24
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Sobre la salud de la sicología deportiva cubana
Por Dr. C. Luis Gustavo González Carballido
martes, 19 de diciembre de 2017 07:24 PM



Ordoqui en plena labor. Foto: Mónica Ramírez

La Habana.- MUCHOS seguidores del deporte se interesan en las frecuentes referencias que en los últimos tiempos han realizado relevantes entrenadores y deportistas cubanos al trabajo de los sicólogos.  

Conocedor de la capacidad de la actividad física y deportiva para educar la personalidad de los jóvenes y desarrollar en ellos valores que comenzaban a ser necesarios para combatir y resistir en numerosas esferas de la nueva sociedad, el movimiento deportivo cubano se propuso, desde la primera mitad de los años 60, la más integral atención a sus exponentes.

Para lograrlo se requería individualización, aproximación personalizada y dominio de la subjetividad de deportistas y entrenadores.  Era necesario llegar con métodos científicos a sus cogniciones y afectos.

La Unión Soviética transitaba con reconocido éxito por ese camino, y allá fueron directivos del INDER y el Instituto de Medicina del Deporte (IMD) a contratar el magisterio de un destacado profesor de sicología del deporte que condujo de la mano a los primeros profesionales cubanos, multiplicados luego en labores asistenciales, investigativas y docentes. 

No solo se logró ese crecimiento en el IMD, sino en sus centros provinciales. La superación permitió que a pesar de la inevitable pérdida de experimentados colegas, contemos hoy con tres doctores en ciencias sicológicas, cinco másteres en ciencias y tres en proceso.

Dos jóvenes realizan el doctorado curricular en la Facultad de Sicología de la Universidad de La Habana y una está  cursándolo en la Universidad de Brasilia, a punto de terminar su tesis de predefensa. Los primeros atienden deportes que son, por lo general, representativos de los procesos sicológicos que forman parte de sus investigaciones. 

La lograda vertebración de intereses asistenciales e investigativos contribuye a explicar el éxito juvenil en la última etapa. Baste destacar el reiterado reconocimiento de atletas y entrenadores de boxeo hacia el trabajo del especialista Julio Ordoqui, por solo poner un ejemplo. 

Este licenciado, además de asesorar eficientemente el proceso de preparación sicológica en esa disciplina, realiza una tesis de doctorado curricular en la que intenta demostrar hipótesis derivadas de su labor. Espera confirmar que los púgiles exitosos realizan “inversiones metamotivacionales” más efectivas.

Seguramente el lector se preguntará en torno a ese término, y  con el ánimo de preservar su interés por este artículo y muy lejos de un diletantismo irritante, le informamos que tales inversiones son cambios drásticos de los motivos que animan a los deportistas durante las acciones técnico-tácticas. Los mencionados motivos son bipolares, es decir, se mueven de un extremo a otro de una dimensión sicológica.  

Veamos un ejemplo: un boxeador puede sentirse motivado por mantener a distancia a su contrario, aprovechando su mayor longitud de brazos y sus más rápidos movimientos de piernas.  En acuerdo con su entrenador, se dedicará a acumular puntos gracias a continuos ataques y contrataques, entrando y saliendo, sin aceptar un cuerpo a cuerpo comprometedor.

Según la denominada “teoría de la inversión” (Apter, 2013; González, 2017), ese boxeador se encuentra en un modo metamotivacional denominado “maestría”, que significa “disposición a ejercer control sobre personas y acciones”, lo que le permite ajustarse al guion técnico-táctico previamente definido y acordado. 

Sin embargo, en el último asalto puede verse estimulado por un público enardecido que le pide terminar el combate ¡Ya!, que noquee sin más miramientos. La afición quiere ver un golpe efectivo capaz de tirar a la lona al contrario, lo que entra en contradicción con el mencionado guion, pues representa un cambio total en la postura corporal, los movimientos y el plan táctico del competidor.

En este caso, si nuestro boxeador decide satisfacer al público, deberá realizar una inversión metamotivacional al modo “simpatía”, que significa «lograr identificación o cercanía afectiva».

La dimensión metamotivacional de marras se denomina entonces “maestría vs. simpatía”. Si el deportista se vislumbra ganador de manera anticipada y desea complacer a sus seguidores probablemente se sienta tentado a cambiar su táctica y combatir desde adentro para lograr el solicitado KO, inversión que podría costarle el combate.

A la primera oportunidad su contrario aprovecharía el eufórico acercamiento e intentaría propinarle un fuerte golpe al mentón para obtener la victoria en los últimos segundos. Se trataría, por tanto, de una inversión metamotivacional equivocada.

¿Qué se investiga —además— en boxeo en estos momentos? Se pretende determinar si inversiones metamotivacionales acertadas y/o equivocadas están asociadas a autovaloraciones más o menos adecuadas. Es decir, en qué medida los juicios valorativos propios (aquellos que reflejan con más o menos exactitud las verdaderas cualidades que se poseen) soportan inversiones metamotivacionales funcionales o inadecuadas.  Véase cómo la labor asistencial del sicólogo nutre —y se nutre a la vez— de la investigación científica.

Pero esa sinergia no es exclusiva del boxeo. También se da en judo (f), gracias a la labor de la joven Ms. C. Anelin Rodríguez; en atletismo, con el colectivo de sicólogos que allí trabaja encabezado por el Lic. César Montoya; en taekwondo, con la Lic. Maritza Viusá; en béisbol, con el Lic. Juan Miguel Cruz (aunque este deporte, por su interés nacional y complejidad, demanda una mayor presencia de sicólogos); en lucha, con el Lic. Omar Piedad, y en varios deportes más. 

Estamos orgullosos de nuestros colegas. Estimula el modo en que se habla de la Lic. Susel Suárez en gimnasia artística (en días pasados —por cierto— los entrenadores Carlos Rafael Gil y Yareimi Vázquez elogiaron su trabajo en el programa televisivo dominical Pulso Deportivo); de lo realizado por las Lic. Yaima Gómez en velas, Annia Pérez en gimnasia rítmica y tenis de mesa; Anabel Suástegui en pelota vasca, Zoila Betanco en tiro con arco… Muy jóvenes en su inmensa mayoría.

El papel del sicólogo en la preparación deportiva de nuestros atletas es cada día más visible y reconocido, no solo por su quehacer sino también por la cultura científica que crece entre los entrenadores y preparadores técnicos. Es difícil encontrar en nuestro país un entrenador que no sea licenciado en Cultura Física y Deportes, lo que les permite “exprimir” más y mejor la asesoría sicológica.

Desde hace mucho la relación entre ambos profesionales dejó de ser un conflicto o una incógnita en Cuba. Sus respectivos roles están claros, y eso “conserva la amistad”, como sostiene el viejo refrán. Sin embargo, conviene aprovechar este espacio para apuntar que el mejor sicólogo es el sicólogo, no el entrenador, para desechar lo que trasnochadamente alguien pueda afirmar aún. 

Este último es un pedagogo, y entre sus mayores virtudes está la lectura eficaz que logre hacer de los sicodiagnósticos y el mejor aprovechamiento de la “preparación artillera” diseñada por su sicólogo para llevar a cabo intervenciones  exitosas.  Este  parece  el mejor  modo de optimizar —en su sentido más amplio— la disposición mental del deportista, proceso en el que participan todos los especialistas que lo rodean bajo una docta batuta pedagógica. 

El sistema deportivo cubano garantiza su eficiencia al asegurar que los entrenadores cursen asignaturas de sicología del deporte en la licenciatura, impartidas por colegas especializados en la formación de cuadros científicos. Estos sicólogos-profesores son imprescindibles para garantizar la capacidad receptiva y de interacción de nuestros entrenadores y técnicos, de cuya cultura sicológica depende mucho el éxito de su labor pedagógica.

Por todo esto, los sicólogos deportivos cubanos podemos sentirnos orgullosos de nuestra capacidad regenerativa y del aporte que hacemos al movimiento deportivo cubano. ¡Claro que sí!

*El autor es Investigador Titular, Profesor Titular y subdirector del IMD.

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