La Habana.- DESDE hace décadas se realizan investigaciones relacionadas con las condiciones de altitud, con el fin de evaluar la capacidad de trabajo del deportista y las opciones de competir en ellas.
Muchos de estos estudios tuvieron su momento crucial durante los Juegos Olímpicos de México 1968, aunque para nosotros resultó un objeto de análisis a partir de los Panamericanos de México 1975.
Desde hace varios años el colega Pablo Gutiérrez Veliz, del Instituto de Medicina del Deporte, lleva a cabo una labor meritoria en el análisis de la adaptación de los beisbolistas a las condiciones de entrenamiento en la altura.
Sus indagaciones han arrojado luz sobre aspectos de interés para la preparación y constituyen el fruto de su tesis de aspirante a máster en psicología del deporte.
Inicialmente se pensó que el entrenamiento en la altitud ocasionaría beneficios en las disciplinas de resistencia, por las elevadas demandas a las funciones respiratorias. Posteriormente se comprobó que también tenía efectos favorables en modalidades como lucha, judo y levantamiento de pesas.
Las neuronas son muy sensibles a la falta de oxígeno, que llega al cerebro con menor saturación como consecuencia de la disminución de la presión atmosférica.
En el proceso de adaptación a condiciones de altura media pueden ocurrir modificaciones en la actividad nerviosa superior, y con ellas en diferentes funciones psicofisiológicas y psicológicas como los tiempos de reacción simple y complejo; la coordinación de los movimientos; el equilibrio, los estados de ánimo, la temperatura y la hidratación.
Pero el asunto se extiende a otras variables relacionadas con las condiciones de ejecución de las tareas deportivas. Por ejemplo: en la cita de México 1968 algunos records fueron extraordinarios, entre ellos los de salto. Algunos especialistas plantearon la posible influencia de los cambios en la gravedad.
Más recientemente dos matemáticos de la University of Northern Colorado (UNC), tomando las estadísticas ofensivas registradas a una elevación de 5 mil 277 pies, específicamente en el Coors Field de Denver, diagnosticaron que puede modificarse significativamente el porcentaje de bateo y la distancia recorrida por las bolas conectadas.
Los expertos Jay Schaffer y Erik Heiny hallaron que en el Coors Field el slugging de los toleteros es superior en 9.2 % a lo medido en parques situados en elevaciones medias de entre 500 y 1100 pies; y 12.5 % más alto con respecto a diamantes construidos por debajo de los 500 pies.
También corroboraron que en la catedral de los Rockies la pelota viaja bruscamente más lejos, aproximadamente un 10 % por encima de lo apreciado en otras instalaciones.
Otros analistas han defendido que el efecto pudiera atribuirse en parte a las dimensiones del estadio. Sin embargo, se trata de uno de los más grandes de las Ligas Mayores, aunque sus dimensiones no se diferencian tanto de las de sus similares.
La explicación de este fenómeno se atribuye entonces al aire de montaña que denominan “delgado”. Sucede que a gran altitud disminuye la resistencia aérea durante la trayectoria de las pelotas, permitiendo que tras el swing lleguen más lejos.
Asimismo está comprobado que una presión atmosférica baja, junto a alturas considerables, representan una especie de "descanso" para la bola y resulta más fácil golpearla, al acentuarse su dureza y elasticidad.
Para combatir este efecto, en el Coors Field los lanzadores y cátchers suelen humedecer la Rawlings con el fin de aumentar su peso corporal. De esa forma se intenta neutralizar algunos de los efectos del llamado aire flaco.
Efectos similares expusieron jugadores de golf, disciplina en que la elección de los palos de hierro para golpear la esférica cambia de número ostensiblemente en condiciones de altura, con relación al ritmo típico en los campos ubicados en el llano.
Este estudio realizado sobre el efecto “Coors”, por Schaffer y Heiny, estadísticos eminentes de la UNC, merece pesquisas mas profundas considerando el registro de las variables climatológicas y físicas de las condiciones del lugar.
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