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La Habana
Año 66 de la Revolución
CRIMEN DE BARBADOS
Irene pudo ser otra víctima

Ella vivió para contarnos la historia, sus compañeros no pudieron víctimas del terrorismo de Estado.


Por Víctor Joaquín Ortega
viernes, 6 de octubre de 2017 07:06 AM



Foto:

La Habana.- IRENE Forbes Pérez, fallecida el 14 de junio de 2014, permanece a mi lado y vigoriza la decisión de haber escogido el camino correcto aunque fuere, muchas veces, el más difícil. 

Realizaba su labor sin alboroto, de manera natural, algo que recuerdo al desempolvar ahora aquella entrevista que le realizara hace algunos años.

CON IRENE A FONDO

Esta mujer está viva porque no le llegó la visa para asistir como periodista a los Centroamericanos de Esgrima de 1976. Se estremece más allá de la información que prefiere ocultar y trato de sacarle: «Nancy, Inés, Milagro, el armero Gil, Billito… tantos compañeros queridos asesinados. Cómo entender que anduvieran y anden sueltos gente como Orlando Bosch y Posada Carriles, gracias a la bondad de quienes los engendraron como terroristas, desde lo peor de los Estados Unidos».

En 1974, le había dicho adiós a las plataformas: «Estaba garantizado el relevo. Tuve que conformarme con el tercer puesto en el último torneo nacional en que participé. Ni recogí el bolso y no volví a la instalación de Prado y Trocadero hasta un año y medio después, como reportera».

Recuerda aquella lid: «Ganó Margarita, la subtitular fue Nancy Uranga, a quien estaba venciendo tres toques por cero, pero levantó y me propinó cuatro toques seguidos. Vi actuar a Inés Luaces y a Milagros Peláez, y me demostraron que los floretes estaban en buenas manos. Nancy y ellas serían asesinadas en el sabotaje al avión de Cubana».

SIGUEN LAS CONFESIONES

«Voy a decirte lo que nunca he dicho…» y la pausa parece durar un siglo mientras me mira fijamente esta exdeportista, periodista, escritora del libro As de Espada, sobre la vida de Ramón Fonst, con el cual obtuvo el primer premio en el concurso de Biografía convocado por el Ministerio de Cultura. También cumplió misión como entrenadora en Venezuela.

La confesión anunciada crece serena y sin melodrama alguno: «Me daban ataques epilépticos muy fuertes. El médico recomendó el deporte como vía para luchar contra la enfermedad, y me ayudó porque no solo es un medio de escape de tormentos físicos y síquicos, sino que enseña a controlarse, a conocerse mejor en lo anatómico, lo fisiológico y lo espiritual. Fueron disminuyendo las crisis y ya sé cuando está al darme uno y lo evito».

Lo ocultó en aquellos momentos: «¿Tú crees que me hubieran aceptado en el equipo nacional? Por esa y mil cuestiones lo callé y procuré vencer el mal: la propia esgrima fue compañía eficaz en la tarea».

Estoy frente a Irene, pero ando hacia atrás y la veo más cerca de la niña que de la mujer, disco en las manos: lanza y lanza en el terreno de atletismo del Instituto de la Víbora. Allí estudia preuniversitario. El disco asciende cual si quisiera romper nubes y caer en tierra fértil para sembrarse y crecer.

Es una más, con sus esperanzas y deseos que los terroristas no podrían asesinar años después. La gruesa discóbola no pasa inadvertida: Roger de Lauria, un entrenador veterano, se fija en ella: «Tú tienes condiciones: si quieres puedes ser una buena floretista». Ella se rio al principio: con tantos kilogramos qué iba a hacer sobre la plataforma.

El instructor opinaba en serio: había descubierto velocidad, rápidas reacciones, reflejos magníficos, fuerza, resistencia y esa gran combatividad que danzaba en los ojos de la joven.

Ella continuó aferrada al disco hasta que «me llaman porque hay una competencia de esgrima tercera categoría y necesitan completar el conjunto del centro». Empezó a entrenar: par de semanas en un mundo a floretazos. En el certamen, la novata ocupó el cuarto lugar y encabezó la labor de su seleccionado. La semilla fructificó en la justa del país: Irene campeona de Cuba de la tercera categoría en 1965. Avanzaba la pasión y la calidad: as nacional de segunda en 1966.

«Roger dijo un día que ya me había dado todo lo que sabía, pero era falso. Tenía 80 años y en ocasiones debía recostarse a la pared para enseñarme, las piernas no lo sostenían. Me llevó al Parque Martí y comencé una nueva etapa. Jamás olvidaré que sin él nunca hubiera llegado a nada en la esgrima.»

EN LA PRESELECCIÓN NACIONAL

Ingresó en la preselección nacional en 1968. Certamen de Lago Balatón, en Hungría, primera salida. Luego, Mundial de La Habana 1969. «Nuestra representación logró el sexto peldaño, por encima de las norteamericanas», recuerda.

A la Forbes muchos no la querían en el equipo. Se amarraban al físico de la joven y si no la excluían era porque clasificaba siempre entre las tres primeras en las pruebas de control.

Estudiante de Periodismo de la Universidad de La Habana, enfrentó la incomprensión de algunos profesores. Ante las giras por el extranjero y las lides fuera de la capital, le preguntaban: ¿Usted es estudiante o atleta? O viceversa, según el lugar. Con los hechos, venció.

Cuenta una anécdota relacionada con otros criterios erróneos: «Varios especialistas son testigos de mi faena en el Mundial de 1969 y piensan: “Si esa competidora es un rayo siendo gorda, si la bajamos de peso es dos rayos”. Un rayo fue lo que me cayó encima: dieta rigurosa, baños de vapor más ejercicios. “Ya tú verás cómo vas a estar para los Centroamericanos de Panamá del año que viene”, me aseguraban. Mira, no le gané a nadie en las eliminatorias, no tenía fuerzas ni para derrotar a un gato. No me gané el puesto. Mi entrenador impidió que me hicieran algo parecido en lo que restaba de mi carrera: “Ella triunfa pasada de peso, no me la toquen”, estableció».

Tuvo importante sostén en Manuel Fernández Boada. La conocía tanto que detectaba cómo se sentía Irene por la mirada, el caminar o los gestos de las manos. Adaptó el entrenamiento a las posibilidades de la muchacha, y esperaba que terminara sus prácticas periodísticas en Juventud Rebelde para comenzar el adiestramiento. Le brindó el trato especial requerido. Cada medalla de Irene le pertenece también.

Y hubo medallas. En los Panamericanos de Cali 1971 consiguió bronce aunque tenía para el oro. Supo apoyar a su coterránea Margarita Rodríguez, quien se ciñó la corona. Goza al hablar de los campeonatos máximos del país conquistados en 1972 y 1973.

«En el 72, Margarita estaba lesionada y no estuvo en la final. Llovieron los comentarios. Voy a tomar desquite de esas opiniones, me dije. Me preparé con mayor esmero para el próximo año y vencí a pesar de la participación de esa estrella del florete. La había estudiado muy bien, puse el extra y le gané el encuentro decisivo 4×3.»

No olvida su participación en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. «Es algo tan lindo. Aunque no volví con medalla aquello me llegó a lo más profundo. Es una competencia dura, durísima. Ahí actúa lo mejor».

Jubilada como periodista, se dedicó a escribir obras de tema deportivo y su canto testimonial a los hermanos ultimados por aquel sabotaje en pleno vuelo. Soles sin manchas, más que un libro, es el corazón de Irene puesto sobre el papel.

Regreso a la actualidad y entiendo que aquella entrevista fue posible gracias al azar de aquella visa que no llegó. Irene vivió para contarnos sobre su vida y la de sus compañeros. ¡Pero cuántos testimonios valiosos se hundieron en el mar! Por fortuna tenemos memoria y no los olvidamos.

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