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DESEO hablarles de dos ases que no solo brillaron sobre el ring: refulgieron más al combatir por la libertad y en esa lucha entregaron sus vidas: Giraldo Córdova Cardín y Holveín Quesada.
SU ÚNICO REVÉS
Negro y pobre, el marianense Giraldo Córdova Cardín sintió desde pequeño los golpes de la discriminación y la miseria. Debió abandonar las aulas siendo casi un niño para ayudar en los gastos del hogar, como trabajador de una refinería y también en los ómnibus. Nunca se despidió de los libros, pues bebía con devoción los textos martianos que le fortalecían tanto como los ejercicios en el gimnasio.
Comenzó a practicar el pugilismo desde temprana edad; primero, imitando el entrenamiento de Chacho, su padre, un boxeador semiprofesional. Siguió las huellas de su progenitor y se convirtió en un welter difícil de vencer. Invicto en siete peleas en la Arena Rafael Trejo, perdió el 25 de julio de 1953 por no presentación. Dejó esperando a la bata y las zapatillas compradas por los amigos.
Opuesto a la tiranía batistiana desde el mismo día del golpe militar del 10 de marzo de 1952, acudió a la Universidad de La Habana pensando que allí le darían armas para enfrentarlo. Posteriormente integró la célula liderada por Fernando Chenard perteneciente al movimiento creado por Fidel.
Mientras la afición chillaba y pateaba por la ausencia del fajador, Giraldo esperaba la madrugada para entrar en acción como miembro de la Generación del Centenario, en el asalto al Cuartel Moncada. Allí fue ultimado.
HOLVEÍN, EL CHAPARRO, ¡PEDRITO!
Holveín Quesada nació en Matanzas. A los pocos años, la madre y él se mudaron para el reparto Santa Amalia de la capital. Terminó el sexto grado y la situación lo obligó a dejar el colegio y convertirse en un empleado de la tienda La Traviata, especializada en sombreros. Estudió Español y Mecanografía en una escuela nocturna.
Un vecino, el boxeador Héctor Vento, lo captó para los trajines del cuadrilátero. El Chaparro, así le decían, poseyó condiciones para ascender según los expertos. Efectuó alrededor de 30 combates aficionados entre las cuerdas de la Arena Trejo, bajo las orientaciones del Moro Piquero. Sobresalió, pero…
Prefirió otras batallas. Con 16 abriles formó parte de un grupo de revolucionarios que disolvió un mitin de politiqueros en el Palacio de los Yesistas, en Xifres y Estrella. Fue herido y apresado. Por ser menor de edad, lo devolvieron a sus familiares con la advertencia de que olvidara sus ideas o no iban a creer en sus pocos años.
No lo intimidaron. Dejó el deporte para dedicarse de lleno a la insurrección: distribuyó la prensa clandestina, repartió proclamas, pintó consignas en las paredes, transportó armamentos.
Llegó a ser jefe de un colectivo de Acción y Sabotaje del 26 de Julio que operaba en Arroyo Naranjo, y lo condujo a ampliar su quehacer por toda la ciudad. Nombre de guerra: Pedrito. En lo personal se especializó en despojar de las armas a los policías.
Víctima de una delación, lo cercaron. Se batió hasta que el parque se le acabó. De tejado en tejado intentó escapar. Balazo en una pierna. Cayó en el patio de una casa situada en Washington esquina Maceo en Santa Amalia. Esbirros al mando del capitán Brito lo remataron. Era el 14 de abril de 1958. El asesinado solo tenía 18 años.
Su ejemplo, sin embargo, ha echado raíces en la famosa Finca del Wajay, cuna de tanta gloria deportiva que no pudo ni podrá ser asesinada jamás.
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