La Habana.- MIENTRAS los niños disfrutan entregados al deporte de sus amores algunos padres exacerban el ambiente de rivalidad desde las gradas y ofenden al árbitro ante una decisión que consideran injusta.
El panorama se caldea aún más cuando uno de los progenitores emite calificativos irrepetibles hacia el equipo rival y desde los parciales de este la respuesta llega en forma de agresión física.
Lo que hasta entonces era una fiesta termina por convertirse en trifulca entre adultos, y la respuesta de los chicos es imitarles, sumados al intercambio de golpes.
Escenas similares o parecidas ganan espacios en todo el mundo, como recién sucedió en Mallorca, España, durante un partido de fútbol entre los elencos infantiles del Alaró y Collerense.
«El encuentro tuvo que ser suspendido después de iniciarse una pelea con agresiones entre los asistentes, muchos de ellos padres de los jugadores de ambos equipos», reseñó el diario El País.
La nota precisa que «en un vídeo que circula ampliamente por las redes sociales... se puede ver cómo los seguidores de ambos equipos se enfrentan a patadas y golpes tanto en la zona de las gradas como en el terreno de juego».
La Unión Esportiva Alaró transmitió su «desolación» por los acontecimientos «extraordinariamente graves», anunció una actuación «huyendo de buscar buenos y malos entre unos y otros» y agradeció que «personas de las dos formaciones intentasen mediar para tranquilizar la situación».
Pero lamentablemente hay más capítulos de este tipo, que llegan desde el fútbol americano, el béisbol o el hockey sobre hielo, por solo citar algunos, y una simple búsqueda en internet permite encontrar hasta reportes de fallecidos.
«Parece que se está propagando una nueva epidemia... Se trata de la actitud agresiva de padres y entrenadores que prefieren luchar antes que resignarse a ser derrotados», asevera una de esas publicaciones.
«He visto a padres gritando a sus hijos para que hicieran lo imposible; muchachos peleándose en los partidos incitados por sus padres; niños llorando en el montículo porque sus padres los habían abochornado», sostuvo un experto.
«El vergonzoso comportamiento de un creciente número de adultos corrompe el deporte juvenil, estropea la diversión y transmite terribles mensajes a millones de niños», opinó Fred Engh, fundador de la Alianza Nacional en pro de los jóvenes deportistas, con sede en Florida.
¿Y Cuba? Matices al margen, lo cierto es que no está ajena a ese mal, necesitado de un enfrentamiento radical, ajustado a sus preceptos sobre un deporte de valores que no resta peso a la competitividad.
No se trata de un fenómeno alarmante, pero basta un solo incidente de ese tipo para estar inconformes, sobre todo cuando estos implican de alguna forma a niños, padres o técnicos. O a cualquiera de ellos.
Que haya pasión, amor a la camiseta, lucha a toda costa y lágrimas ante la impotencia que generan los reveses, pero siempre será imprescindible que primen el decoro, el juego limpio, el respeto al contrario y la humildad.
Que cada adulto piense en el daño causado por las exigencias desmedidas y estimule desde la decencia, porque a la postre ningún triunfo justifica consecuencias desastrosas en los órdenes emocional y conductual.
¿Vale más una medalla que el lastre del bochorno en público? ¿Podemos arrogarnos el derecho a enemistar a muchachos en plena formación? ¿Toca a un entrenador apelar a la coacción y hasta protagonizar u orientar una agresión?
¿Con qué moral criticaremos conductas impropias si somos abanderados de ellas?
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